Como comentaba Fernando Vallespín hace un mes en El País la presencia de politólogos en el debate público español no ha hecho más que aumentar en los últimos años. Ya sea debido a una ciudadanía que exige cada vez más información política en un contexto de crisis, ya sea por herramientas como Twitter o una mayor apertura de canales gracias a internet que han facilitado la labor divulgativa de muchos científicos sociales, el hecho parece indiscutible. En mi humilde opinión es una gran noticia de cara a enriquecer la calidad de nuestro debate público. Algo similar opinaba José Ignacio Torreblanca en su blog Café Steiner. Otros, como el periodista y ensayista Francesc-Marc Álvaro se muestran más escépticos ante su irrupción.
Recuerdo cuando hace unos años, contra todo pronóstico para mucha gente de mi entorno, decidí estudiar Ciencias Políticas y Sociología. En la modalidad de bachillerato científico-técnico la mera pronunciación de aquellas tres palabras solía provocar caras de desconcierto, o incluso de cierta decepción al enterarse de que pretendía dedicar mi vida a los tejemanejes del poder. Y qué decir de la osadía de incluir en una misma oración, sin ni siquiera una palabra entre medio, la “ciencia” y la “política”. Evidentemente, a un imberbe chaval de provincias a punto de cumplir los dieciocho años aquello le provocaba todavía más dudas de las habituales en este tipo de decisiones.
En los últimos años el agravamiento de la crisis ha venido acompañado del aumento del descrédito de los españoles hacia las instituciones y los políticos. En mi caso, en según qué tipo de contextos he tratado de omitir la carrera que estudiaba. Otras veces, apostaba directamente por la popularidad del Derecho con la intención de evitar situaciones embarazosas. Lo hacía con cierta sorna, ya que en el propio Congreso de los Diputados predominan los licenciados en Derecho por encima de cualquier otro tipo carrera universitaria; sin embargo, nadie pensaba en política cuando les hablaba de Derecho.
Este verano volví a España después de un año en el extranjero. Las cosas habían cambiado sustancialmente en el panorama político con la irrupción de Podemos. Amigos con los que apenas había hablado nunca de política se mostraban muy interesados en mis opiniones de politólogo. Comencé a percibir otro fenómeno interesante: si eras joven, de izquierdas y estudiante de políticas o politólogo eras automáticamente de Podemos. Los matices le convertían a uno rápidamente en casta o uno de sus derivados.
La de hoy ha sido una tarde electoral apasionante. Algunos hemos aprendido sobre el sistema electoral griego o sobre las peculiaridades de los diferentes partidos y su historia. Al mismo tiempo, otros debatían sobre las implicaciones de una mayoría absoluta de Syriza o acerca de la dificultad a la hora de asignar responsabilidades por parte de los electores en los gobiernos de coalición. La mayor parte del debate en twitter se producía entre politólogos, pero no sólo. El físico Alberto Sicilia (@pmarsupia) nos informaba desde el lugar de los hechos -y ya van unas cuantas- con mucha profesionalidad y una cautela admirable.
Alberto Corsin, antropólogo del CSIC, reflexiona aquí sobre la aparición de dos polos politológicos con intereses opuestos: por un lado, los procedentes del CEACS de la March, trampolín de acceso tradicional a las universidades más prestigiosas, y por otro lado la politología militante de Podemos. Corsín no se olvida tampoco de «los silencios, las tendencias o escuelas de pensamiento que apenas se escuchan hoy en el mainstream politológico en España».
El periodista Gonzalo López Alba ha publicado recientemente un informe en la Fundación Alternativas titulado El cambio de era en los medios de comunicación. Cuando esta tarde lo he consultado a vuela pluma me han llamado la atención dos tablas. La información que se presenta es bastante intuitiva: en nuestro país triunfan los médicos y los ingenieros.
Quién sabe si pronto los barómetros del CIS incluirán a los politólogos, y cómo los valorarían los ciudadanos. O si, en cambio, la creciente importancia del rol de los politólogos no es más que un hype pasajero. Por supuesto que también debemos ser escépticos ante los que se presentan como expertos. Además, deberíamos fiarnos más del experto zorro que del erizo.
Por cierto, Bunbury en su día se refirió a los politólogos y Ryan Adams, tantas veces reivindicado desde esta bitácora, tiene una canción titulada Political Scientist donde no salen muy bien parados.