Hoy por hoy, evidentemente no. El descalabro ante el Lyon, ni justo ni injusto, presagiaba lo que le ocurriría indefectiblemente en la siguiente ronda, el equipo blanco no está para derrotar a doble partido a la media docena de los mejores conjuntos del continente. Le falta eso, grandeza.
El equipo del Bernabeu es ciertamente temido. Eliminarlo es un espaldarazo mediático para cualquier contrincante. El Lyon, un conjunto que está cuarto en la no muy potente Liga francesa y que nunca había pasado de octavos en la Copa de Europa, ha sacado pecho. La prensa gala, clemente, en principio, con el Real, no tenía más remedio que escribir que el equipo francés había devuelto a la realidad a los españoles, que había acabado con su sueño y proclamaba en un chovinismo harto comprensible: el Lyon entra en la leyenda. Es, con todo, un triste consuelo para la mitad de los aficionados españoles, la otra mitad disfruta con cualquier tropezón de los merengues, que el Madrid sea en estos últimos años un sparring de lujo, un contrincante al que no hay que menospreciar, que sirve para darte lustre si lo eliminas pero que, si impera la lógica, en el fútbol afortunadamente no siempre es así, se quedará a medio camino. Su maestría, su autoridad, su capacidad de remontar en su campo un resultado negativo no son los de antaño.
La situación no ha cambiado con el nuevo y multimillonario equipo. Ya es obvio que este año de las grandes estrellas el Madrid “no se va a salir”. El conjunto se entrega a fondo, batalla con pundonor -de ahí que esté a la cabeza de la Liga-, pero brillar, brillar, verdaderamente ha brillado, sin deslumbrar nada más que a los fanáticos, en un par de encuentros y en otros tres medios tiempos. No es ya que el batacazo del Alcorcón y el palmetazo del Lyon nos pongan los pies en el suelo, es que en la inmensa regularidad de los partidos disputados al Madrid ha vencido pero no convencido. Ninguna de sus grandes vedettes ha justificado -la opacidad de alguna de ellas es clamorosa- el descomunal desembolso.
Lo curioso del Madrid es que nadie puede decir que sus grandes figuras se inhiben y no se esfuerzan. Al contrario se las ve ansiosas, batalladoras, entregadas. El caso de Kaká seria el más paradigmático y constituye una de esas incógnitas que a veces nos depara el fútbol. ¿Cómo es posible que uno de la media docena de mejores jugadores del mundo, en la flor de la edad deportiva, se haya convertido en Mr. Mediocre y no se recuerde de él ninguna acción sobresaliente transcurridos más de treinta partidos? El conjunto, repetimos, no funciona como una gran equipo, decir que la culpa es de Pellegrini es bastante temerario y en buena medida injusto pero el hecho está ahí.
La comparación con el Barcelona es casi inevitable. Los catalanes pueden haber tenido un leve desfallecimiento, pero su juego global es envidiable y en bastantes tardes un placer para cualquier amante del buen fútbol. El Barça puede embelesar; el Madrid, no. Lleva más tiempo de rodaje, es cierto. Los aficionados mundiales, con todo, ven frecuentemente en la pantalla pequeña el hechizo del encaje de bolillos de los azulgranas y mucho más raramente el del Madrid.
Los aficionados madridistas, deseando como deseamos que sólo hay que dar tiempo al tiempo, gustan de imaginar que los catalanes tienen mejor equipo pero el Madrid mejores individualidades. Esto, hoy por hoy, es otro sueño. No hay tal. Ni Ronaldo, a pesar de su precio, es más rentable que Messi, ni Xavi Alonso que su homónimo del Barça, ni, por supuesto Kaká que Iniesta. Si diez ojeadores venidos de Marte o de la Luna vieran media docena de encuentros de esta temporada de Iniesta y de Kaká, los diez pagarían el triple por el albacetense y desdeñarían al brasileño.
Los madridistas deben rezar porque esto sea pasajero. Mientras, el Barcelona sigue conquistando imagen internacionalmente. Gracias a la tele, la captación de seguidores en el planeta del equipo catalán en los últimos años ha sido galopante. Ha debido desplazar al Madrid y al Manchester como el club más admirado. Por eso, ayer en Los Ángeles, donde resido, cuando entré en un restaurante indio y vi en una larga mesa una familia numerosa de padre americano y madre filipina en la que el progenitor y cuatro de los críos iban enfundados con la elástica del Real Madrid, una imagen que hace años no veía, he estado a punto de acercarme y decirles: «Gracias, me devuelven un poquito la moral después del sofocón del Lyon”.