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Errores y cortes de pelo

 

 

Me gusta recordar una frase de Jim Morrison “Some of the worst mistakes in my life were haircuts”. Sonrío al pensar en ella. Uno tiene que haber cometido errores muy pequeños para darle al corte de pelo ese trofeo: el de haber sido el peor error. Porque en la vida existen esa categoría de cosas: el mejor día de tu vida, la mejor amiga, el peor amante, el día que nunca olvidarás, etc. Cómo si todo pudiera etiquetarse conforme a estas dos categorías: lo mejor y lo peor. Como si pudiéramos medir los momentos como se mide el estado de la carne que comemos o la cocción de la pasta.

 

Ayer vi una película –no recuerdo ni el nombre- en la que una mujer le preguntaba a la otra en un tono casi místico “¿Qué es lo peor que has hecho en la vida?” La otra, perpleja, no sabía que responder. Es difícil. Si nos la planteamos, apuesto a que muchos de nosotros tardaríamos tiempo en poder responder la pregunta. ¿El peor error? En el colegio, en la guardería incluso, nos dijeron a todos que equivocarse era malo. Que restaba en vez de sumar. Y fue algo que pensé durante toda mi infancia. Es cierto que luego nos venían con aquel cuento de “lo importante es participar” pero sabíamos, seguimos sabiendo, que lo importante era tener razón, ganar, no equivocarse. Ignoro porque vivimos en una sociedad en la que sólo cuentan los éxitos. Habrá muchos afortunados que hayan aprendido de aventuras exitosas, pero yo lo he hecho mucho más a menudo cuando me he equivocado. De niña, tenía terror a equivocarme. Nadie me enseñó que en la vida, las matrículas de honor las daba la experiencia; el haberse caído unas cuantas veces.

 

Cuando empecé a aficionarme a la lectura di con un pasaje al que vuelvo a menudo. Pertenece al libro Nada y así sea, de Oriana Falacci, un reportaje/ diario acerca de la guerra de Vietnam. Abrí al libro al azar y leí un diálogo que desde entonces me sé de memoria. Me lo he repetido tantas veces que se ha convertido en un mantra que, si algún día tengo hijos, les repetiré hasta que se cansen de mí.

 

 – ¿Qué es la vida, François?


 – No lo sé. Pero a veces me pregunto si no será un escenario donde te envilecen de arrogancia, y cuando te han envilecido has de atravesarlo, y para atravesarlo hay muchas maneras, la del indio, la del norteamericano, la del vietcong…


– ¿Y cuándo lo has atravesado?


– Cuando lo has atravesado, se acabó. Has vivido. Sales de escena y mueres.


–   ¿Y si mueres de repente?


  – Da lo mismo. Puedes atravesar el escenario con mayor o menor ligereza. No cuenta el tiempo que emplees en hacerlo, cuenta la forma de atravesarlo. Lo importante es atravesarlo bien.


  – ¿Y qué significa atravesarlo bien?


 – Significa no caer en la concha del apuntador. Significa pelear. Como un vietcong. No dejarse degollar, no tumbarse al sol, no paralizarse bajo el pinchazo, no charlar por los codos y nada más como hacen los hipócritas y, a fin de cuentas, también nosotros. Significa creer en algo y pelear. Como un vietcong.


  – ¿Y si te equivocas?


– Paciencia. El error siempre es mejor que la nada.


Aquella última frase me acompaña desde entonces. Porque con los años he ido comprendiendo que el pasado nunca vuelve, pero que áun menos lo hace todo aquello que no hemos hecho. Existen los errores, aprendemos de ellos. Pero no existe lo que no hemos hecho.

 

No pretendo hacer un elogio del error. Simplemente me parece que deberían enseñarnos a equivocarnos, que deberíamos hablar más de los errores que de los éxitos. Es sano. Y ya para acabar: un mal corte de pelo es un desastre. Pero cuando pasa, uno ya aprende cómo nunca más quiere volver a cortarse el pelo. Y así es la vida. Y así sucede con todo lo demás, no solo con el pelo.

 

“The mistakes I’ve made are dead to me. But I can’t take back the things I never did.”


Jonathan Safran Foer

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