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Mientras tantoEspaña en Regional. Capítulo décimo: León-Bilbao en vía estrecha

España en Regional. Capítulo décimo: León-Bilbao en vía estrecha


 

 

¿El de la Robla? Qué tren es ese? ¿De quién depende? ¿Cómo ha llegado a nuestros días un tren así?

 

“Quiero cogerlo un día, antes de que lo quiten”, me dice el taxista. También me dice que cree que iremos solos el revisor y yo hasta Bilbao. “Algún pasajero hasta Cistierna y luego el revisor y tú, y a lo mejor hoy domingo ni hay revisor y te sale gratis”, son sus palabras textuales. Y todo parece darle la razón al principio. Casi no suben pasajeros en el apeadero de La Asunción, y luego casi se vacía en Matallana. Pero luego ocurre lo inesperado: el tren empieza a llenarse. Y también aparece un revisor. Y luego cambiaremos de revisor y aparecerá otro, y el tren se irá llenando y llenando y para cuando lleguemos a Espinosa de los Monteros, muchos años o siglos después, el tren ya estará a reventar. Tan lleno que los pasajeros no caben ni en el pasillo. ¿Qué demonios ha pasado aquí?

 

Pues una cosa muy simple que se llama “agosto”. Los que viajamos durante el año, en cualquier momento, nos olvidamos que hay una gran masa de viajeros que tienen migraciones fijas, y no por placer sino muchas veces por obligación. Conozco familias que se cogen las vacaciones en agosto por una razón que los que no tienen hijos no llegan ni a imaginar: en agosto no hay “escuela de verano”, mientras que en julio sí. Por tanto, las vacaciones tienen que ser obligatoriamente en agosto, y eso si puedes cogértelas, claro, que no en todos los trabajos uno se puede coger las vacaciones cuando quiere. En cualquier caso, por una razón o por otra, lo cierto es que el viaje que cualquier día se hace tranquilamente, y sin casi compañía, en agosto se puede complicar mucho, incluso te puedes quedar en tierra si vas un poco despistado y no anticipas nada, como por ejemplo, reservar el hotel con suficiente antelación.

 

Bien, por esta vez he mirado el calendario y he sido previsor. Tengo hotel y tengo billete. Bueno, billete aún no tengo porque me lo tiene que dar el revisor y aún no ha pasado, pero León ya queda atrás y ya nos metemos en las montañas, y trato de mirar el paisaje, que es espectacular, y de olvidarme del calor que hace en este vagón. Porque hace calor, mucho calor. Tanto que al final me decido a cambiar de vagón y descubro que ahí hace un poco menos de calor. Luego, cuando pase el revisor, comprobará que el aire acondicionado de un vagón no funciona, y empezará a sugerir a los pasajeros que pasen al otro vagón (el tren es pequeño, sólo tiene dos vagones). Naturalmente llegará un momento que el vagón sin aire acondicionado empezará a llenarse también, con el consiguiente sacrificio de los que tengan la mala suerte de sentare allí. Y digo “sacrificio” porque son muchas horas de viaje y realmente hace calor, tanto que el revisor baja unas pequeñas ventanas que hay en las puertas (que son las únicas que se pueden bajar), después de varios intentos frustrados de arreglar el aire acondicionado. Hasta el maquinista se baja de la cabina de conducción y viene a intentar arreglarlo, pero nada, el aire acondicionado se obstina en no funcionar.

 

“En el de La Robla te puede pasar de todo”, nos comenta la señora que se ha sentado delante de mí. Sé muy bien a qué se refiere con “de todo”. Y lo que no sé me lo imagino: enormes nevadas que parecen querer tragarse el tren entero, desprendimientos y animales salvajes en las vías, o incluso vacas, que son pacíficas pero voluminosas y nos pueden dar un buen susto. Y antes de eso lo extraño que ha sido coger el tren en León, con la estación de FEVE totalmente cerrada y ningún cartel que avise a los viajeros de dónde pueden coger el tren. Por suerte en la página web ya avisaban que el trayecto de la estación de FEVE del centro de León hasta el apeadero de La Asunción, en las afueras, se hacía en autobús. Pero claro, el autobús tampoco está, llegará en su momento (si es que llega), y no hay nadie, absolutamente nadie, a quien preguntar.

 

Como soy inquieto y un poco paranoico, cojo un taxi directamente hasta el apeadero en cuestión, y allí si que hay vías y si que hay un tren, aunque de momento cerrado y sin nadie en el andén. Supongo que ese será el tren que tengo que coger y pienso en lo que me ha contado el taxista. Las vías hasta el centro de la ciudad las quitaron y ahora las han vuelto a poner, pero no funcionan. La obra está terminada, pero no se abre al público. Pienso en lo que han hecho en Valencia o en Alicante: convertir las viajes vías de vía estrecha en modernas vías de tranvía. Me acerco a la valla metálica que me cierra el paso y miro la parte cerrada del trayecto: Sí, son vías para tranvía, o eso parece. Pero no funciona. Y los pasajeros que vengan a León o que salgan de León tienen que cambiar el tren por un autobús, aunque sea por unos pocos kilómetros.

 

En esto pienso mientras el tren avanza muy lentamente, repito: muy lentamente, por las montañas. Es un tren muy incómodo, con unos traqueteos terribles que hacen que ir al servicio sea toda una aventura, y es un tren muy lento, que se tira ocho horas para ir de León a Bilbao. Pero es un tren increíble, increíble porque es un reliquia del pasado pero increíble sobre todo porque el paisaje que atraviesa es increíble, de lo más hermoso que se puede contemplar en un país lleno de paisajes hermosos. Rodeamos toda la cordillera cantábrica. Nos metemos por valles minúsculos y recónditos, llenos de espesos bosques y prados, de vez en cuando vemos alguna aldea muy pequeña, con casas antiguas, sin ningún elemento moderno que distorsione (como por ejemplo tejados de aluminio). Los que venimos de la ciudad tenemos una visión bucólica del campo. Lo sé. Pero todo lo que veo aquí se corresponde totalmente a ese visión bucólica que traigo puesta. Y por eso recuerdo un video que vi en internet hace tiempo: estaba grabado desde la cabina del conductor y se contemplaba un paisaje totalmente nevado y muy hermoso, y el tren subía lentamente entre curvas cerradas atravesando un bosque muy espeso, con las ramas de los grandes arboles tocando prácticamente el techo del tren, y una voz, que debía ser la del conductor, se preguntaba en voz alta: “¿A qué parece Siberia?”. Sí. Le respondería yo. Es más: no sólo parece Siberia. Es Siberia. La Siberia española.

 

Y es Siberia no sólo por los bosques que parecen eternos y salvajes, tranquilamente dormidos en la nieve, sin presencia humana ni nada que recuerde el paso del hombre, sino también por esto, por la poca presencia humana que hay en esos lares, por la despoblación, por ser una de las zonas menos deshabitadas de Europa. Por eso es tan extraño ver este tren lleno de pasajeros, pero todo tiene su explicación, y esa explicación es que muchos vuelven de vacaciones, o mejor dicho, vuelven de pasar unos días en los pueblos de donde proceden sus familias, donde aún quedan algunos ancianos y poco más, y regresan a Bilbao, a la ciudad donde emigraron ellos o sus padres, a la ciudad donde trabajan y viven desde hace años. Como la señora que tengo delante, que es de un pueblo de Burgos pero que lleva viviendo en Bilbao cuarenta años.

 

Esta señora no es la misma señora que dijo eso de “En el de la Robla puede pasar de todo”. A esa señora le he perdido la pista en el trasbordo. Porque sí, en el de la Robla puede pasar de todo, incluso que te hagan cambiar de tren al llegar a Valsameda, casi cuando por fin parece que ya se acerca el final del viaje. El nuevo tren es un tren eléctrico, por lo visto eso de cambiar de tren es bastante habitual, aunque en la página oficial de FEVE, que ahora está dentro de RENFE (desconozco los detalles), no ponga nada de ningún trasbordo en ninguna parte. A mí me gusta saber un poco a lo que voy, para estar preparado para coger rápidamente las maletas y correr a pillar un buen sitio, pero tanta previsión en este tren parece una cosa muy exótica. Este es un tren de aventureros. O de personas que por una razón o por otra no tienen vehículo propio o no pueden cogerlo. Ya digo que yo tengo una visión muy bucólica de la España rural, e intento ser consciente de ello. Una señora, otra señora, (es curioso, ahora que lo pienso este tren está lleno de señoras, o de chavales y chavalas con mochilas, pero hombres, ya sean solo o con sus familias, veo muy pocos, ¿habrá alguna explicación sociológica para ello o será sólo casualidad?), lo resume muy bien cuando dice: “el tren es muy pesado, pero el autobús tampoco te soluciona nada, tarda lo mismo y sólo hay uno al día, y a veces ni hay”. Sí, esa señora se subió en… No recuerdo. Un pueblecito de la montaña, uno de tantos. Al principio te vas fijando en el nombre de las estaciones, pero ocho horas de montañas, pueblos minúsculos y bosques tupidos, hacen que uno pierda su capacidad de concentración.

 

“La naturaleza es tan inmensa que llega a abrumar”, escribió un pasajero del Transiberiano. Lo mismo se podría decir de este tren. Hay una versión muy lujosa, por cierto, no sé si lo he dicho: El Transcantabrico, que sale de León y después de llegar a Bilbao se decida a recorrer la costa norte y acaba en Santiago de Compostela. Yo de momento me quedo en Bilbao. Y mi tren no tiene restaurante ni camas. Pero el paisaje es el mismo (y ese es para mí, aunque con riesgo a sufrir el “Síndrome de Stendhal”, el verdadero lujo). El de la Robla recoge a todo el mundo, llega tarde, llega lleno, nos cambian de tren, no funciona el aire acondicionado, pueden pasar muchas cosas, pero lo importante es que al final llegamos a Bilbao. Y el billete, cuando por fin aparece el revisor y lo pago, resulta ser muy barato, muy asequible, un billete para todo el mundo.

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