Puede que sean un hombre y una mujer. O una mujer y un hombre. O dos mujeres. O dos hombres. Puede y tanto da.
Es una masa difusa que tanto puede ser un hombre o una mujer, depende menos de la combinación de sustancias (difusas) que lo(s) conforman que de la voluntad por poner una de ellas en primer plano. Magma de rasgos y desmanes que hablarían de él/ella en un género u otro. Es todo cuestión de elección o de foco, de luz o de preferencias. Porque alberga(n) razones y sentimientos para ser una cosa u otra. Pero nada prefiere, especialmente.
El magma.
Es como el agua que se decanta para un caño u otro, dependiendo del azar de los elementos que le empujan; siendo siempre el agua la misma: una compactación difusa de muchas otras diferentes.
Pero imaginemos que son un hombre y una mujer, venga.
Él lleva unos jeans, largos (a pesar del calor). Unas náuticas. Pero no lleva camisa. Ella sí, camisa, sí; pero no pantalones. O, al menos, no se le ven. Quizá sean de esos breves (shorts), que quedan ocultos por debajo de la camisa (blusa, en realidad).
Y ahora hazte a la idea de que están muertos.
Porque todo lo que aparezca en este texto ya fue (es solo recuerdo, o invención)
*
Los miras fijamente. Están en una fotografía. No, mentira. Es un cuadro. Un óleo.
En tonos ocres, azulados. Mucho amarillo. El fondo es negro como el carbón.
Parecen apresados en el tiempo (pasa con todos los muertos). Solo es un efecto, sin embargo.
Ellos viven, quieren vivir. Desean continuar existiendo en tu imaginación.
Imagínatelos, pues.
Son un hombre y una mujer jóvenes. Enamorados.
Ya no están en su juventud primera, pero aun el brío les asiste. Se les nota que tienen ganas. Es el amor que los sostiene en ese limbo.
El amor que es como esa brisa capciosa que antecede la tormenta.
Porque ese cuadro es el comienzo del desastre. De la lluvia.
Por eso se han quedado ahí, apresados. En su potencialidad extrema.
Vibrando con el placer que viene un segundo antes. Un segundo antes del abismo.
*
Es un óleo hermoso, ¿no crees?
Tan pronto pueden lanzarse al asombro de una cama con las sábanas revueltas como al festín de una pelea (salvaje y) mortal.
Lo son todo. Estos dos tortolitos.
Pero no te engañes. Es el amor. La idea del amor. Que no está en su cabeza, sino en la tuya.
Ellos no son nada, ya te lo dije. Son gránulos por formar. Píxeles desenfocados.
Por sí mismos no son nada.
Son vectores sin dirección ni sentido.
Apenas números.
Dos unidades a las que tú les vas a asignar el valor numérico que gustes.
[o acaso ninguno; lo cual, en mi opinión, sería mejor]
*
Porque hablamos de una mujer y un hombre, un hombre y una mujer.
Pero igual de fácil sería hablar del viento que lame la hoja del árbol, de la gota de lluvia que roza el suelo, de la rueda que brinca por el asfalto quemado.
Porque en este texto no hay nada más que tus ojos.
Tu mirada que es una idea.
Una voluntad tridimensional, satisfactoria y sensible.
Nada más.