Se ha desatado una campaña muy interesada cuyo leitmotiv es simple y claro: “Los mercados somos todos”. Incluso quien sólo tiene una cuenta corriente con unos ahorrillos por si surge un imprevisto. Porque el banco, con ese dinero, por poco que sea, hace negocio. Ese es su aparentemente irrebatible argumento. ¿Es suficiente eso para decir eso de que todos somos los mercados? Claro que no. Éste es el nuevo mantra cuya pretensión es que tengamos la ilusión de que todos somos iguales, de que las clases sociales se han terminado, como antes lo era ese de “todos somos clase media”.
El objetivo, además, es el de crear en la sociedad una opinión contraria a las medidas adoptadas por los principales bancos centrales del mundo: todos somos los mercados y los bancos centrales, con su expansión monetaria (con la impresión de moneda para comprar deuda), nos roban nuestros ahorros porque imprimiendo tantos billetes reducen el valor de nuestro dinero.
Lo llaman “represión financiera”. Claro, me refiero al “lobby” liberal. Sí, se han constituido como grupo de presión, más que como corriente de opinión. Los veo por todas partes. No me refiero al Tea Party. Están aquí, en España. Y son muchos.
Se quejan pese a ser ellos los que dominan la economía. Afortunadamente para el mundo, la mayoría de los liberales que mandan son pragmáticos, no doctrinarios, y por eso hacen concesiones y actúan contra sus principios. La clara excepción es Europa.
Los mercados no somos todos. De hecho, la mayoría de nosotros no podemos tomar decisiones en ellos. Ni siquiera tenemos información suficiente para hacerlo. Nos limitamos, porque así está montado el sistema, a tener una cuenta corriente para que nos ingresen la nómina, o el subsidio de paro, y para pagar las facturas.
Los mercados o, mejor, quienes toman decisiones en ellos, quienes los mueven, los dominan y tienen la información suficiente para hacerlo (porque son ellos mismos los que la crean) son pocos, muy, muy pocos. Ni siquiera los particulares que contratan un fondo de inversión o un plan de pensiones, porque, si los han comprado, es porque el banco se los colocó. Tocaba. Ahora, por ejemplo, parece que se llevan los fondos de inversión garantizados.
No somos los mercados, pero sí fuimos clase media
Nunca seremos los mercados, ni lo fuimos, ni lo somos. Pero sí es cierto hubo un tiempo en el que podíamos admitir que todos (o casi) éramos clase media. Y es difícil reconocerlo para quienes aún pensamos en términos de “capital” versus “trabajo”. Pero lo hemos hecho. Ésta sí que es una confesión.
Llevamos un tiempo leyendo al sociólogo José Félix Tezanos. Nos gusta porque no tiene prejuicios y pelea porque sus discípulos se deshagan de ellos. Gracias a él nos hemos topado con algo muy interesante. Se trata de los modelos de estratificación social que ha habido en las diferentes fases de evolución de la sociedad industrial.
Las primeras etapas, cuenta Tezanos, estuvieron caracterizadas por una jerarquización de tipo piramidal, con poco peso de las clases medias y muy poco movimiento social: la concentración de la riqueza y el deterioro de las condiciones de trabajo de la clase obrera dieron lugar a una gran polarización social.
Pero luego llegó la sociedad diamante, la sociedad en la que vivió el mundo desarrollado en los años de mayor crecimiento económico, que coincidió con el del consenso keynesiano. Entonces, las clases medias llegaron a tener un peso muy importante. Pero lo más relevante de esos años fue la gran movilidad social existente: la clase obrera subió muchos pisos en el ascensor social. La pirámide social dejó de ser tal y se convirtió en un diamante, en un rombo, con muy poquita gente rica en la cúspide y muy poquita gente pobre en la base.
Mientras en Estados Unidos y en Europa, la clase obrera se subía en el ascensor y se convertía en clase media, la española continuaba en tierra, no nos engañemos. Aquí la dictadura de Franco frenó el progreso. Todo se retrasó hasta los ilusionantes ochenta. Pero entonces se avanzó muy rápido. ¡Cuántos hijos de obreros comenzaron a ir a la universidad!
España: diamantes durante muy poco tiempo
España llegó tarde y esa sociedad diamante aquí duró muy poco. Apenas tres décadas. En el resto del mundo desarrollado se prolongó durante sesenta años (desde el fin de la Segunda Guerra Mundial), aunque a partir de los setenta la situación comenzó a empeorar: el ascensor social comenzó a funcionar más lentamente, dejaron de engrasar sus estructuras. La crisis del 73, pero sobre todo el triunfo de Thatcher y Reagan y sus postulados, unido a la pérdida de legitimidad que sintió la izquierda al ver cómo el imperio comunista se venía abajo, comenzaron a resquebrajar el consenso de socialdemócratas y conservadores.
El diamante muta en seta. Este último es el modelo de estratificación propio de las sociedades tecnológicas avanzadas. Y ahí estamos. Tezanos no habla de seta, sino de hongo. Lo de seta es nuestro.
Pero dejemos de frivolizar. La figura que representaría la sociedad en la que ahora estamos inmersos estaría formada por una parte superior en forma de hongo sobre una base inferior en forma de paralelepípedo (rectángulo). Ambas están muy poco comunicadas. Sólo hay una pequeña escalera entre las dos. Y sólo se permite bajar por ella. Subir está prohibido.
En el hongo superior se encontrarían las antiguas clases medias. La “mayoría satisfecha” de la que habla Galbraith.
En el rectángulo inferior, quienes van cayendo, quienes se van quedando descolgados, todas las personas que antes eran clase media, o tenían motivos para pensar que lo eran, pero que ahora se ven postergadas y excluidas. Es un bloque emergente, pero creciente.
De la proporción que adquieran uno y otro bloque en una sociedad dependerá que haya un movimiento serio de protesta, o no. O incluso una revolución. Pero eso lo contaremos otro día.
21% de pobreza relativa; 6,4% de pobreza extrema
Lo que ahora nos interesa es mostrar la importancia que está adquiriendo en España el grupo de los excluidos o de los que están en riesgo de caer en esa situación. Según el estudio Desigualdad y Derechos Sociales. Análisis y Perspectivas 2013, publicado por la Fundación Foessa (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada), de Cáritas, que aglutina las estadísticas más importantes sobre las condiciones de vida en España, el 21% de los españoles vive en situación de pobreza relativa. Son diez millones de personas. De acuerdo con los estándares que fija Eurostat, una persona es pobre si vive con menos de 7.300 euros al año. Por cada adulto que se suma a la unidad familiar, habría que incluir la mitad de esa cantidad y el 50% por cada hijo.
En pobreza extrema, según este mismo estudio, se encontrarían tres millones de personas, el 6,4% de la población. Viven con menos de 3.650 euros al año.
En 2008, estos porcentajes eran del 19,6% y del 4%, respectivamente.
Al tiempo que aumenta la pobreza, se dispara la desigualdad: desde 2006, los ingresos de la población con rentas más bajas han caído un 5% en términos reales cada año, pero el crecimiento de los hogares más ricos ha sido el mayor de toda la población. Desde el inicio de la crisis, la diferencia entre las rentas más altas (el percentil 80) y las rentas más bajas (el percentil 20) ha crecido casi un 30%. Se trata, dicen desde Foessa, del mayor crecimiento de la desigualdad de los ingresos desde que existen datos anuales de la evolución de las rentas.
Las desigualdades no son sólo de ingresos, también lo son de posición en la sociedad, de status y, lo más importante: de expectativas vitales. ¿Cuáles pueden ser las de las infraclases que ha parido la crisis económica? ¿Qué esperanzas pueden tener las hordas de parados, subempleados, marginados, jubilados, prejubilados y otros sectores que padecen –o pueden llegar a padecer- los efectos de una situación en la que el Estado del Bienestar está en retirada? Estamos creando, y son palabras de Tezanos, un bloque social extrasistema, con escasas posibilidades de llegar a conseguir (o recuperar) unas condiciones de vida satisfactorias.
Las consecuencias de la crisis no son coyunturales. Son estructurales. Ha cambiado el paradigma dominante en el mundo en que vivimos. Pero, y hablando más concretamente, porque está transformándose el esqueleto sobre el que construimos la democracia española. No viene mal echar un vistazo a los Pactos de la Moncloa de 1977. Comparados con lo que ahora sucede, podemos decir que no estaban nada, nada mal.
No nos olvidamos del poder… ni de los mercados
¿Dónde estaría el poder de verdad en nuestro nuevo dibujo de la estructura social? No es que lo hayamos dejado de lado. Es que ya no se encuentra representado en la misma figura, en la misma representación gráfica, que las clases medias y las trabajadoras, como ocurría antiguamente, en la pirámide clásica. Se ha emancipado y se ha reducido al máximo por el impresionante proceso de concentración de la riqueza que hemos vivido en los últimos años. Es una “superclase” que ya no opera a nivel nacional, sino que lo hace a nivel internacional. Ellos sí que son los mercados. Y son ellos los que quieren hacernos creer que compartimos intereses, con algunos lacayos haciendo propaganda.