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España, instrucciones de uso

Hace algunos años planeé escribir un libro titulado España, instrucciones de uso. Empecé a escribirlo, de hecho, pero después de terminados un par de capítulos noté que aquello era tremendamente deprimente, y decidí abandonar el proyecto. Lo que sí escribí fue algún artículo en el que hacía un pequeño resumen de esta obra de antropología y aviso para caminantes. Sin embargo, con el paso del tiempo he llegado a comprender todavía mejor este curioso sistema, este curioso juego llamado España, y creo que ahora podría escribir unas Instrucciones de Uso mucho más completas y exactas.

 

La primera ley del juego dice: En España es difícil entrar. Es difícil entrar en todas partes (páginas web, instituciones, élites profesionales, escuelas de música), pero también es difícil entrar físicamente en todo tipo de locales, edificios y recintos. Esto tiene que ver con accesos y puertas incomprensiblmente estrechos e incómodos, con entradas por las que está prohibido entrar, puertas que no se abren jamás, etc.       Segunda ley. Es consecuencia de la segunda. Dice así: en España, cuando se consigue entrar, hay que procurar no salir jamás. Esto conduce, por ejemplo, a la cultura del “puesto fijo” y del ideal del funcionario. Pero también a la cultura de “coger sitio” en la playa para que no te lo quiten, no soltar un abono de un ciclo de conciertos aunque no te guste la música y no vayas a ninguno de los conciertos, etc.

 

Tercera ley: En España no puede haber dos cosas buenas al mismo tiempo. Aclaremos que esta ley (como las demás) no pertenece al reino de los hechos, sino al de las creencias. Pero se trata de una creencia tan extendida y tan escrupulosamente respetada, que termina traduciéndose en hechos. Por ejemplo, si uno está en un teatro muy bonito, en la cafetería sólo hay tónica y bolsa de patatas fritas.

 

Cuarta ley: Hay que deshacerlo todo de vez en cuando y volverlo a hacer, aunque esté bien y funcione bien como está. Esto responde a la creencia de que hay que “renovar” las cosas para “mejorar”, que conduce, por ejemplo, a nuestra histérica política de aceras. Porque en España se hacen aceras nuevas cada dos años. Pero esta ley imbécil alcanza también, por ejemplo, a la literatura. Cuando un escritor muere, en otros países es un clásico: en España, se convierte en alguien “superado”.

 

Quinta ley: Las cosas no pueden durar mucho, aunque sean excelentes. Está relacionada con la anterior. En España sería imposible un coreógrafo que se pasa una vida entera en el New York City Ballet como Peter Martin (simplemente porque es un gran director y un gran coreógrafo). Si algo o alguien lleva un cierto número de años, hay que echarle, quitarle. ¡Llevaba ya quince años! te dicen. Vean ustedes el logotipo de la Coca-Cola, que no ha cambiado en cien años. O esas orquestas alemanas, que ya existían en tiempos de Haydn. En España estas cosas serían imposibles. Todo se cambia continuamente: las direcciones de las calles, la decoración de los bancos, el llamado “mobiliario urbano”, los logotipos y los nombres de las cosas, las normas, las leyes, las regulaciones.

 

Sexta ley. Dice así: en España todo el mundo fracasa, todo termina mal y nadie triunfa. Si uno logra llegar muy alto, desde más arriba caerá. España es un país muy vengativo.

 

Séptima ley. Dice así: copia con detalle lo que hacen fuera. El mundo es complicado, es muy difícil saber cómo se debe actuar y cuál es el verdadero valor de las cosas. Deja, por tanto, que decidan otros. Esta ley es la principal responsable de que España sea una cultura de segunda clase.

 

Ya les avisé que el tema era un tanto deprimente.

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