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Es domingo

 

 

 

Es domingo y te has levantado pensando en eso, en que es domingo. Has mirado por la ventana y has visto ese cielo plomizo que va de conjunto con el día de la semana.

 

No estás de resaca pero como si lo estuvieras. Viste ayer la ceremonia de los Goya y quitaste el audio durante determinados discursos. Pensaste en Tim y en Juliette, en enviarles un WhatsApp si pudieras –having fun, uh?–. Aunque también, admítelo, pensaste en Ricardo Darín, en enviarle a él otro mensaje –¿Cenamos algún día?–. Esas son las cosas que te ocurren en los Goya.

 

Saltas de la cama y decides poner lavadoras, hacer crema de calabaza, preparar lenguado a la meunière. Pero claro. Es domingo. Bajas a la calle y de lenguados ni rastro. La calabaza, uy. Te cuenta tu amigo Rashid, el paquistaní que regenta el colmado, que la piel es muy dura y que tú –te conoce– no sabrás pelarla. O que te costará mucho.

 

Es domingo y acabas –sabías que sería así– cocinando pasta sin lenguado ni calabaza. Pasta, mantequilla y queso pecorino; esa receta romana llamada Cacio e pepe que viene siendo pasta con queso de toda la vida. Mac and cheese que dirían otros.

 

Es domingo y los domingos son Karmelo C. Iribarren y Donosti, el horizonte permanentemente nublado frente al hotel Londres. El paraguas por si acaso. Son también un vinito blanco pensando qué pereza mañana es lunes. Son regresos en un tren que deja atrás paisajes, ciudades, estaciones.

 

Los domingos son las ganas de que las cosas sean diferentes y que no lo sean. Pero la esperanza de que puedan serlo. A la vez, son las tiendas cerradas y los paseos silenciosos. Las ganas de manta-peli-novio. Y si no hay novio ni manta, hay peli y Netflix. Quien no se conforma es porque no quiere.

 

Los domingos se inventaron para la queja y la melancolía. Y está bien que así sea. Isabel Coixet escribió un libro llamado Alguien debería prohibir los domingos por la tarde. Pero en ese caso habría que preguntarle al bueno de Karmelo C. Iribarren dónde quedarían algunas de sus mejores composiciones. Los domingos son necesarios para detenerse. Para observar la lluvia a través de los cristales de la ventana. La lluvia; qué sería de los domingos sin ella y sin la queja, ya hacia el final de la tarde, de la pereza que da que mañana sea lunes.

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