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España en Regional. Capítulo sexto. Zaragoza-Canfranc

 

“El canfranero”, el tren de los mochileros. Sí. Cuando esté tren parecía sentenciado a muerte, después del cierre del túnel internacional, vinieron los mochileros a salvar el tren. O “vinimos”, porque me alegra mucho poder decir que yo mismo fui uno de ellos. Subir al Canfranero cuando iba de acampada a los Pirineos era toda una aventura. A veces bajaba en Sabiñanigo, una ciudad que tiene fama de fea y de anodina (lo es, claro, si se la compara con la siguiente parada: Jaca), pero que para mí era una parada perfecta, porque desde allí se podía seguir por carretera hasta el Valle de Tena, o hasta Panticosa, o a cualquier otro sitio estupendo, porque el Pirineo está lleno de sitios estupendos. Pero otras veces continuaba el viaje hasta el final de la línea, la gran estación de Canfranc.

 

Recuerdo una ocasión en la que el tren iba lleno, y la mayoría de los viajeros eran otros mochileros como yo. Al llegar a Sabiñanigo (esta vez subía hasta Camfranc), el revisor pasó y nos dijo que teníamos que bajar todos porque había que cambiar de tren. El otro tren estaba situado en el andén de enfrente. Parecía un asunto fácil, pero la cosa es que estaba lloviendo copiosamente, y claro, con el tren lleno, todos cogimos las mochilas lo más rápido que pudimos y nos lanzamos a correr bajo la lluvia para pillar un buen asiento en el otro tren. Entonces, cuando uno es joven y va a escalar montañas, aquello es una simple aventura, una más de un viaje lleno de aventuras. Supongo que si ahora, de repente, me hacen cambiar de tren en mitad de la lluvia (y llovía una barbaridad, me acuerdo bien, llegamos completamente mojados al nuevo vagón), no me lo tomaría con el mismo humor con que me lo tomé. Que nos lo tomamos, mejor dicho, porque no recuerdo que nadie protestara. “El canfranero” tenía eso. Subir hasta el corazón mismo de los Pirineos nunca ha sido fácil, y nosotros, que íbamos a seguir andando por sendas empinadas, lo sabíamos perfectamente.

 

Antes de llegar a Sabiñanigo, hay que decir que ya habíamos perdido una parte de los pasajeros. Los escaladores más impacientes se habían bajado en Riglos. Y al pasar bajo los inmensos “mallos” uno lo entendía perfectamente. El tren los bordeaba como podía, colgando a su vez sobre el río Gállego, que un poco más arriba se remansaba en el Embalse de la Peña. Ese río es tan perfecto para el piragüismo como los mallos son perfectos para la escalada. Y así, poco a poco, entre grandes rodeos, túneles y puentes, se subía desde Huesca hasta Jaca. Antes habíamos salido de Zaragoza. Bordeado los Monegros y tomado el desvío de Tardienta hacia Huesca ciudad. Ahora hay AVE en Tardienta. Una de las estaciones de AVE más pequeñas y con menos pasajeros. Tiene una función estratégica, según cuentan. Pero lo cierto es que en Tardienta se cruzan los trenes que van de Zaragoza a Huesca y los que van de Zaragoza a Lérida, de donde se puede empalar con otro regional hasta Barcelona.

 

Volviendo a nuestro tren, lo mejor, lo mejor de verdad, empezaba nada más salir de Jaca (eso sí, hay que decir que es obligatorio, si se dispone de tiempo, parar en Jaca, ver bien la ciudad y luego subir hasta el monasterio de San Juan de La Peña). Pero volviendo al recorrido ferroviario, la parte fuerte eran las duras rampas que llevaban después de muchos túneles, hasta el prado de Canfranc donde el tren se rinde, donde comprende que, por muy buen escalador que sea, ya no puede subir más, y decide que lo que le queda que camino hasta la cima del Puerto de Somport, lo hará bajo suelo, o mejor dicho: bajo roca, bajo la inmensa muralla que cierra la frontera con Francia. Son siete kilómetros de túnel (casi ocho kilómetros en realidad), lo cual lo convirtió en el momento de su construcción en uno de los grandes túneles ferroviarios de Europa. Se terminó en 1915, pero no se pudo poner en funcionamiento hasta 1928, porque la bajada francesa de los Pirineos no estaba terminada. Y si Francia retrasó su apertura, también Francia lo condenó a muerte, pues fue el hundimiento de un puente en el lado francés lo que provocó su cierre en 1970. Desde entonces muchas veces se ha pedido su reapertura. Y al mismo tiempo la rehabilitación de la estación de Canfranc, porque las dos cosas, el túnel y la estación, han compartido el mismo destino: un destino que se puede resumir en dos palabras: grandeza y olvido.

 

Desde 1970 parece que las cosas no han cambiado. Pero han cambiado. La maleza ha invadido las vías, muy cierto, pero la estación ha sido parcialmente rehabilitada. Incluso hoy en día se puede visitar su elegante vestíbulo. El túnel, que hasta hace unos años conservaba las vías (de hecho, yo tengo viejas fotos donde me hice retratar en su boca, con las vías aún tendidas, pero con un detalle muy interesante: un pequeño coche con las ruedas adaptadas para circular por las vías donde se podía leer: Universidad de Zaragoza. Departamento de Física Atómica), el túnel, digo, ahora está cerrado y es un camino de tierra. Pero se usa. El pequeño coche de la universidad ha sido sustituido por todo un laboratorio subterráneo, el llamado LSC, que depende del Estado, del Gobierno de Aragón y de la misma Universidad de Zaragoza y donde se realizan complicados experimentos que yo no llego a entender, aunque algún físico paciente ha tratado de explicarme.

 

Pero los cambios del pasado no son nada en comparación con los cambios que parece que van a llegar. No es la primera vez que se dice que la estación se va a convertir en un hotel (cosa muy lógica: en su origen, ya tuvo un hotel dentro de la estación), ni es la primera vez que se dice que se va a reabrir el túnel. Pero parece que esta vez la cosa va en serio. Y digo “parece” porque estas noticias, referidas a esta línea o a otras líneas parecidas, aparecen cada cierto tiempo en los periódicos. Y luego resulta que todo queda en buenas intenciones. No sé. Habrá que ver qué pasa. En cualquier caso, así como está, con sus vagones abandonados y su esplendor en ruinas, ya merece una visita. He hecho buenas fotografías allí. Y otros muchos han hecho buenas fotografías allí. Y entonces se mezclan los sentimientos, por un lado sientes pena, por otro lado alegría por las buenas fotos. Me pasa lo mismo que con las “vías verdes”. Me parece una idea fantástica. Pero como aficionado a los trenes y a la fotografía, me gusta también encontrarme con las viejas vías y poder ir siguiendo su rastro debajo de la vegetación. Mi lado “romántico” se enfrenta a mi lado “pragmático”. Las vías verdes son una nueva oportunidad para los viejos trenes, y las estaciones abandonadas acaban desmoronándose y lo que queda en pie tiene que ser demolido, como ha pasado en muchísimos casos (por ejemplo, el primero que me viene a la cabeza: la hermosa estación de Ólvega, a los pies del Moncayo, de la que ya no queda nada, ni una piedra, sólo un gran solar), así que la conclusión es muy simple. No me gustaría que el tiempo y el abandono se aliaran para lograr derribar la aún esbelta y, a pesar de todo, orgullosa, estación de Canfranc. Esperemos que esto no pase. Y mientras tanto, si podemos, continuemos visitando Canfranc. Que merece la pena.

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