Si tuviera que explicar en qué consiste una noticia
podría recurrir a lo que hizo el New York Times
cuando envió a Guglielmo Marconi
para que fuera el primero en subir al Carpathia
a su llegada al puerto y entrevistara a Harold Bride
el telegrafista del Titanic, y Marconi
llevó consigo como secretario a
Jim Speers, uno de los mejores reporteros del Times.
Otros dirán que una noticia es contar algo que alguien quiere que no se sepa,
como quién metió mano en la cesta de la compra
o en la caja fuerte del Banco Central Europeo,
quién mató a Pablo Neruda,
quién se beneficia de las ayudas agrícolas,
por qué los eritreos abandonan su país
y vienen a morir frente a la isla de Lampedusa.
Noticias de ayer que en muchos casos se revelarán como
falsas, incompletas, incomprensibles, innecesarias, inútiles
falsas.
El ruido que hace el alma al domir
es parecido al de
una máquina de vapor
un tren eléctrico
las escotas de un velero
cuando se enfrenta a los que piensan
que el progreso sigue un patrón que es
el de la mejora constante,
pese a que la realidad desmienta una y otra vez
esa mitología.
No creo ser víctima de más
optimismo antropológico
que el de los que piensan
que aunque la botella esté exactamente por la mitad
contiene la cantidad de voluntad y de deseo
que puedas o quieras leer
en la etiqueta
o en tu alma.
No creo que vaya a mejorar la vida de la mayoría
de los que no pueden competir en pie de igualdad
con este régimen que exhibe caras de piedra
y unos escrúpulos
bien coservados en lejía.
Pero ni voy a tirar la botella al suelo
de un manotazo dialéctico avant la lettre
ni voy a beberme de un solo
furioso trago
lo que queda de líquido.
Pensaba quedarme a ver en los ojos de la gente
lo que yo creía que era
cuando en realidad era
el que no se atreve a entrar
en el cuarto al final de la escalera
para echarme a los hombros
al hombre herido
después de haberle pasado
la mano por la cabeza apelmazada por la sangre
y un paño húmedo
por los párpados llenos de barro
y un dedo empapado en coñac
por los labios casi cosidos
por los puñetazos
y la sangre.
Y así poner en peligro
mi estatus
mi casa
mi relación laboral
el mundo en el que tan confortablemente vivía
hasta que empezaron a llamar
a las puertas de mi casa de Lampedusa
con los nudillos rotos
y los cadáveres de sus esposas y de sus hijos
junto al felpudo que yo también tengo
para dejar fuera
el polvo del camino,
la mala conciencia,
mi verdadero lugar en el mundo.
¿Qué son las lágrimas verdaderas? es la pregunta que se hacían en la obra de teatro La pequeña habitación al final de la escalera, de Carole Fréchette, que la compañía mexicana Teatro del Farfullero presentó la semana pasada en el teatro Valle-Inclán de Madrid, bajo la dirección de Mauricio García Lozano. La historia del Titanic la contó Carlos García Santa Cecilia en estas páginas.