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Mientras tantoÉrase una vez...

Érase una vez…


 

Suena Blue Cee, de Charles Mingus

 

El recientemente fallecido Alain Resnais los llamaba cariñosamente “Los Jacri” para constatar la sintonía y la complicidad de esta pareja de actores, perteneciente a su troupe habitual de los últimos años, y que redactaron a cuatro manos el guión de esa maravillosa joya que es On connaît la chanson. Pese a la muerte del maestro, Agnès Jaoui y Jean-Pierre Bacri, los miembros del binomio, hace tiempo que demostraron su capacidad para andar por cuenta propia en este el mundo del cine. Su orfandad cinematográfica, contrariamente a ser un suceso trágico y traumático, la asumen con la naturalidad misma que caracteriza sus propias películas, aquellas que escriben conjuntamente y que se encarga de dirigir Jaoui, aquellas en las que los acontecimientos, cotidianos y comunes, transcurren como la vida misma, como transcurre la muerte, o el amor, o los sueños.

 

 

Al escribir para Resnais el guión de On connaît la chanson no solo le hicieron una valiosa ofrenda a su mentor sino que anticiparon la fórmula que finalmente pusieron en práctica con Para todos los gustos (Le gout des autres, 2000), una exitosa comedia basada en historias corales y entrecruzadas, que hábilmente combinaba la comedia de enredo y equívocos y el drama agridulce, y que trataba temas comunes y cercanos, propios del día a día, de la gente anónima, con la suficiente dosis de sofisticación para no parecer pueriles, pero sin caer en la gravedad ni la pedantería. Y en Como una imagen (Comme une image, 2004) la cosa volvió a funcionar a la perfección, evidenciando inteligencia a la hora de construir una historia y a la hora de dotar de humanidad a sus personajes, aplicando esa fórmula que combina el tono afable con el irónico. Háblame de la lluvia (Parlez-moi de la pluie, 2008) flaqueó, como si a la tercera demostración de la formulación hubiese un error en alguno de sus pasos. Por eso Un cuento francés (2013) –qué pésima traducción para el original Au bout du conte– tiene algo de novedoso, y a la vez tan caro al propio Resnais, como es ese gusto, por la tradición popular, y aquí concretamente por los cuentos infantiles conocidos por todos, aludidos en el título, y con cuyos elementos y situaciones más reconocidas juegan Jaoui y Bacri de forma lúdica e irónica.

 

 

Tenemos pues, varias historias que construyen un relato enrevesado, un tanto caótico a veces, protagonizadas por una joven que cree en el amor verdadero y en lo que programe el destino, una mujer madura que todavía aspira a ser actriz, un joven que quiere triunfar siendo honesto, un descreído que espera angustiado que se cumpla su destino fatal anunciado por una vidente, tenemos a una madre que renuncia a envejecer y unos enamorados que no acaban comiendo perdices. Y todo ello narrado con la agilidad y el dinamismo propios de los relatos orales, con la sencillez de un cuento infantil, aquí reformulados en algunos de sus elementos característicos para la ocasión: es un chico quien se convierte en Cenicienta al perder el zapato; Caperucita se enamora del lobo; las hadas madrinas no interfieren en el destino de los protagonistas, etc.-

 

 

Como es habitual en el tándem “Jacri”, los diálogos funcionan a la perfección y los actores se desenvuelven con increíble naturalidad pese a una puesta en escena a la que le afecta más de lo habitual su artificiosidad. Y es que entendemos que de lo que se trata aquí es de participar en el juego y dejarse llevar por un relato cuyo motor emocional son las creencias de los personajes, en forma de sueños por cumplir o de pesadillas no deseadas, y cuyo principal motivo narrativo es combinar  historias al uso y convencionales con elementos de la tradición narrativa popular. Sin embargo, esta parece introducirse de forma premeditada, como un simple chiste o apunte irónico, lo que provoca que se evidencie la artificiosidad y por lo tanto afecte a la naturalidad que caracterizaba las dos primeras películas del dueto. Era preferible, pues, abrirse más a lo absurdo y a lo mágico. Algo a lo que, sin duda, no se hubiese opuesto Alain Resnais. 

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