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Esos hierros tan festivos

 

A uno siempre le gustó más lo íntimo que lo externo. Percibe una presunción de verdad mayor entre pocos que entre la muchedumbre. En soledad uno piensa y en el gentío se atolondra. Se puede elegir entre el discurso sobrio de Cayetana Álvarez de Toledo y la manifestación excesiva de Barcelona. Entre un concierto de cámara y una feria. A ésta acude más gente pero no tiene por ello valor mayor, ni menor. El argumento del tumulto es para el tumulto, no para el individuo. Ahí hay dos lenguajes diferentes. Una buena parte de Cataluña apuesta por la algarabía y los entresijos, la parte lúdica y el tremendismo más español. En cualquiera de los vértices de esa uve de la vergüenza, como dice Cayetana, no es difícil imaginar a esos próceres de la patria catalana arreando con sus varas dialécticas al ganado humano que recorre Barcelona, la ciudad que nunca fue más pueblo, una antigua y hasta gloriosa city en ruinas cuya Diada en Nueva York hubieran arrasado los transeúntes sin mirar atrás. Se dice ganado porque les han (o se han) marcado como a las reses con sus miedos y sus símbolos, esos hierros tan festivos. Se enfundan en ellos con alegría, casi se diría que en ambiente de bacanal, apartado el sentido común, o entendido como simple aglomeración. Suprimido el individuo e instituida la masa como sujeto. No puede haber una voluntad tan estulta. Un pueblo de verdad no lo permitiría, no la produciría. Uno casi esperaba ver esa orgía del cuento de ‘Astérix en Helvecia’, el gobernador Ojoalvirus tambaleándose y pidiendo que se sirvan más tripas de jabalí fritas en grasa de uro. Todos esos políticos separatistas tienen las manos sucias de comer con ellas y la camisa manchada de vino. De esa guisa se dirigen a su público que ya les sigue por instinto y luego niega, orgulloso, la evidencia. Da la impresión de que no sabe nada. De que no le han contado nada más que una fábula a la que responde obediente y en estampida. Entre el barullo se introducen y se extienden con facilidad la mentira y la tergiversación que no tienen recorrido en el silencio. No hay mareas folclóricas que valgan frente al rigor, frente al discurso de Cayetana. Artur quiere (o quería) negociar con el ruido a su espalda en medio de un rancho en llamas. Cataluña y sus demostraciones son el Abilene salvaje de los cowboys donde se dispara al aire y las sillas y las mesas están siempre del revés, un planeta de los simios donde puede que un día, entre tanto sentimiento, el hombre descubra con horror a la libertad enterrada.

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