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Escribir es quebrar el silencio

 

La televisión es el altavoz de verbena que pregona los prodigios semanales de la noticia. En esta semana se ha regresado al trabajo, tras la lluvia festiva de Semana Santa; se ha celebrado el segundo partido Madrid-Barcelona de los últimos días; y se llevan oyendo tambores y cítaras de boda real anglicana, por todo el universo catódico. ¿Cuántas personas se ponen en movimiento como resultado de estas tres grandes efemérides? Millones. Por muy poquito ruido que haga cada uno de ellos, el bramido de la selva urbana -especialmente la madrileña y la londinense- se impondrá esta semana por encima de todos los sonidos de la Naturaleza.

 

Fama de ruidosos tenemos los españoles, como los italianos, dos apasionados pueblos meridionales que no pueden dejar de verbalizar su gozo o su rabia en todo momento. Como vivo aquí, puedo afirmar que en España se siente pánico por el silencio; al menos, el compartido. Como si dos personas reunidas en el mismo espacio, manifestasen aviesas intenciones recíprocas y sus consiguientes desconfianzas, a no ser que mantengan una forzada conversación climática.

 

Sostiene Faba que los peores atentados contra el silencio se cometen en el interior de los taxis. Si no fuera suficiente con la tensión que ocasiona estar apostado en una encrucijada de calles, a la caza del transporte público que te traslade a tiempo al trabajo; una vez que se ingresa en el coche, suele recibirte una radio a todo volumen, emitiendo noticias cargantes, o una ráfaga de cortes publicitarios, que consiguen rasgar las venas de las muñecas del silencio, de inmediato.

 

Hay casos más alevosos en el planeta taxi, como por ejemplo, entrar en un cómodo vehículo silencioso, y que antes de que se llegue al primer semáforo en rojo, el señor taxista decida conectar la radio, porque le resulta insoportable realizar todo el trayecto en silencio. En ese instante, el ruido de tu propio cerebro se convierte en un zumbido más furioso que cien mil  radios sonando, interrogándote con las siguientes palabras:

 

         – A ver, tranquilo, calcula las fuerzas y sus consecuencias. ¿Qué será peor, realizar el trayecto oyendo esa radio, o sufrir la reacción de un conductor airado, que va a ir refunfuñando y tenso mientras dure el viaje?

 

Mi madre decía que se consigue más con el sombrero que con la espada. Atendiendo a su enseñanza, la fórmula ideal de reacción sugerida por Faba es preguntarle muy educadamente al taxista: “¿Sería Usted tan amable de bajar un poco la radio?”, lo que produce – en la mayoría de los casos- una reacción favorable: suelen apagarla. Pero ellos creen haberlo hecho por iniciativa propia, y se quedan tan contentos como presidentes y gobernadores de su taxi. ¿Quién es un cliente para darles órdenes a ellos en su propio coche?

 

La radio debería estar prohibida, es pura contaminación sonora. ¿En qué Tablas de la Ley está escrito que uno tenga la obligación de estar informado -cada hora- de todas las catástrofes que han sucedido en el mundo? Igual que se reivindica el derecho a la eutanasia, debería aprobarse el derecho a la desinformación selectiva. Por mucho que no queramos estar a los pies de los caballos de la noticia, siempre termina uno enterándose, al entrar en Internet, al subir en un taxi, al sentarte a comer con la televisión encendida, o incluso a la hora de acostarte o levantarte, (si se tiene la desgracia de que tu pareja sea una víctima de la adicción radiofónica). Puede Faba certificar que hay españoles que no pueden dormir, si no tienen la radio sonando al lado de su almohada. “Hay gente pa tó” como le replicó el torero Belmonte a Ortega y Gasset, cuando le dijo que era filósofo.

 

El silencio es el sueño de la vida. El anhelo de muchos que quieren dejarse llevar por el aullido o el arrullo de sus corrientes internas. Hasta la Luna tiene su Mar de la Tranquilidad, y no por ello es un satélite muerto. El silencio es una barra de hielo a la que dormimos abrazados en calurosas noches de verano. El silencio es una flor transparente que se quiebra cuando hablamos. El silencio es el lenguaje de los muertos y de los enamorados. Cuidemos el silencio como un bien escaso y privilegiado, reconozcámoslo como una criatura en peligro de extinción, promulguemos leyes para protegerlo y conservarlo. El silencio es el oxígeno del alma, que se lo pregunten si no a los cartujanos. ¿O tendremos que huir hasta los monasterios más apartados, para poder disfrutar del silencio extinguido en las ciudades?

 

 Ayer -27 de Abril- se celebró el Día mundial sin ruidos.

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