No sé si “implosión” es la palabra más correcta. Se comenzó a utilizar para describir el futuro del PSOE a la luz de su historial de renuncias a partir del año 2010, lo que cuajó en sus pésimos resultados de las elecciones de 2011 y en el irrefrenable deterioro en intención de voto en las encuestas. Aunque esa historia de renuncias no es de ahora. Es tan vieja como los años setenta. Eso, como mínimo. Porque algunos, muchos, aunque no yo, sitúan ya en la Primera Guerra Mundial el inicio de la traición a quienes decía defender. Los partidos socialdemócratas decidieron apoyar a sus respectivos gobiernos en la primera conflagración mundial, mientras que sus facciones menos reformistas, más revolucionarias y más internacionalistas se dieron cuenta de que ésa no era su guerra: era la guerra de los burgueses y se negaban a convertirse en su carne de cañón. Pero no se quedaron al margen: lucharon contra la guerra. Ése fue el origen de los partidos comunistas y de la Tercera Internacional. Mientras, la socialdemocracia se aburguesaba. Aunque con excepciones. En España, Largo Caballero o Negrín.
Implosión del PSOE
Muchos años después de aquello, toda la socialdemocracia entró en la presunta batalla por el centro, que es donde se suponía que se encontraba el grueso de los electores después de la mejora de los estándares de bienestar y del acceso universal a la propiedad. La socialdemocracia engendró una ideología, el social-liberalismo, que sólo era una coartada para hacer lo mismo que la derecha pero con algo menos de mala uva o con un poco de mala conciencia. Y han perdido la guerra. Definitivamente. No hay duda. El PSOE está en vías de extinción. A punto de implosionar. A punto de romperse. Eso es lo que quiero decir con ese verbo que, según la Real Academia no significa exactamente eso. O sí. Porque quizás el PSOE se rompa hacia dentro, se consuma, desaparezca. Como ocurrió con UCD. ¿Se acuerdan?
Por todo eso me temo que no habrá moción de censura, ésa que el primer partido de la oposición debería haber presentado hace ya muchos meses. Aunque ¿con qué legitimidad cuando tienen sobre sus espaldas, no ya sólo una historia de traición, sino un caso de corrupción tan asqueroso como el de los ERE de Andalucía?, ¿con qué programa electoral?, ¿con qué líder?, ¿alguien quiere que nuestro próximo presidente sea Rubalcaba? Eso parecían pensar los barones del partido, al menos antes de conocer los supuestos mensajes que se habrían intercambiado Bárcenas y Rajoy.
Por todo eso, parece que se van a abstener de presentar una moción de censura. Aunque, como dice Gaspar Llamazares, diputado de Izquierda Unida, el PSOE debería presentarla, aunque fuera para perderla. Por dignidad. ¿Qué dignidad? Hace ya demasiado tiempo que no sabe lo que es eso. Hace mucho que el PSOE no existe. Pero vamos a darle una oportunidad. Porque mientras escribo estas líneas, el partido ha anunciado que se reúne de urgencia porque considera que la situación se ha agravado después de que El Mundo haya publicado los mensajes.
Explosión del PP
Lo que le sucede al Partido Popular es similar, pero a la vez muy distinto. Según vamos conociendo, parece que toda la cúpula del partido está presuntamente pringada con el asunto de los sobres y la financiación ilegal del partido. Podemos ser ingenuos y creernos que Mariano Rajoy es honrado y que Luis Bárcenas es el único ladrón del equipo popular, aunque después de las revelaciones de El Mundo se hace muy, muy difícil. Pero dado que incluso hay voces de la derecha que dan pábulo al ex tesorero, que insisten en la necesidad de contarlo todo y de limpiar el partido, adivinamos una gran división en las filas populares. “División” es una palabra demasiado suave. Quizás podría describir lo que había al principio de la legislatura, o antes de que Rajoy llegara al Gobierno. Rajoy ha sido el líder más cuestionado desde su proclamación. Más, incluso, que Rubalcaba en los últimos tiempos. Ahora lo que hay en el PP es una guerra. Y de alta intensidad, porque ya se utiliza armamento pesado: los escándalos de corrupción que en parte ya se conocían pero que por «algo» han saltado al primer plano. El objetivo es acabar con el Gobierno del moderado Rajoy y que otro ala del partido, el de Esperanza Aguirre, se haga con el poder.
Después de Rajoy, ¿Aguirrenomics o Aznaronomics?
Unidad Editorial, desde El Mundo y también desde Expansión, lleva ya meses abogando por un golpe de timón liberal en la política económica: bajada de impuestos, vuelta de tuerca en la legislación laboral, privatizaciones, recorte drástico del gasto… Parecen desear no ya que fuera Esperanza Aguirre quien liderara el partido tras la caída de Rajoy y los suyos. Parecen ansiar que vuelva José María Aznar. Precisamente, Aznar ha reaparecido hace muy poco presentando su programa electoral. O defendiéndose de su posible implicación en la corrupción de su partido. Hay interpretaciones para todos los gustos.
El PSOE, decíamos, está al borde de la implosión, porque ha perdido el norte y su identidad. El PP, en cambio, está a punto de explosionar. Aunque no se romperá. Quizás, en la lucha, salten algunas esquirlas, algunos elementos disparados. El primero ha sido Bárcenas. Pero habrá más. Y uno de ellos puede ser Rajoy. Aunque él quiera seguir siendo como un junco: silencioso y flexible ante los vientos huracanados. Pero, insistimos, no se romperá en dos: el sector ganador, el de los liberales, engullirá, fagocitará al perdedor.
Crisis política que acentuará la económica
Los líderes de la operación contra Rajoy (sí, todo esto es una operación contra Rajoy) están dispuestos a provocar una gran crisis política, quizás la más grande de la historia reciente de España, sobre todo por la delicada situación económica en la que nos encontramos. Sólo hay que fijarse en lo sucedido en los últimos días en Portugal: la dimisión de un par de ministros (uno de ellos líder de uno de los partidos de la coalición que soporta el Gobierno) provocó una intensa subida de la prima de riesgo, especulaciones sobre la necesidad de un segundo rescate y retraso de la visita de la troika para liberar los próximos tramos del primero. O en Italia: el día 30 Berlusconi puede ser condenado por una de las múltiples causas judiciales que tiene pendientes y Il Cavaliere ha amenazado con que, si cae él, se llevará por delante todo el Ejecutivo italiano y, como consecuencia, el precio de los activos italianos también sufrió.
Rajoy tiene que explicarse. Tiene que dimitir. Posiblemente tengan que celebrarse nuevas elecciones, porque no debería “colar” que renuncie de Rajoy y continúe un Gobierno popular con otros líderes a los que nadie ha votado, como algunos están defendiendo. Debería echarse mano a la convocatoria de nuevos comicios porque si para algo sirven es para legitimar democracias ficticias. Ésta no es sólo una democracia ficticia. También es un régimen sistémicamente corrupto. Y por eso necesita dosis ingentes de legitimación. Si no se quiere una explosión descontrolada.
La crisis económica, con unas elecciones anticipadas, podría agravarse. El Parlamento resultante de los futuros comicios sería complicado y también lo sería la formación de Gobierno. Pero ésa no debería ser la coartada para que Rajoy agote la legislatura. Quizás el PSOE llegue a utilizar este argumento para no pedir elecciones anticipadas. Aunque lo haga para evitar el ridículo de un nuevo hundimiento en número de sufragios.
Pero también hay quien dice que nada pasará después de tantos escándalos. Sobre todo si la economía consigue remontar. Por eso, el Gobierno estaría insistiendo en que lo peor de la crisis ha quedado atrás, en que la recesión ha terminado. Y tiene la suerte de que los datos comienzan a acompañar: los economistas coinciden en que el deterioro de la situación se ha paralizado. Otra cosa es que esté comenzando la recuperación.
Aznar: ¿Presidente de la República?
Podemos dar incluso un paso más, como un gran analista me comentaba el otro día. Julio Anguita lleva mucho tiempo alertando de que, si llega la República, en esta ocasión no serán las izquierdas las que la traigan, sino las derechas. Lo que esa persona me comentaba es que, en caso de que caiga la monarquía, otra de las instituciones que están a punto de implosionar, de consumirse, de disolverse, José María Aznar se moriría por ser Presidente de la República. Y quizás llegara a ese puesto. Sería el salvador de la patria, el gran reconciliador de los españoles, aupado por los mismos que quieren acabar con Rajoy. Me cuesta verlo. Pero también se me hace difícil creer que Mario Conde estuviera a punto de desempeñar un papel parecido a principios de los años noventa cuando, como ahora, se sumaba la corrupción a la crisis económica.
Pero España no se enfrenta sólo a una corrupción sistémica y generalizada que pone en una crisis creo que irreversible a los dos principales partidos. En una situación similar se encuentra la monarquía. De ahí que ahora no sea una locura hablar de República y de un «presidenciable». Hay más frentes abiertos. Por ejemplo, Cataluña. Cualquier tontería puede acabar en ruptura. Los ánimos están muy calientes. Según el CIS, el 40% de los catalanes quieren la autodeterminación. Y sigue la bronca por el reparto del dinero.
Necesario proceso constituyente
Implosiones, explosiones… son necesarias. La situación es insostenible. La última alternativa factible y «pacífica» en estos momentos es una voladura controlada y liderada por el propio bipartidismo. Pero que sea lo único posible no significa que sea la solución que ansiamos. Desde hace tiempo se habla de la necesidad de un nuevo proceso constituyente. El anterior se ha agotado. De hecho, la corrupción generalizada es consecuencia de lo atada y bien atada que nos dejaron la democracia sus próceres. Pero la pregunta es: ¿Hay alguien dispuesto o preparado para liderar esa transformación?