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Mientras tantoEnvío urgente

Envío urgente


 

“Perder el tiempo comporta ya una estética”.

Libro del desasosiego, Fernando Pessoa

 

 

No es tan raro como suena que a uno le pegue el romanticismo y se ponga a mandar cartas. Nos ha pasado a todos. Lo que ocurre es que hasta ahora las llevaba yo en la mano, y desde Brasil resulta más complicado. Así que pensaba dejar el tema por el momento, y todo bien, hasta que hace mes y medio me dio por felicitar a la antigua usanza un cumpleaños.

 

Hará menos de un año que un amigo, en una fiesta en una casa de Boadilla, se acercó a un par de muchachas con la sonrisa puesta y terminó rodeando a una con el brazo. Hablaron de esto y de lo otro, y al despedirse sin un beso decidieron darse al menos un número de contacto. Mi amigo carraspeó dos veces, echó la mirada a un lado y subiéndose las mangas por encima de los codos dijo que mejor que no, que le diese ella a él su dirección, solo la dirección, que quería ir poco a poco, muy despacio. Ella, sonrojada, dio al muchacho lo que buscaba y se marchó. En menos de 24 horas estábamos con resaca en la oficina de Correos mandando un sobre blanco a una dirección que mi amigo ya no recordaba. Llamamos al chico de la fiesta, a sus amigos, a amigos de amigos…, y bueno, al final la consiguió y para allá que fue la carta. En ella iba escrito el número de móvil de mi amigo y un mensaje que decía algo así como “Háblame por WhatsApp”, para tomarse las cosas con calma. Pasaron las semanas y no llegaba la respuesta. Ni a su móvil, ni al buzón, nada. Tardaríamos un tiempo en enterarnos de que la chica no había reaccionado como todos esperábamos. En cuanto vio la carta se agobió. Muy precipitado todo, sí. Lo que no entendimos nunca es, si le agobió la carta, cuando dio su dirección ¿qué carajos esperaba?

 

El caso es que lo de ponerse en plan romántico a veces falla. Como recitarle un poema a una muchacha. El otro día en clase una compañera se me acercó muy contenta y se puso a ojear mi cuaderno con un interés asombroso (está todo emborronado, y de lo que hay escrito apenas yo entiendo nada), mirándome con cierta admiración, como si sostuviese entre sus manos el manuscrito inédito de un gran poeta. Al rato apareció con un cuaderno limpio y delicado, de tapas azules y con un pequeño bordado a un lado. Me pidió en portugués con su voz suave que le escribiese un poema y se lo dedicase. Y claro, mientras disimulaba arrancando la tapa del boli con la boca intentando ganar tiempo, suplicaba a mí me memoria que mandase lo primero que encontrara. Y resulta que, por azar o por lo que mierda sea, venía de leer una hora antes una entrevista en El País a Fernando Arrabal, y este citaba unos versos de Houllebecq:

 

“Todo hombre quiere que la mujer más bella del mundo le chupe la polla.

Todo hombre quiere que la mujer más bella del mundo le chupe la polla todos los días.

Todos los hombres quieren que todas las mujeres más bellas del mundo les chupen la polla todos los días.

El resto es tecnología”.

 

Claro, esto aún rondaba por mi frente cuando me sale la chica con esas. A fin de cuentas ella no sabe español, pero, joder, que tenía que dedicarle el poema.

 

Por eso me alegra escribir tranquilo y a escondidas, por el margen de reacción. Y los de Correos parece que me comprenden. Y a esto iba, que me da por mandar una carta por correo ordinario (mandarla por urgente suena más desesperado) para felicitar con mucho cariño un cumpleaños, con dedicatoria y todo, con posdata, con sus sellos, con restos de saliva salpicando con ternura el cierre. “De 10 a 15 días”, me dice el tipo que me atiende desde el otro lado de la barra. Del mostrador, lo que sea. Perfecto para que llegue en la fecha indicada. Un plan sin fisuras. Admirable, ¿quién se toma estas molestias hoy en día? Teniendo el correo electrónico, el WhatsApp…, y bueno, Skype, aunque últimamente por Skype me noto algo tartamudo. Una carta, sí señor. A pesar de estar escrita a ordenador (a mano de verdad, de corazón, que es que no se entienden ni las comas), una carta a la que objetar nada. Y ¡pum!, enviada.

 

A los 15 días, el localizador me dice que aún no ha salido de Brasil, que está en Sao Paolo. A los 25, llega a España. Como es obvio, al felicitar el cumpleaños por WhatsApp, aviso de que hay una carta en camino, con un ligero toque de retraso. Aun así, conserva todo su encanto. Han pasado ya casi 40 días y me pregunta un amigo esta mañana (también anda metido en un lío de cartas) que si mi carta ya ha llegado. Y bueno, le respondo cabizbajo, lo que ocurre con mi carta es que cuando ya estaba en Madrid habrán pensado que igual quería yo echarle un último vistazo, corregir la ortografía, retocarla, porque el rastreador me dice que está volviendo a Brasil camino del remitente.   

 

Cuando llegue a mis dominios la abriré con ilusión, cambiaré algunas palabras (lo que me faltaba es que me la manden de vuelta y encima no cambiar nada) y me acercaré a Correos pidiendo un envío urgente. A tomar por culo el romanticismo. Y en observaciones solo pediré una cosa, ya no que llegue, no, ¡que no vuelva!

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