Los medios han suavizado su posición frente a Trump. «Ayer nadie hablaba de sus comentarios racistas» se queja el escritor guatemalteco Francisco Goldman. Su teoría es que los medios están preparando el camino para quien podría ser el Presidente más xenófobo y misógino de la historia reciente de este país. Howard Stern dice en su programa de radio: «Donald jamás pensó que tanta gente iba a votar por él. Ahora debe estar preocupado sabiendo que está a punto de ser el candidato del Partido Republicano».
Qué lejanos parecen aquellos días de julio cuando en las parrilladas del domingo en los suburbios de New Jersey mis amigos confirmaban que a pesar de sus inclinaciones demócratas ellos podrían votar por Chris Christie, gobernador de New Jersey. Ni Christie, ni Bush, ni Rubio ni Fiorina: los nombres que barajaban los republicanos moderados han ido siendo aplastados uno tras otro. Ahora las opciones son dos extremistas: Trump y Cruz.
¿Nos preparamos?¿Cómo se puede preparar uno a ser gobernado por un imbécil? El golpe puede ser más terrible que el que siguió al resultado en las urnas que le dio la presidencia por segunda vez a George W. Bush. Tal vez porque aquel señor a pesar de su lamentable ignorancia aún guardaba las formas de la convivencia política.
Trump marcha contra ellas. Quienes lo apoyan aplauden que al tonto se le diga tonto, a la mujer de sesenta años se le llame vieja y fea, al inmigrante ilegal se le llame criminal, al ciudadano negro se le llame comechado y a los presidentes de otros países se les califique de vivos y aprovechados.
En una entrevista un tanto más profunda que la que se permite en la vorágine de la campaña, los periodistas del Washington Post sometieron a Trump a un cuestionario sobre política internacional. El resultado fue catastrófico. El candidato intentó responder a preguntas sobre estrategia geopolítica con slogans repetidos frente a las multitudes: «Hagamos a los Estados Unidos grande otra vez», «Vamos a conseguir negocios y pactos increíbles para los Estados Unidos».
Trump sabe cómo decirle a las masas lo que las masas quieren escuchar. Ningún estado se salva del cataclismo populista. Nueva York, que se jacta de estar mejor informado y de ser más diverso que el resto de la Unión Americana, también le ha concedido una victoria abrumadora. Los analistas aseguran que en los suburbios neoyorquinos de Long Island, Rockland y Westchester Donald Trump es una marca que representa el éxito empresarial ante el electorado republicano. No interesa que se haya declarado en bancarrota unas cuantas veces.
La crítica más feroz también asegura que este país está enfermo. Que Trump es el ser humano racista y misógino que miles de republicanos sienten que podrían ser: si la ley los dejara.
Mi teoría que es que el votante de Trump se ha alimentado demasiado tiempo de la retórica extremista de medios de comunicación conservadores. Allí hay tres nombres que destacan: Bill O’Reilly, Matt Drudge y Rush Limbaugh.
O’Reilly es la cara más conocida. Dirige un espacio de opinión política en el canal Fox. A sus enemigos los destroza con un adjetivo que simboliza todos los males: «liberales». Hace no mucho amenazó con destruir la carrera de un periodista que investigaba el trabajo de O’Reilly como reportero de guerra. El periodista no solo probó que O’Reilly había fabricado información en Las Malvinas y en El Salvador, sino que consiguió evidencia que descalificó su trabajo periodístico tras el asesinato de Kennedy. Varios testigos y la grabación de conversaciones telefónicas de aquella época han dejado claro que O’Reilly fabricó información en los tres casos. O’Reilly es el mayor líder de opinión de los ultra conservadores.
Rush Limabaugh es la versión política del pastor evangélico radicalizado. Su programa de radio está sindicalizado y sus oyentes se cuentan en millones. El demonio es Barack Obama y el Paraíso prometido es los Estados Unidos con armas, sin minorías étnicas ni inmigrantes ilegales. Su cobertura de la guerra en Irak y Afganistán dividió al país en patriotas y antipatriotas. Aquel que no apoyaba la incursión armada era tan criminal como el terrorista que estrelló un avión contra el Pentágono. Limbaugh ha sido la voz del Tea Party, un conglomerado de ideas conservadoras radicales sin pies ni cabeza cuyo mayor figura política es la ex gobernadora de Alaska y candidata a la vicepresidencia Sarah Palin. Aquella que cuando le preguntaron si tenía la capacidad para solucionar la complicada situación con Vladimir Putin dijo que desde Alaska se podía ver parte de Rusia y que ese hecho la capacitaba. Cualquier republicano que pretenda apoyar alguna legislación de Obama o tomar en serio la idea del calentamiento global se transforma en objeto de su odio. A Limbaugh el Tea Party intentó convertirlo en candidato. Un par de apariciones en sus mítines dejaron claro que Limbaugh no tiene carisma para las masas. Su mejor trabajo es desde la trinchera de su abyecto programa de radio.
Matt Drudge dirige una página web que rebota todas las historias que le puedan interesar al votante ultra conservador. Se hizo famoso por ser el primero en publicar la noticia del affair entre Bill Clinton y Mónica Lewinski. Ese es el tipo de información que llena sus pantallas. Donald Trump cita el Drudge Report con regularidad y para muchos de sus votantes mirar la página al comenzar el día puede ser más importante que mirar su Facebook.
Hay otros nombres que alimentan al votante de Trump. En el negocio por el bolsillo de los votantes radicales de derechas hay mucho dinero. Algunos hombres de radio y televisión─Sean Hannity, Ann Coulter─ han encontrado su nicho en la retórica violentista que atrae a esa audiencia: rabiosa porque Estados Unidos ha perdido influencia en el mundo, furiosa porque cada vez que sucede una matanza alguien intenta pasar legislación que pone límites a la tenencia de armas; alterada porque se crea un programa de apoyo social que le sacará dinero del bolsillo para dárselo a los pobres, a los inmigrantes ilegales, a las minorías étnicas a las cuales no les interesa trabajar.
La retórica extremista de esos medios nutre al votante de Trump. Desde esa diaria rutina de violencia verbal Estados Unidos está peor que nunca, su país está a punto de ser devorado por los chinos aliados con los rusos, los norcoreanos y los iraníes, los comunistas y los mexicanos van a poner su sucia bandera en America, este presidente es amigo de los musulmanes y nunca pudo probar que nació en Hawaii, etc. Ellos explican el voto por Trump. Esos son los estadounidenses que siguen creyendo que el programa de salud de Obama es lo más abyecto que se ha creado desde el Ejecutivo, sin importarles que «Obama Care» haya sido ratificado por los tres poderes del Estado.
Así que éste es el panorama desde la esquina republicana. En la tienda demócrata también parece seguro afirmar que Hillary Clinton será la nominada (a Bernie Sanders no pudieron salvarlo los hipsters de Brooklyn: perdió en casi todos los distritos electorales de Nueva York). Las primarias republicanas aún no terminan y sin embargo es claro quién será su candidato para las elecciones de noviembre. Entre Trump y Clinton se decidirá el nombre del nuevo residente de la Casa Blanca. A menos que suceda algo extraordinario, o que los republicanos del establishment al mando hagan trampa.