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Escapar de una ratonera de 100.000 euros

 

Esperando a que Jerry salga. Fotomontaje/Fotografía de Cristinsa Sánchez

 

—¿Para qué me llamas si tienes novia, si me has dejado por otra?

—Porque quiero que seas mi amiga. Eres una persona importante en mi vida.

—No somos amigos. Es mejor que dejemos de hablarnos.

—Vale. Pues a partir de ahora no te voy a llamar más.

—De acuerdo.

 

Me desperté a la mañana siguiente con resaca de la conversación de la noche anterior. Salí a las calles de la urbe madrileña. Era sábado, lo sabía porque los metros pasaban con menos frecuencia. Y porque la redacción del periódico estaba a medio gas. Como yo. No había gente entrando y saliendo, corriendo, hablando con los móviles, tuiteando cada segundo, como de costumbre. Se estaba tranquilo. Era una tarde perfecta para escribir.

 

Ayer había sido una noche complicada. Tuve una conversación telefónica con alguien que había borrado de mi vida, pero que siempre aparecería de nuevo. En parte porque se lo permitía, en parte porque me costaba desprenderme de las personas que me encontraba en mis andanzas. Los recuerdos siempre me perseguían, en parte como las personas. Vivir más de un año en una misma ciudad, con la misma gente, y las mismas imágenes día tras día me daba pánico. Me sentía como un león enjaulado. Hambrienta de mundo, hambrienta de vida, y hambrienta de experiencias. A veces me preguntaba si era una cuestión de edad o de personalidad. Si lo que me gustaba era viajar o mi vida era una constante huida de una vida normal. Normal, entre comillas, como me dijo Mónica Bernabé cuando la entrevisté, porque la normalidad es muy relativa.

 

Llegué a la redacción a las once y cuarto de la mañana. Me tomé el café con los compañeros de mi máster del periódico. Estábamos once de los quince que somos. Se supone que al final de las prácticas van a contratar a los dos mejores, o a más. Nunca se sabe. Muchos de mis compañeros están luchando por conseguir ese puesto. Y lo veo normal. Incluso mi familia me anima a que haga un buen curso y consiga un trabajo como redactora, en mi periódico nacional. El sueño de muchos.

 

Pero a veces la vida normal me parece una ratonera.

 

Como una de las obras de arte de ARCOmadrid2013, Esperando a Jerry, en la que un artista vendió los planos de una ratonera en una pared por 100.000 euros. Hay gente que paga por encerrarse, por conseguir que su vida tenga un orden: trabajo estable, mujer, hijos, hipotecas, por conseguir un estatus, por construir una ratonera. Y hay gente que paga por librarse de ese laberinto sin salida.

 

Yo era del segundo grupo. Mi carácter anárquico (como decía David Jiménez), solitario, impulsivo y autoritario me impedía ser del primero. A veces me preguntaba si había gente que estaba destinada a estar sola. Y si era malo o bueno. Israel me había cambiado. Me había hecho más fuerte, más segura de mí misma. Me había hecho perder el miedo a la vida, y al mundo. Pero la fortaleza es un arma de doble filo. Porque al fin y al cabo te aísla, te encierra en una burbuja con patas que solo tú sabes dirigir, y en la que no permites que nadie más entre, por miedo a romperla.

 

Supongo que todo esta parrafada viene a raíz de la conversación de la noche pasada, a raíz de borrar a la fuerza a personas de las que no quiero olvidarme, a raíz de seguir caminando hacia delante sin mirar atrás. Para no caer en la enredadera de los recuerdos. Tan efímeros como peligrosos. Para no comprar la ratonera de Esperando a Jerry. Aunque esté valorada en 100.000 euros.

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