Aurora, voluminosa, me llamó a eso de la una de la madrugada. Raro es que a esas horas la mujer deseosa de sexo intente contratar a un hombre mediante un anuncio en la prensa. Pero así ocurrió. Su voz, algo alterada:
—¿Puedes venir a mi casa?
—Por supuesto.
—¿Dices llamarte Aspersor?
—Sí.
—¿De dónde eres?
—Español.
—Coño y yo. Me llamo Aurora. Bueno, yo en realidad soy vasca.
El nacionalismo es a España lo que un agujero a un calcetín blanco a la altura del dedo gordo cuando te acabas de descalzar y el resto creían que ibas a pasar desapercibido. Siempre me han interesado los nacionalismos aunque debo reconocer que el que genera España es más cómico que ilustrado. Porque una tía que llama para pagar por sexo no debería tener entre sus necesidades más primordiales de presentación el explicar sus sentimientos patrióticos, su amor a la bandera que sea, o lo bueno que le sale el marmitako a su madre.
Aurora, madre divorciada, con el hijo de siete años aprendiendo a ser como ella en una ikastola de Irún, es la directora de una ONG la mar de maja: “Niños y niñas iguales”. La subvención anual de España, muy correcta para los tiempos de profunda crisis que corren: 275.000 euros. “Pues no es suficiente”, me dijo al iniciar una conversación en donde para sorpresa mía se fue abriendo como esa almejas que ceden al primer hervor del agua de mar y un buen chorro de vino blanco.
—Mira Aspersor, la labor que estamos haciendo aquí algún día merecerá el Nobel.
—O el Oscar.
—¿A qué te refieres?
—¿A la mejor interpretación?
—¿De verdad no crees que realizamos una importantísima labor social?
—¿Podría opinar sin miedo a perder mis cincuenta dólares porque éste es mi pan?
—Soy más demócrata que tú.
—Yo no creo en la democracia.
—¿Prefieres la dictadura?
—Prefiero la inteligencia.
Elegí entre su obsoleta colección de música a Ciudad Jardín, una banda que giraba en los noventa por toda España como teloneros en cada feria de cualquier pueblo y que chorreaban alegría. ‘Allá en las alturas’, tema del que aún me sé el estribillo, ayudó a que Aurora, vasca, madre y salvavidas mundial, se terminara de relajar.
—¿Quieres vino? Ya llevo una botella entera. Razón por la que te llamé.
—¿Bebes mucho?
—Bastante.
—Yo también. Pero entonces, ¿por qué me has llamado? La contrataciones de meretrices se suelen realizar bajo excesos de droga y alcohol, y parece ser que tú bebes a diario.
—A ver. La razón es monetaria: el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación no sólo ha renovado su ayuda anual a mi ONG sino que la ha aumentado en 25.000 euros. Y en estos tiempos que corren me puedo dar por contenta.
—Dicen que en Camboya el 90% de las oenegés españolas se tendrán que ir por falta de fondos.
—Es el PP, que siempre que llega al poder recorta.
—Oye Aurora, a estás a la altura de la conversación o muto de puto a persona y me largo de aquí, no sin antes mandarte a paseo, o me hago el recatado y halago tu jurisprudencia mundial, aquella que os hace salvar vidas cuando sin vosotros casi todo seguiría igual, o al menos, parecido.
—¿Eres facha? ¡Claro! Por eso decías lo de ‘no’ a la democracia.
—Aurora: soy más anarquista que persona. Me cago en el PP y en el PSOE, y sintiéndolo mucho, en casi todos los cooperantes que he conocido a lo largo y ancho de mi vida. Si acaso me encanta la ayuda de la Iglesia, que envía a verdaderos cooperantes, gentes que ayudan sin cobrar, altruistamente. Y soy agnóstico.
—Ya, pero les meten con calzador la palabra de Dios.
—Aurora, yo fui a colegio de curas y mírame: hecho todo un prostituto. ¿De verdad crees que los que construyen colegios, ofrecen asistencia médica y reparten comida y ropa deben ser ninguneados por enseñarles a recitar el padrenuestro?
—Nosotros no adoctrinamos.
—Sí que adoctrináis. Que casi todos vosotros vestís mejor que el presidente de este país, manejáis mejores coches, vivís en apartamentos de lujo como éste, y utilizáis vuestras tarjetas visa frente a un pueblo que si algún día se encontrara una de crédito la echaría a la saca de botellas de plástico vacías con la idea de vender toda esa basura al peso por un par de dólares.
—Aspersor, eres el clásico español que no conoce el interior de la cooperación y opina sin saber.
—Si para opinar debo pasar siete años en Nepal poniéndome ciego de tinto hispano mientras organizo cursos de formación para la igualdad…
—Eres un ignorante.
—Y tú una afortunada. Por cierto, ¿alguna explicación a lo de ONG, que quiere decir ‘Organización No Gubernamental’ y vivís casi exclusivamente de las ayudas del Estado, o sea, del dinero público?
—Otro tópico.
—Como el tuyo.
Álvaro Palacios fermenta de las uvas Tempranillo riojanas un magnífico La Vendimia que es vendido, para milagro de nuestro retrasado país, en Camboya. Y salimos de cuentas, como las que están a punto de parir, antes de yo preguntarme qué hacía allí cuando caí en la cuenta de que estábamos borrachos y amistosos; cercanos y entrañables.
—¿Deseas pagar cincuenta dólares porque hablemos?
—No Aspersor, luego practicaremos. Pero necesito diálogo. Para una gorda vasca como yo acostarse con alguien en un país como éste es harto complejo. Vais detrás de las nativas de manera babosa. Pero mira tú por dónde que dialogar sigue estando entre mis preferencias. Y en mi casa me encuentro muy cómoda: sobre este sofá, con mi bodega al alcance de mi mano, seleccionando mi música preferida, y desahogándome contigo, que al menos estás a la altura.
—Me honras más tus palabras que tu supuesta labor social.
—Aspersor, eres muy pesado. Mi ONG se dedica a potenciar desde las escuelas el que tanto el niño como la niña tengan los mismos derechos. Les decimos a ellos que cuando sean mayores deben planchar y cocinar y a ellas que no se dejen dominar.
—¿Y para eso necesitas 275.000 euros?
—He contratado a doce nativos.
—Aquí los camboyanos ganan cien dólares al mes.
—Yo les pago más.
—Por mucho que les pagues me parece un insulto. Por ejemplo, ¿cuánto cuesta este apartamento?
No hizo falta que me respondiera, porque ese tipo de viviendas, en un país como Camboya, lo más parecido a África en Asia, salen a dos mil euros el alquiler, un insulto para una población que en la inmensa mayoría de los casos no reúne esas cantidades ni tras un año de duro trabajo.
—Sé que la cooperación genera opiniones, casi siempre erróneos.
—¿Podría saber cuánto ganas?
—No.
—Es injusto. Tú sí sabes cuánto cobro por cada acto.
—Sé que a la gente le molesta que españoles expatriados que trabajan para oenegés ganen cuatro mil euros. Pero a un profesional hay que pagarle; y así los proyectos salen adelante.
—A mí me parece muy bien que una persona cobre miles de euros. Lo que ya no me parece tan digno es que os financies de las arcas públicas. ¿No crees que sois una nueva suerte de funcionarios?
—Te repito que casi todos mis colegas se han marchado o lo harán en breve por los recortes en materia de cooperación. Por lo que todos aquellos que estaban ganando tres o cuatro mil euros pasarán a engrosar la lista del paro en España.
—¿En serio? ¿Me quieres decir que todos los que han estado aquí viviendo como reyes se vuelven a España con el dineral cobrado a seguir chupando de la teta del Estado?
—¿Y qué quieres que hagan? Se han quedado sin trabajo.
—No sé, en vez de volver a España a cobrar por no trabajar, y ya que tendrán un buen dinero ahorrado, que monten una empresa en esta país, tan necesitado de inversores. Porque montar una empresa es la verdadera cooperación: generas puestos de trabajo, los necesitados camboyanos cobran por ello, además de que aprenden una profesión. Perdona Aurora, pero es que eso de la igualdad entre niños y niñas, si de verdad fuera tan importante, alguna de las cientos de millones de empresas privadas que hay a lo largo y ancho de este mundo ya se habrían decidido por esa modalidad. ¿Qué hacían las otras oenegés para que les hayan cortado el grifo? ¿Defendían las relaciones entre perros, jirafas y autistas? ¿Eunucos al poder? ¿Observatorio por los derechos del saltamontes?
—Te haces el graciosillo pero no tienes ni idea. Un cooperante ayuda, en muchísimos casos, bastante más de donde llega cualquier apoyo de este tipo de gobiernos locales, corruptos y siempre tan lejos de cualquier política social.
—Me imagino que lo de la igualdad entre niños y niñas no te vendría tan bien en Iraq. O en Afganistán. O en Siberia. Aquí se vive muy bien, Aurora. Y eso lo sabemos los dos.
—También cooperé en Mozambique. Y en Sudán. Y en Vietnam.
—Ya, pero no el Groenlandia.
—Allí no necesitan ayuda.
—Por supuesto que sí. China acaba de asociarse a su gobierno para explotar la isla. Es el final.
Tres horas de conversación, dos botellas de vino, y uno de los más extraños actos sexuales que he realizado pagando o gratuitamente. Porque Aurora exigió que con el cinturón de mi pantalón vaquero la azotara. “Necesito un escarmiento”, me dijo; que sumados al más del cuarto de millón de euros recibidos me dejaron unas ganas tremendas de hacer una locura. A los dos minutos dijo haber tenido un orgasmo, que fue cuando su cara se le torció, me pagó los cincuenta dólares y me invitó a marcharme. Frialdad a espuertas. No me llegué ni a desvestir.
—Ya que te acaban de regalar 275.000 euros podías estirarte un poco más.
—Yo pago lo pactado. Que pareces un tuktuktero.
Joaquín Campos, 17/10/13, Phnom Penh.