Cualquier visita al sur del Líbano conlleva una parada en alguna de las deliciosas pastelerías de Saida, a mitad de camino. Saida, una ciudad con enjundia, con un bonito zoco y un destacado papel en la historia y la arqueología que a pocos importa. Ella está sentada frente al mar, saboreando un café amargo, mordisqueando varios kilos de los famosos dulces árabes. Él la fotografía con paciencia y ojos preñados de ternura. Ante ellos se extiende el Mediterráneo en calma, las playas de fina arena de las que partieron los avezados fenicios, la enorme e ingente cantidad de mierda y desperdicios que los libaneses tiran al mar…
A poca distancia, como Annapurna en el horizonte, se levanta el basurero infecto. Los pájaros revolotean en bandadas en torno a él, los deshechos de hospital caen en cascada desde la cumbre a las profundidades del océano desapareciendo con un gracioso chapoteo, la porquería de los retretes resulta vencedora en su cruenta batalla contra el fuego. Hasta ella, la más ardiente defensora de lo putrefacto y corrompido, emite un leve suspiro de disgusto.
Prosiguen su camino rumbo a Tiro. Mayor historia, mayor enjundia, celebrada por su belleza en la Antigüedad, y pocilga inmunda hoy en la que los cerdos pueden revolcarse entre ruinas milenarias. El coqueto faro reconvertido en hotel proporciona experiencias de ensueño a los enamorados. Bajo el ligero oleaje se oculta el puerto de la vieja y gloriosa ciudad de Tiro. El mar, el eterno y maltratado compañero de viaje en el Líbano, trae a la orilla macizas ruinas romanas, cristales puntiagudos de botellas rotas, latas de cerveza, bolsas de patatas fritas, proyectiles de fósforo blanco escupidos desde los cielos por un Yahvé iracundo y sediento de venganza…
Tiro está todavía adormecido en invierno. Las parejas al menos pueden amarse. Redescubrir los misterios del cuerpo femenino; juguetear con el único estandarte, cual Damasco en la espesura de la noche de la historia, que permanece vivo y poblado desde su creación. La brisa marina se cuela a través de las rendijas de la ventana. En el fondo ella es una romántica. Él constriñe sus peludos huevos en unos gayumbos hechos para declarar la guerra. Ella esconde sus pezones rosados bajo las múltiples picaduras de mosquitos, insectos, arañas y otras criaturas de Dios que cohabitan junto al mar.
Un borracho vomita junto a la ventana. El sonido de las olas se mezcla con los acelerones de vespinos conducidos por garrulos con cadenas de oro haciendo el caballito. Scorpions pone la banda sonora en el bar situado en la planta baja del faro. Las voces no se disuelven hasta bien entrada la madrugada. Es entonces, cuando aprovechando el silencio, ella contempla el firmamento. Alejandro Magno tardó 7 meses en conquistar Tiro hasta que finalmente cayó. Los tirios, como hoy los libaneses, volverían a empezar de nuevo. Nadie como ellos para ponerse en pie, incluso sobre la más resbaladiza mierda.