Teruel existe. De verdad. Yo la he visto. El tren para en una estación donde hay un cartel que pone “Teruel”, y hay viajeros que suben y bajan, y se ve una ciudad al fondo, sobre una colina. Una ciudad de verdad, con edificios y torres antiguas. De verdad. Existe. No es un mito, no es una leyenda urbana. Yo la he visto.
Bueno, en serio. Teruel existe, por supuesto, y el ferrocarril ha mejorado bastante en los últimos años, aunque pese a todo sigue siendo un servicio bastante deficiente. Si vas en tren a Zaragoza o a Valencia, tardas, como mínimo, el doble de tiempo que si vas en coche. Y no es culpa del tren, o no toda la culpa es del tren. Lo cierto es que hace unos años se reformó casi toda la vía. Se sustituyeron las traviesas de madera por traviesas nuevas, se quitaron los raíles originales y se pusieron unos nuevos. Y con los trenes se hizo lo mismo, los viejos “camellos” fueron sustituidos por modernos automotores. Incluso ahora hay un Intercity (o “Media distancia”), que no sólo une Zaragoza con Valencia sino que continúa hasta Cartagena, lo cual convierte su ruta en una de las más largas que hacen este tipo de trenes. Y sin embargo, lo dicho, el tren sigue tardado el doble que el coche, incluso el doble que el autobús de línea, que por naturaleza va más lento que un coche particular. ¿Por qué? Pues muy simple: por la geografía. Las curvas son las que son. Y eso hace que, en algunos tramos, el tren tenga que ir muy lento. Se podría hacer un trazado nuevo, claro está. Pero eso saldría carísimo. Y esta línea, hasta hace poco, era una línea con muy poco tráfico. Ahora vuelve a tener servicio de mercancías. Y eso es bueno. Eso, de hecho, es muy bueno. Cuantos más trenes circulan por una línea, más se invierte en ella. Y cuánto más se invierte en ella, más trenes circulan por esa línea. Y al revés, por supuesto. Así de simple.
La geografía, la maldita y maravillosa geografía española. A mí me encanta. Supongo que los que tengan que cruzar el puerto de Escandón, por ejemplo, en mitad de una nevada, no pensarán lo mismo que yo, pero a mí me parecen estupendas las montañas, los valles, las mesetas y altiplanos. Será que vengo de la huerta valenciana, supongo, pero siempre me ha gustado ir a Zaragoza. He ido muchas veces, en coche, en autobús, y en tren. Y si puedo, aunque tarde más, voy en tren. Empezamos con los naranjos, seguimos con los pinos y los olivos, luego llegan las encinas y las sabinas, después las viñas y los campos de cereal, y al final el desierto, o lo que, a mis ojos mediterráneos, parece el desierto, las tierras baldías, las colinas peladas y amarillas. Y luego, al fondo, el verdor de los bosques de ribera que señalan el paso del Ebro. Y los modernos edificios de Zaragoza, antes de entrar en un túnel que continua bajo sus calles. Subimos desde el nivel del mar, hasta los más de mil doscientos metros del puerto de Escandón, justo entre las sierras de Gudar y de Javalambre. Luego nos mantenemos muy altos, por el amplio valle del Jiloca, siempre rondando los mil metros. Y de repente, una bajada muy brusca por el puerto de Paniza hasta Cariñena y luego ya, todo recto y con una pendiente suave hasta Zaragoza. Y fin, y aunque son muchas horas, uno se queda con ganas de más.
Sí, ya sé que hay gente que se aburre en un tren. Y hay viajes y viajes, desde luego. La señora que viaja a mi lado, por ejemplo, viaja por trabajo (viaja “de vuelta del trabajo”, mejor dicho, y está cansada y con ganas de llegar a casa), pero yo viajo por placer, o viajo para visitar a mis amigos, que es otra manera de viajar por placer. El motivo por el que viajamos nos hace estar más atentos al paisaje, o más atentos a las conversaciones de los demás viajeros, según el caso. Yo prefiero mirar el paisaje y descubrir, por ejemplo, muchos vagones mineros abandonados (o eso parece) en una vía muerta. Son restos de cuando Renfe asumió el transporte de hierro de las minas de Ojos Negros, que antes se bajaban a Sagunto con un tren de vía estrecha. Para hacerlo tuvieron que adaptar muchos kilómetros de una explanación pensada para la vía estrecha, lo que obligó, por ejemplo, a construir un nuevo túnel. Y la experiencia duró poco. Porque la mina cerró poco después. Lo mismo que los Altos Hornos de Sagunto. Así que hoy no queda nada, nada o casi nada. Estos vagones son la única huella de uno de los complejos mineros e industriales más importantes del país. Y por suerte hay un señor en el tren que trabajó allí, en la siderúrgica, y me cuenta algunas anécdotas que no sabía. Los trenes enseñan mucha historia. Quién lo niega.