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Envidia de EE.UU. y nostalgia del viejo sindicalismo

 

Cada vez tengo más envidia de Estados Unidos. ¡Quién me lo iba a decir a mí hace unos pocos años! El miércoles pasado se publicaron las actas de la última reunión de la Reserva Federal norteamericana. Aunque al final no desvelaron ningún misterio, habían despertado muchísima expectación porque se pensaba que iban a dar pistas sobre la retirada de los estímulos que han ayudado al país a salir del hoyo, sobre el desmontaje de los andamios que han sostenido a la primera economía del mundo para que no se desmoronara. Un párrafo de esas actas, que se repite dos veces en sus diez páginas prácticamente con las mismas palabras, me llamó poderosamente la atención. La Reserva Federal alerta de la elevada tasa de trabajo a tiempo parcial como consecuencia de la crisis y consideran que ése es un síntoma de que el mercado laboral americano sigue débil.

 

Sí, mientras en Europa las medidas que se toman son para, supuestamente, hacer posible el pago de la deuda –aunque de una manera un tanto torpe porque lo que las políticas de austeridad provocan es, precisamente, lo contrario, dado que merman la capacidad de crecimiento-, en Estados Unidos se pone por delante el objetivo del empleo. El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, seguramente convencido por Charles Evans, presidente de su “sucursal” en Chicago, estableció un objetivo de paro del 6,5% para comenzar a subir los tipos de interés. Y extraoficialmente, se planteó un objetivo de creación de alrededor de 200.000 puestos de trabajo mensuales para justificar la reducción de las compras de bonos. A este lado del Atlántico, ya lo sabemos, lo dejó claro el Bundesbank hace dos semanas cuando presentó su informe mensual, la principal guía es la inflación. ¡Qué obsesión con la inflación!

 

Estaríamos ciegas o seríamos unas cínicas si no hubiéramos advertido o no dejáramos por escrito que las multimillonarias inyecciones de la Fed han hecho ganar muchísimo dinero a los bancos de inversión (los índices bursátiles americanos han duplicado su valor desde los mínimos de la crisis y lo mismo podemos decir de los precios de la deuda o de las materias primas) y a empresas de todo tipo (los beneficios de las que cotizan en el S&P 500 están en niveles récord). 

 

Acepto el argumento de que, en realidad, la Fed está tomando medidas para el 1%, pero de manera mucho más inteligente que en Europa. 

 

Bernanke, el republicano díscolo

 

Pero, pese a todo, Bernanke, para llevar adelante su plan ha tenido que enfrentarse a sus correligionarios, los republicanos, opuestos a toda intervención del Estado, sobre todo si, como parece, la política monetaria heterodoxa de Bernanke ha permitido una política fiscal expansiva por parte del presidente Barack Obama. En otras palabras: la Casa Blanca ordenaba gastos y los financiaba con la deuda que la Reserva Federal le compraba. ¡Un pecado mortal para los republicanos, muy en particular para el durante algunos años rampante Tea Party!

 

La de Bernanke ha sido la mente más brillante de esta oscura crisis. La que ha sacado a Estados Unidos de la Gran Recesión. La que ha impedido la reedición de la Gran Depresión. Pasará a la historia por haber evitado el desastre, o por haber reducido su dimensión. También, el poco carismático Gordon Brown en el Reino Unido. Y su banquero central, Mervyn King. Y, más recientemente, el nuevo primer ministro de Japón, Shinzo Abe, que ha formado otro tándem de éxito con el presidente de la autoridad monetaria del país, Haruhiko Kuroda. Esta última pareja, confiamos, sacará a Japón de la crisis en la que lleva sumergido durante las tres últimas décadas. Y, sí, nos recuerda muchísimo a la formada por Obama y Bernanke.

 

En cambio, muy probablemente, las parejas que han formado Angela Merkel, primero con Jean-Claude Trichet y después con Mario Draghi, pasarán a la historia como las más lamentables. Porque aquí en Europa siguen insistiendo en el error, continúan con la ortodoxia liberal de catecismo a aprender y a cumplir a rajatabla. Una doctrina que nos hunde, aunque a veces parezca que la cosa mejora, como han mostrado los últimos datos europeos que hemos conocido estas semanas.

 

La economía es una ciencia empírica y sólo hay que ver cómo mientras Estados Unidos lleva recuperándose desde 2009 y creando empleo desde hace 35 meses, la zona euro sólo ahora ha sido capaz de salir de su segunda recesión de esta crisis, aunque a trancas y barrancas y aún con destrucción de empleo.

 

¡Ay si el Banco de España fuera como la Fed!

 

En definitiva, nos ha alegrado y nos ha dado mucha envidia ese pequeño párrafo de las últimas actas de la Reserva Federal. La Fed abomina de la precarización del mercado laboral. Incluso elabora informes sobre las favorables consecuencias que tendría la subida del salario mínimo interprofesional en el conjunto de la economía. Lo hizo la Fed de Chicago, la de Charles Evans, en el año 2011.

 

Aquí, mientras tanto, la CEOE quiere flexibilizar aún más la contratación. Ahora, precisamente, con la conversión de contratos a tiempo completo en contratos a tiempo parcial. Lo que para la autoridad monetaria estadounidense es síntoma de crisis, se convierte en una reivindicación para la patronal española. Y, a falta de una autoridad monetaria como la de Estados Unidos, aquí tenemos al Banco de España. Ya conocemos cuál es su discurso, tanto con Miguel Ángel Fernández Ordóñez como con Luis María Linde. Este último ha dado un salto inédito al proponer que se hagan contratos con salarios por debajo del mínimo.

 

Necesitamos sindicatos fuertes, pero ya están muertos

 

La CEOE acaba de decir que quiere negociar con los sindicatos. Y necesitamos que digan “no”, aunque les resulte muy tentador alcanzar un acuerdo que puede ayudar a maquillar las cifras del paro, aunque sea a costa de la multiplicación de los “working poor”.

 

Pero lo más importante es que los sindicatos recuperen la autoridad que han perdido por su propia culpa (la corrupción no ayuda nada a su buena fama) pero, sobre todo, por una campaña de desprestigio mucho más antigua que los últimos escándalos, dado que data de los Gobiernos de Felipe González. La ideología de la clase dominante es la que luego acaba por imponerse y por eso se da la extraña paradoja de que hasta los trabajadores cuyos derechos emanan de la lucha sindical de muchos años quieran acabar con estos instrumentos que les permiten estar representados en las empresas y conservar, en la medida de lo posible, todas esas conquistas. No se dan cuenta de que, ahora más que nunca, los necesitamos fuertes y con el respaldo del mayor número de trabajadores, porque eso es lo que les da legitimidad y poder de negociación. De lo contrario, los mensajes del FMI, de la CEOE, del Banco de España… se llevarán a la práctica. ¿Es que no nos damos cuenta? Pero hemos comprado el discurso y los argumentos (¡qué argumentos!) del adversario.

 

Los sindicatos aún tienen muchos afiliados. El problema es que muchos no participan. Y aunque critican ferozmente a la cúpula, no se involucran para cambiarla o para transformar su funcionamiento interno. Esto es especialmente grave e inculpatorio para los militantes porque la estructura de un sindicato es mucho más permeable y mucho menos rígida que la de un partido político. De hecho, un sindicato es un ente sumamente descentralizado, puesto que cada comité de empresa es responsable de sus propias actuaciones en su centro de trabajo. Si un partido político no es lo que son sus militantes de base, un sindicato sí es aquello en lo que quieran convertirlo sus miembros electos en cada empresa.

 

Pero me temo que llegamos muy tarde para cambiar nada. La última reforma laboral ha acabado con la negociación colectiva y convierte a los convenios colectivos en papel mojado, los que ya están firmados y los que quedan por firmar. Quienes se quejaban de que antes de estos cambios legales los sindicatos tenían mucho poder ahora no protestan contra el absolutismo empresarial.

 

No sólo no podemos hacer nada porque las reformas laborales dejan escasísimo poder de maniobra a los sindicatos, a los comités de empresa, a los trabajadores. No. Esto sólo ha sido la estocada final.

 

Para destruir a los sindicatos antes había que acabar con el trabajo

 

La patronal y los Gobiernos conservadores sabían que para destruir a los sindicatos antes había que destruir el trabajo. Literalmente. Y en España tenemos un gran ejército laboral en la reserva.

 

Para caer en la cuenta de ello sólo hay que repasar la historia y comprobar dónde, en qué contexto, en qué caldo de cultivo, nació la lucha sindical, dónde es hoy todavía más fuerte y en qué tipo de empresas las condiciones de trabajo siguen siendo mejores: en la industria, en las grandes fábricas, allí donde se juntaban cientos de trabajadores con unas pésimas condiciones de trabajo al principio. Todos juntos adquirieron conciencia y reunieron la fuerza suficiente para hacer posible un mercado laboral más justo. Si tienes mil compañeros a tu alrededor, seguro que te da menos miedo ponerte en huelga que si te tienes que enfrentar tú solo al jefe.

 

El desmantelamiento de la industria tiene mucha culpa de la crisis de los sindicatos. También, las contratas, subcontratas que comenzaron a generalizarse en el sector manufacturero y, en España en particular, en el de la construcción… Pero, sobre todo, el tipo de contratos laborales que se comenzaron a estilar en el creciente sector servicios (también en la industria, pero con mucha menor frecuencia) y que impiden, en muchos casos, que los trabajadores hablen, comenten su situación, se unan y emprendan reivindicaciones comunes.

 

Contratos temporales, por obra y servicio, trabajos a tiempo parcial, falsos autónomos… ¡Así es imposible hacer sindicalismo! También porque se prima la negociación individual de las condiciones de trabajo. Hay empresas en las que ninguno de sus trabajadores tienen las mismas condiciones, el mismo horario… ¡Así, la unión es una verdadera utopía! ¡Por eso me pone de los nervios que se hable del teletrabajo como un modelo laboral ideal! Pero soy consciente de que estoy muy chapada a la antigua. O eso quieren hacerme creer.

 

El panorama sindical está así, muerto y prácticamente enterrado. Y se están haciendo muy bien las cosas para que jamás resucite. «Flexibilización» lo llaman. 

 

Porque, ¿es posible que el sindicalismo clásico se adapte a esta nueva realidad? ¿Da un mercado laboral flexible suficiente margen de maniobra a la lucha sindical?

 

En Estados Unidos, ya lo decía antes, podemos estar viviendo el proceso contrario. No sólo por las cosas que dice Ben Bernanke, que muestran preocupación, incluso, por la desigualdad de salarios entre ejecutivos y trabajadores (no se ha ido todavía, le quedan unos pocos meses al frente de la Fed, y ya le estamos echando de menos, aunque en su lugar, podría entrar Janet Yellen y nos gusta). También porque el polémico “fracking” está promoviendo una reindustrialización del país, un retorno de las empresas que se deslocalizaron. En Estados Unidos pueden estarse dando las condiciones para el nacimiento de un nuevo sindicalismo que, una vez más, podría colisionar con el pensamiento ecologista. Soñar es gratis.  

 

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