“Sólo se entra en la vida de los otros, por las puertas de la muerte”, afirmaba Narciso Ibáñez Menta, creador protagonista de la serie televisiva que da título a esta entrada, y que hechizó a toda la sociedad española de 1967. La muerte servida en casa semanalmente, parece interesar a todos los públicos, ya que excita sus pasiones e instintos más primitivos.
Uno de los antagonismos más pronunciados en los géneros narrativos, se produce entre el realismo más fotocópico de la vida vulgar y corriente, y lo fantástico de ciertas narraciones heroicas, mágicas, o ultra terrenales. El crimen se produce de cuando en cuando, por eso impacta, conmueve y emociona.
El realismo literal de ciertas comedias televisivas costumbristas, dan un poco de asco, emitidas en sesión de noche. Seguir sintiéndose como en el bar, el autobús o el supermercado, tras un largo día atendiendo obligaciones, pocas atracciones fatales puede despertar. Una serie televisiva nocturna debe tener intriga, erotismo, pasiones, y hasta encontronazos violentos con la muerte. Las series de institutos, familias desayunando juntos en la cocina, y demás obviedades cotidianas, son como las series o las películas de negros: están destinadas a un gueto.
La muerte nos uniformiza a todos los públicos. Ahí si qué tenemos un buen terreno para un buen relato. El contacto con la violencia, la sangre o el sexo, estimulan a la hora -somnolienta y embriagada- de la digestión de la cena, en la intimidad del hogar.
La producción televisiva de series policiacas es tan antigua como el mismo medio, y ya había sucumbido al género previamente el medio cinematográfico. El hecho de que los protagonistas estén investigando y resolviendo un crimen, activa la participación del público desde sus casas, (bien oscuras, para entrar mejor en la atmósfera del relato macabro y mortal), que se implica como si estuviese realizando un puzle.
Todas estas expectativas del género policiaco televisivo las ha cubierto con creces la serie de Tele-5, Punta Escarlata, que terminó hace unas horas de emitir su desenlace. Ha sido una serie de calidad ofrecida a la audiencia en el secarral de reposiciones veraniegas televisivas, algo que hay que agradecer a la cadena, y rezar para que se imponga como norma común en todas las demás.
La cuidada producción de la serie, la calidad de su guión y el acertado reparto, le dan una factura más cinematográfica que televisiva, lo cual redunda siempre en beneficio del público. Si una de las mayores cualidades que valora Faba en una serie de TV es que tenga personalidad propia, en este caso, podría decirse que el mayor logro de Punta Escarlata es tener su propia atmósfera.
Quizás su atractivo radique en que todos sus personajes sean tan sensuales. No sólo porque no habría problemas de ningún tipo en acostarse con casi todos ellos, si no en el efecto que esto produce en la pantalla: los personajes de Punta Escarlata la llenan y esto no pasa desapercibido para el público; bien al contrario, le atrae y le interesa.
El maestro de ceremonias que dirige este coro de policías, guardias civiles, sicópatas, jovencitos y jovencitas, y demás miembros de una pequeña localidad costera –Punta Escarlata- no es otro que el agente Bosco, interpretado por el carismático y sexy Carles Francino, poseedor de unos ojos de galán de cine mudo; habla con su mirada, y no puede haber mayor virtud en un actor que trabaja frente a una cámara.
La trama está bien construida en torno a la investigación de los crímenes de dos chicas del pueblo -sucedidos unos años antes- reactivados al encontrarse sus cuerpos, e iniciarse una nueva oleada de asesinatos de muchachas, perpetrados bajo las mismas pautas. En torno a las cabañas de un camping en la playa, un cuartelillo de la Guardia Civil, y unos pinares y cañaverales, se desarrollan las peripecias de esta intrigante y truculenta historia.
El director ha realizado una puesta en escena aparentemente sencilla, sin retóricas exhibicionistas de autor, si no concentrándose en la intensidad de la historia, lograda con personajes creíbles, dignos y en definitiva, interesantes. Una música que acompaña a la historia y se convierte en parte de la misma trama, (el asesino siempre mata con la misma canción), sin necesidad de imitar a ninguna otra. La acertada importancia dada a los objetos, como realmente la tienen en cualquier historia policiaca, medida y calculada en el guión como una partitura.
Pero donde más acierta la serie es en la inspirada elección del reparto, desde los pivones juveniles (Ana Rujas y Álvaro Cervantes), al camello (Daniel Holguín), la pareja de policías (Carles Francino y Antonio Hortelano), el sargento (Fernando Cayo), y las atractivas chicas de los dos polis: la guardia civil con cuerpo de modelo (Kira Miró), y la hermosa dueña del camping (Elena Ballesteros). Todas las interpretaciones terminan conmoviendo al espectador, como si los actores y actrices vibraran como instrumentos de una afinada orquesta.
Quizás lo más truculento de Punta Escarlata sean los cebos que los guionistas han colocado dentro de la historia, para dirigir las sospechas del público hacia diferentes personajes. ¿Quién sería el asesino? ¿El cura, el padre de la chica visionaria, el camello suculento, el loco del pueblo, el sargento…? La tesis de la policía coincide con las de los guionistas: cualquiera puede ser el asesino de las chicas del camping. Incluso los mismos telespectadores, terminan sintiéndose hipotéticos culpables en la tranquilidad de sus hogares. Todos conservamos el instinto del cazador primigenio, ¿o, no es el sexo una sesión de caza contra una víctima acordada? A través de los más bajos instintos suele manifestarse con más certeza lo que atesoramos en nuestro cerebro.
Finalmente, resulta muy verista, convincente y sugestivo para la audiencia, que la historia de los personajes coincida estacionalmente con la de su fecha de emisión. Punta Escarlata sucede en verano y concluye en los primeros días de septiembre, lo que añade otro aliciente para que se produzca la necesaria identificación y catarsis del público.