Hay dos maneras de llegar a Barcelona desde Lérida. Se puede ir vía Tarragona y se puede ir por Manresa. Por las dos líneas circulan regionales y el precio del billete y el tiempo de viaje no cambia mucho. Lo que sí es muy diferente es el paisaje. El recorrido por Tarragona es menos montañoso. De hecho, un largo tramo final discurre a la orilla misma del mar. Además el recorrido por Tarragona tiene otra peculiaridad. Algunos trenes paran en Reus y Tarragona ciudad y otros no, porque al llegar a la estación de La Plana-Picamoixons, se desvían hacia Valls y toman el ramal que nos deja en el empalme de Sant Vicenç de Calders. Esto es un problema que a los pasajeros despistados les puede resultar terrible, por lo que es altamente recomendable fijarse bien antes de subir al tren.
Por su parte si optamos por la línea que se va hacia el norte, desde la llanura de Lérida hasta la meseta de Cervera, para luego bajar hasta Manresa y desde allí, pasando por debajo de la Sierra de Monserrat, entrar en Barcelona dando un largo rodeo por Sabadell y Badalona, nos perderemos entre colinas increíblemente boscosas, por valles estrechos y empinados, donde el tren lo tiene muy difícil para avanzar, y a veces llega a ir desesperadamente lento, aunque la hermosura del paisaje compensaba la lentitud, o al menos para alguien como yo que no imaginaba que la provincia de Barcelona podía ser tan boscosa, tan montañosa y tan salvaje.
Se ha dicho muchas veces que España es un continente en miniatura. Cada Comunidad Autónoma y cada provincia son también continentes en miniatura. En pocos kilómetros el paisaje te cambia radicalmente. Y los tipos de cultivo y la morfología de los pueblos. De una comarca a otra pasamos de tener un clima a otro, con su propia vegetación. Incluso pasamos de tener un tipo de roca o un tipo de suelo distinto, y ni las sierras ni los campos se parecen en nada. Este tren es un buen ejemplo de ello. Salimos de la llanura de Lérida y todo el paisaje son campos de regadío o de frutales, un paisaje llano y abierto, con pueblos grandes y modernos. Y pasa un rato y poco a poco aparecen suaves colinas y los regadíos dejan paso a los cultivos de secano, y si el día está despejado, empiezan a verse a lo lejos los picos nevados de los Pirineos. Por un momento parece que vamos hacia ellos, aunque luego el tren cambia de dirección y llega a Tàrrega, una de las paradas importantes de la línea.
Y me llevo una sorpresa escandalosa y agradable, escandalosa como sólo pueden ser unos cien niños de primaria, que van de excursión y están nerviosísimos por coger el tren. Y agradable porque da gusto ver sus caritas asombradas cuando el tren se pone en marcha. Es evidente que para muchos de ellos es su primera excursión en tren. El vagón, que estaba en completo silencio y casi vacío, se ha llenado de niños alegres y chillones, y por un momento dejo el libro y guardo la cámara y me pongo a observarlos con esa ternura que inevitablemente despiertan las excursiones de un colegio. Son valientes las maestras, desde luego, que van por los vagones controlándolo todo y hablando con sus alumnos. Como hablan el catalán de la zona, me cuesta un poco seguir sus conversaciones, y tampoco es cuestión de ponerse a cotillear, pero los veo señalando sin parar con sus manos hacia alguna masía o algún campo y sus gritos de satisfacción cuando reconocen algún lugar en concreto me hacen comprender que son niños de Tàrrega y que están viendo ese lugar que ya conocen desde una perspectiva totalmente nueva: la de la ventana del tren.
Me pregunto dónde van pero la respuesta llega muy pronto: se bajan en la siguiente estación. Tiene sentido, porque Cervera es un pueblo muy grande, tal vez ya una ciudad (luego buscaré los datos), y tiene un centro histórico muy interesante. Aunque, no sé, tal vez los niños vayan a participar en una competición deportiva con otros colegios de la zona, o algo así. Porque los veo muy pequeños para meterlos en un museo. O no… O puede que haya algún museo para ellos. Por desgracia desconozco casi todo de Cervera, excepto que tiene universidad desde el siglo XVIII, y no tengo tiempo de ver nada, porque el tren arranca y el viaje continua.
Los niños se ponen todos en fila en el andén y despiden el tren con sus manitas. No hago ninguna foto. Pero me guardo esta imagen en mi retina. Da gusto ver la ilusión con la que se toman un simple viaje en tren. Que para ellos, evidentemente, no es un simple viaje en tren. Y eso me lleva a pensar en cómo fueron mis primeros viajes en tren. Y cómo fueron mis otras muchas primeras veces (la primera vez que fui a la escuela, o la primera vez que vi el mar, etc), recuerdos muy perdidos al fondo de la memoria. Enterrados y enterrados por capas y capas de nuevos recuerdos más recientes.
Luego el paisaje reclama toda mi atención. Muy bruscamente abandonamos los campos y nos metemos en los bosques, bosques muy espesos, y el tren entra en un valle muy estrecho, que ha aparecido de pronto, porque la meseta se ha roto de pronto y desde los setecientos metros de altura nos vamos a ir de cabeza hacia el mar, siguiendo el río Llobregat, y esquivando como podemos las sierras de La Cordillera Costero Catalana, que, como ya he dicho antes, no es muy alta pero sí muy intrincada, y a veces queda bastante lejos del mar.
Tardamos mucho en llegar a Manresa. Parece que está cerca, en la siguiente curva, pero el tren gira y gira y se mete en un túnel y otro túnel y todo es bosque y barrancos y nada más que bosque y barrancos. Todas mis ideas preconcebidas sobre la provincia de Barcelona desaparecen de pronto. No hay pueblos, no hay indicios de actividad humana. El bosque y los montes parecen perdidos en el tiempo, sólo les falta un poco de niebla y se diría que estamos en la Edad Media, en los primeros Condados que formaban la Marca Hispana, y que en cualquier momento se nos va a aparecer un grupo de jinetes con armaduras.
Hasta que llegamos a Manresa y empiezan las fábricas del siglo XIX, las viejas fábricas de la revolución industrial que se crearon gracias al agua del Llobregat. Y luego vienen las urbanizaciones modernas, montones de urbanizaciones modernas, y luego los adosados, miles de adosados, y luego las fincas, cada vez más altas, y ya estamos el área metropolitana de Barcelona, que cruzaremos de Norte a Sur, por debajo de las calles. Para entonces, como ha pasado otras veces, el Regional se ha convertido en la práctica en un cercanías. Y eso se nota incluso en el tipo de pasajero: no llevan maletas, sino pequeñas bolsas. Vienen o van al trabajo, saltan al vagón y salen de él con la agilidad del que hace eso muchas veces cada día.
Me bajaré en Sants, pero el tren continua hasta Hospitalet de Llobregat, para dar un último vistazo al río moribundo.