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Mientras tantoEspaña en Regional. Capítulo vigésimo: Miranda de Ebro-Burgos

España en Regional. Capítulo vigésimo: Miranda de Ebro-Burgos


 

Este Regional viene de Vitoria y va hasta Madrid. Eso lo convierte en uno de los regionales de mayor trayecto del país, y casi me siento ridículo con mi modesto viaje, que sólo dura 58 minutos y sólo tiene una parada: Briviesca. Sin embargo, tenía mucho interés en hacer este recorrido, porque vamos a cruzar el desfiladero de Pancorbo, que es uno de los lugares míticos de los ferrocarriles españoles.

Y lo tenemos enseguida, al momento de salir de Miranda de Ebro y cruzar el río del mismo nombre. Me fijo muy bien desde lo que me permite ver la ventana: un puente moderno y al momento hemos pasado, pero se ve un río caudaloso, con bosquecillos frondosos en la orilla. No es el río imponente que he visto en Zaragoza o en Tortosa, pero es un río que llama la atención, que se ve fuerte y terrible, aunque ahora esté tranquilo, y que se ve sano, o eso me lo parece a mí. Y digo lo de “sano” porque hace muchos años un amigo mío, objetor de conciencia, tenía el “trabajo” de analizar sus aguas todos los días e ir anotando sus mediciones. En mi época de estudiante el que no quería hacer la “mili” tenía que hacer el Servicio Social Sustitutorio. A mí me tocó vigilancia forestal y todos los días nos subíamos con un todoterreno a los montes que nos habían asignado, y con los prismáticos y los “walkitalkis” estábamos al loro de cualquier posible conato de incendio. Me gustaba este servicio, que no era un trabajo pero era obligatorio, y lo prefería a estar metiendo cartas en sobres en una oficina durante meses y meses (no es broma: conocí a “objetores” que hacían eso: meter cartas en sobres, miles de cartas en sobres, y así día tras día, un aburrimiento y un espanto). Por lo menos lo mío era al aire libre y a veces hasta era divertido, porque los de la patrulla nos llevábamos bien y los días se pasaban rápido en el monte, explorando senderos y hablando con los forestales, los de la Patrulla Verde, los de los otros grupos de objetores, los pastores, los vecinos de los pueblos, etc. No tuvimos ningún incendio importante, cosa de lo cual me alegro mucho, evidentemente, y nunca tuve la sensación de estar perdiendo un año de mi vida.

A mi amigo de Miranda de Ebro le pasaba lo mismo que a mí. Por lo menos salía al río, andaba por su orilla, estaba en contacto con la naturaleza, y su tarea tenía una utilidad, comprobar cuál era la salud del río. Y no de un río cualquiera, sino de un río que regará una de las zonas más fértiles y productivas del país.

Ahora cruzo el Ebro y me parece que todo está bien. “Me parece”, digo, porque no soy un experto ni estoy al tanto del tema. Hace muchos años que perdí el contacto con mi amigo. En su momento me invitó a visitar Miranda de Ebro, a ir a su casa. Pero no fui. Después de la objeción de conciencia, una vez terminada la carrera, ya tocaba ponerse a buscar trabajo. Y luego todo lo demás. Y así la vida nos aleja de unas personas y nos acerca a otras. Y ahora, muchos años después, paso un día en Miranda de Ebro, entre tren y tren, y luego sigo mi camino hasta Burgos.

Tengo ganas de cruzar el desfiladero de Pancorbo y lo cierto es que lo cruzamos tan rápido que casi me decepciona. En cierto modo me esperaba más. Pero los trenes de ahora no son los lentos trenes de vapor. Eso es un hecho evidente. He visto viejas fotos de fotógrafos ingleses aficionados a los ferrocarriles, he leído sus libros y he apreciado lo que contaban de este lugar. Pero esos tiempos son tiempos que se perderán en el olvido, que ya sólo recuerdan los ancianos, y de los que sólo nos quedarán sus fotografías, y el mundo y la vida que se adivina desde ellas.

Hemos ganado en comodidad y en seguridad, y hemos perdido en romanticismo y aventura. En el siglo XX la fama de Pancorbo era muy mala, pero no por culpa del tren, sino de la carretera, de su nacional, una de las que más accidentes tenía de todo el país. Por suerte la autopista que cruza junto a la nacional y a las vías del tren, se ha convertido desde hace poco en autovía. De hecho, ha sido la primera autopista que después de caducar su concesión al Estado, ha vuelto a ser de todos y para todos, cosa que agradecen y mucho los que tenían que usarla a diario o muchas veces. Con esto se espera reducir el número de accidentes. Y me parece estupendo, por supuesto. Aunque algunos dicen que la medida llega tarde. Y supongo que también tienen razón. Y espero que a otras autopistas cuyas concesiones acaban pronto pase los mismo y los peajes desaparezcan y se conviertan en autovías. Espero… Ya veremos si hay suerte.

Pero mientras el tren ya está en la meseta. De repente, sin casi darme cuenta, desaparecen las montañas y todo son inmensos campos de cereales y de girasoles. Hemos entrado a Castilla por la única puerta natural posible. Hemos tenido que pasar algunos túneles y puentes pero lo peor ya está hecho, de aquí a Burgos sólo nos queda un pequeño obstáculo que rodearemos fácilmente: unos pequeños montes al poco de pasar Briviesca, que nos hacen tocar los mil metros de altura (teniendo en cuenta que salimos de los cuatrocientos metros de Miranda, se puede decir que el tren es un buen escalador). Después el recorrido es prácticamente llano, y entraremos a Burgos por una nueva estación de hermoso nombre: Brugos-Rosa de Lima. Está tan lejos de la ciudad que casi ni se ven los últimos edificios. Es muy moderna y funcional, pero claro, uno se pregunta cómo sería llegar por la estación antigua, que estaba mucho más cerca del centro. ¿Se llegaría a ver la catedral desde las ventanas del tren? No lo sé, nunca lo sabré. Ahora esta estación se usa para actividades muy distintas y las vías del tren ya no parten la ciudad en dos (que era una de las críticas principales). En su lugar hay una ancha avenida y el urbanismo de la ciudad ha mejorado. Pero los pasajeros que llegan a Burgos no ven el casco antiguo, ni siquiera llegar a ver un pedacito de ciudad moderna. Se gana por un lado, se pierde por otro. Así son las cosas. Para los viajeros que continúan camino, Burgos es sólo un andén entre campos de trigo. Los que nos bajamos aquí pronto llegamos al centro, en autobús urbano o en taxi, y un rato después ya estamos en el hermoso claustro románico del Monasterio de las Huelgas, uno los muchísimos sitios que hay que ver en Burgos. Mañana volveremos a la estación. Nos quedaremos con ganas de pasar más tiempo aquí. Aunque eso no es malo. Siempre hay que dejar algo por ver, para no perder nunca las ganas de volver, de seguir viajando. Así son las cosas.

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