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Mientras tantoEscoge tu playa

Escoge tu playa


 

 

Estos días, mientras voy al trabajo apretujada en el vagón de metro, me distraigo mirando fotos de Instagram hasta que llego a la oficina. Todo son palmeras, Ibizas, cocos e islas desiertas. Sonrisas, hashtags con #picoftheday, #love, #holidays, #paradise o el nombre de cualquier sitio exótico y a poder ser, lejano. Ojo: soy la primera que lo hago e incluso ahora lo haría sin en vez de estar metida en un metro cotilleando las vidas de los demás, estuviera tirada a la bartola en una playa de Formentera.

 

Hoy, por la tarde, al salir del trabajo, cojo el metro en la dirección contraria a la habitual. Uptown. La línea roja con dirección a Wakefield que me recoge en el glamuroso Upper West Side. Paso el barrio de Harlem, cruzo el río, y el vagón de metro se eleva por las calles serpeantes del Bronx. Ha llovido y hay una luz bonita. Dejo atrás las paradas de Jackson Av, de Prospect Av. Me bajo en Intervale Av.

 

En las calles del Bronx no se respira el olor a coco del protector solar. No, por aquí no he visto que vendan mucho Hawaian tropic. Por las calles hay muchos delis, locutorios y puestos de comida ambulante. Cuchifritos. Shish Kebab. Mujeres que venden sandías en Wheeler Avenue y niños que salen de bloques de pisos donde se lee en la entrada “Clean halls operation”. Que quiere decir que la policía, sin orden de registro previa, puede entrar para inspeccionar el edificio. Por si acaso.

 

En el Bronx no hay muchos monumentos y tampoco pisazos con arañas de cristal suspendidas en el techo. Park Avenue queda lejos de aquí. O cerca, según como se mire Pero en las calles del Bronx hay vida y eso me gusta. Es una ciudad en la esquina de otra ciudad.

 

Me detengo en un bar. No en uno cualquier porque he buscado en el teléfono: “10 coolest bars in the bronx” –la cabra tira al monte– no fuera caso que hiciera una de las mías y acabara perdida. Así que después de estar un rato andando me he sentado en un sitio llamado ‘Charlie’s bar and kitchen’ y pese a que tenía mi libro y quería ir de intelectual, he vuelto a coger el teléfono para seguir cotilleando. No me he perdido ningún atardecer espectacular durante mi paseo, así que me he puesto a leer un artículo de Zadie Smith que tenía a medias: «Find your own beach», se llama. La escritora hace referencia a esta necesidad tan absurda de buscar la felicidad a toda costa. La escritora cuenta que durante meses, frente a su casa del Soho, hubo un mismo anuncio: una playa y una cerveza. Todos los días se levantaba con la misma exhortación: «ve y busca tu playa».

 

Estamos rodeados de anuncios que nos bombardean en las calles. ¿Eres feliz? ¿No todo lo que podrías? Entonces eres un pringado. Vete a buscar esa sombrilla, la cerveza fría y sobre todo, hazte una foto para contarlo. Me pregunto cuántas fotos de playa esconden aburrimiento. O una simple comodidad que se ve compensada dependiendo de la cantidad de «likes». Pero a lo que íbamos: Zadie Smith no habla tanto de la búsqueda de la felicidad sino de que el reclamo de ‘Find your own beach’ hace referencia a la felicidad individual, a la de cada uno. Pero… ¿y los demás?

 

Cuando he salido del bar he ido en busca del metro. He pensado que por aquí no había muchos anuncios para que la gente buscara su playa. Sí. La playa está lejos de aquí. Me he subido en el metro. Downtown. Cuando he llegado a casa he pasado por delante de ‘Isabella’s’ y he visto que, como siempre, había cola para tomarse un vinito en la terraza. Una parejita se hacía una foto. ¿La colgarían después? En ese momento me ha venido a la cabeza la película de Into de Wild y aquella frase que me sigue persiguiendo: “happiness is only real when shared”. Claro que Jon Krakauer no hacía referencia a las redes sociales.

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