Pepe –que presume de freír los mejores churros de Compostela, pero que desconoce que su bar es un filón para este blog– pregunta retóricamente si el desayuno estaba bien. Por cortesía o costumbre, todo suele terminar con intercambio de sonrisas. Pero ay ayer: la clienta –una experta en cruasanes, según confesó ella misma junto a la barra– se había despertado sin ganas de mentiras. Le faltaba horneado. Pepe recibió la cornada como hace unos días yo acepté –sin esquivarlos– los puñetazos de inmensa ternura de Bill Lyon en La escritura transparente. Sé que algunas semanas, estas líneas han sido jeroglíficamente opacas, pero los estados de ánimo son diferentes a cada rato y aquí –sin voluntad periodística– hay mucho de eso. Como en Boyhood, que me recuerda a Los nombres de las cosas. La mañana siguiente al cine, la Procesión de las Mortajas en A Pobra do Caramiñal con sus exvotos, de los que me había hablado el etnógrafo Paco Blanco en su meritoria y didáctica exposición Mixticismos. Y ahora, convertido en salmantiagués, tal vez empiezo a comprender que las máscaras eran lo otro.