Una buena amiga mía siempre me recrimina desatender la literatura femenina como si de algún modo considerara inferior la escritura de una literata frente a la de un literato. Como cada vez me cuesta más debatir y desmontar con pruebas lo que resulta inexacto le permito que se sienta convencida de que está en lo cierto. Sin embargo, no lo es. Ahora bien, me digo a mí mismo: a quién le importará si prefiero (es un suponer) en lo que respecta a literatura hispana contemporánea la obra de Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte o Luis Landero a la de Almudena Grandes, Julia Navarro o Irene Vallejo.
En materia de literatura no presto atención al género del autor/autora, al menos de una manera consciente. Si me atrae el argumento, el perfil del escritor o una buena recensión, aunque más de las veces las críticas me resbalan, leo el volumen, todo o casi todo. Y luego lo coloco en un estante de mi librería como si ya fuera parte de mí e ingresara en mi círculo de amistades.
Casualmente o no, estos pasados días he leído exclusivamente literatura femenina. Y confieso que he disfrutado y me he entretenido con la lectura, que al fin y al cabo es de lo que se trata. Me refiero a una debutante en las letras, Virginia Feito (Madrid, 1988), una semidebutante, Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983) y una académica ya consagrada, Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947).
Confieso que La señora March (Lumen, 2022), de Feito, me atrajo por la trama trepidante y casi cinematográfica ambientada en Nueva York, en el Upper East Side, la zona rica de Manhattan, junto a Central Park, con esos edificios vigilados por conserjes uniformados con librea y gorra en soportales techados. Su autora, publicista y con un brillante currículo de estudios en París, Londres y Nueva York, la ha escrito en inglés y ha merecido la atención de algunos suplementos literarios estadounidenses y del público en general. Según he leído, será llevada a la gran pantalla. Lo único que me parece absurdo es que se haya traducido ahora del inglés al español y que no sea la autora quien haya realizado la traducción.
Algunos críticos americanos ven en Feito semejanzas con Patricia Highsmith y Alfred Hitchcock por el suspense de este thriller psicológico sobre una mujer atormentada, insegura, acomplejada y en principio físicamente poco sugerente. La esposa de un autor de novelas de gran éxito y cuyo último libro es el origen de todos los vaivenes y angustias de la tal señora March, quien piensa que el marido se ha inspirado en ella al describir la controvertida protagonista de la obra, una prostituta.
Al tiempo que lo leía sentía envidia por el dominio del inglés de la autora, su facilidad para explicar al lector la vida de un escritor de superventas, casi aburrido por lo que escribe y por el buen resultado que obtiene. Todo ello entremezclado con las obsesiones de una mujer frustrada, que fue alumna de su hoy marido cuando éste daba clases de literatura en la universidad donde ella estudiaba de joven. Las obsesiones son el resultado de su inseguridad, de su fantasía y de sus sospechas, de su insatisfacción como mujer, esposa y madre. Pero a fuerza de insistir, convierte esas obsesiones en algo muy real y fatalmente extremo.
Me alegra que una escritora española triunfe en Estados Unidos al igual que lo haga aquí una periodista de la sección de Cultura de ABC, Inés Martín Rodrigo, quien acaba de obtener el prestigioso Premio Nadal de este año por su novela Las formas del querer (Destino, 2021). Me atrapó el argumento cuando lo leí al día siguiente de la ceremonia de entrega y lo compré tan pronto salió a la venta. Las críticas no han sido tan espléndidas como yo hubiese pensado. Pero ya digo, los críticos literarios me suelen producir una urticaria psicológica, aunque claro está no se puede generalizar.
Las formas del querer es un precioso relato de principio a fin. Una crónica familiar plasmada en el papel por lo que le cuenta una abuela a su nieta preferida. En esa historia, muy femenina y feminista, ambientada en un pueblo extremeño y en Madrid, la autora desgrana la Guerra Civil, el desgarro que produce entre hermanos, la miseria, la tristeza del país, el final de la dictadura, la homosexualidad, el terrorismo, el suicidio, la anorexia o la eutanasia. Todo ello contado por una mujer inquieta, muy sensible, insegura en sus amoríos y con la pasión por la escritura y la lectura desde niña.
He leído en alguna entrevista que su autora precisa que no es una novela autobiográfica ni estamos ante una obra de autoficción, si bien admite que hay mucho adquirido de sus experiencias personales y de su extraordinaria relación con su abuela, una mujer casi analfabeta pero que se preocupó más tarde en educarse y preocuparse por saber cada día más. El final de la novela es a mi juicio un tanto sorprendente, aunque tal vez la autora así quiso que fuera. La felicidad nunca es plena, ni siquiera en los momentos que los humanos pensamos que lo sea.
Finalmente, el tercer libro que tuve entre mis manos estos días fue Cuarteto (Anagrama, 2022), de la veterana consagrada y académica Soledad Puértolas. Se trata de cuatro relatos de medio centenar de páginas cada uno en los que la autora da rienda suelta a la fantasía: la exótica enfermedad de una princesa que contrae nupcias con un vago; la misteriosa vida de una maestra contratada por un rico de un pueblo y el amor platónico de uno de sus alumnos; el abandono de una hija que vive con su padre viudo y, finalmente, la llamada a punto de morir de una afamada científica a su marido, médico primario, al que abandona para desarrollar su trabajo en los gélidos parajes de una isla septentrional. Es éste el que más me gustó. No hay sabor de venganza ni rencor por parte de él. En cualquier caso, el matrimonio de ambos siempre fue bastante peculiar, fuera de los cánones sociales. Puértolas no identifica en ningún momento dónde se desarrollan sus relatos.
De la escritora zaragozana uno aprende a leer una prosa muy correcta, muy cuidada. He leído casi toda su obra. No sabría decir qué libro me gustó más. Me impactó Queda la noche, novela por la que mereció el Planeta en 1989, que leí en un momento agitado de mi vida profesional periodística en Extremo Oriente. También me interesó mucho su ensayo autobiográfico Con mi madre (2003). Me pareció valiente. Con él quizás eliminó ese vicio enraizado en familiares y amigos de un escritor, resueltos a identificar personajes ficticios con personas reales. No son siempre los mejores lectores quienes forman parte del círculo más íntimo de un novelista. No entienden que el escritor mezcla frecuentemente realidad con ficción, y sobre todo se deja llevar por la imaginación y la fantasía. Y a veces ni siquiera el trabajo coincide con la interpretación que da de su obra el lector.