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España puede esperar

 

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Canallas, horteras, bon vivants de saldo, femmes fatales en horas bajas, poetastros, vividores, radicales. Violencia, pero también ternura. 

 

Puterío, golfería y bohemia.

 

Una desesperada carrera de afectos para salvarse de la madrugada, para apaciguarse en la noche, echando el cobijo en cuerpos ajenos, roces, violencias, sableos varios.

 

Esto es, en resumidas cuentas, lo que uno se encuentra en Epitafio para heilipus. Una deflagración (Queimada ediciones, 2015), de Martín Parra.

 

Un largo peregrinaje nocturno, de personajes que no quieren ya extenderse en sus miserias, y buscan un algo más posible que no acaba de consumarse, pero ahí siguen: deambulando en círculos, confiando en un  inminente asalto al centro del meollo (aquí simbolizado por el centro de la capital Madrileña; la Gran Vía en Particular, con la Cibeles como puerta de entrada).

 

Y la posibilidad de un alzamiento popular, con su propio grupo organizado: la Rexistencia.

 

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Un poco lo que pasa en esta novela sería un algo tal que así:

 

“Parece que uno cuando está de mierda hasta los codos observa los espacios señalados del malestar ajeno, que encuentra equilibrio en ellos, y esa es la manera de sostener su propia verdad que es también una mentira” (pág 85).

 

O sea un mirar a la podredumbre de los otros, para poder aceptar que así la de uno no es tan terrible como parece (o, al menos, es igual de terrible que la de los otros, lo que, en resumidas cuentas, produce bastante consuelo).

 

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Todos, en este libro noctívago y rumboso, aguardan el momento de “dar cera”, de pasar a la acción, de dejar de ser pensamiento que se mueve y convertirse en idea sólida, en objetivo claro. Y, así, lo que se nos cuenta es el entretanto, pues nada acaba aun de ser.

 

Y nos recreamos en los pequeños gestos, en las tristes acciones solitarias que no son medio para nada más que para solazar una desesperación callada.

 

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La vida entendida como una prenda de entretiempo, pero no en el sentido de su liviandad sino de su (des)propósito.

 

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Lo dice en el prólogo Ángel Antonio Herrera, y acierta, pues que la prosa de Martín Parra tiene “un aguarrás de sorpresa, un manadero de peligro, un desvarío de precisiones”. Y, aun más, al decir que ve en Martín Parra “género literario”, pues sus libros más que contar lo que hacen es disfrutar(se) del –y en el- paseo.

 

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Martín Parra nos conduce por esa vida de cafés del Madrid del siglo veintiuno en la que se tiene “la sensación de poder robar sólo una vaga impresión de cada persona”.

 

Así, Epitafio para heilipus es un catálogo de sombras que se solazan en las penumbras más sórdidas de la ciudad.

 

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Epitafio para heilipus. Una deflagración es un “spleen de decisiones incómodas”.

 

Una confusión.

 

Lo resume con meridiana claridad uno de los personajes de la novela, Silvio, al afirmar, ya yéndonos hacia el final del libro que  “no tengo ningún control sobre mi vida”.

 

Y eso mismo es lo que se siente de los múltiples personajes que pululan, se cruzan, entrecruzan y solapan en este libro.

 

De un sinfín de despedidas prematuras está llena esta novela.

 

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Pero hay, no obstante, una leve trama. O mejor dicho un posible horizonte de expectativas hacia el que todo se dirige: la inminente proclamación de una nueva Constitución.

 

Así, la salvación, para estos personajes de Martín Parra, pasa por el hecho de dejar de ser quinquis y convertirse en partisanos. Unirse a la Rexistencia sería la manera de conseguirlo. Luchar por España, añadirse al alzamiento que va a producirse al día siguiente.

 

Pero no, porque todo se vive como en sordina. Hay el runrún de unas “intenciones bélicas”, un saber de que hay un asunto político pendiente, un necesario ajuste de cuentas; un, por qué no decirlo, intento de tomar la realidad por asalto.

 

Pero es solo eso, un intento, porque, al fin, el lema de estos heilipus es “España puede esperar”.

 

Y es que hay asuntos pendientes por despachar de mucha mayor urgencia: un cuerpo desnudo, una ginebra, las últimas volutas de un cigarrillo siempre prendido.

 

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Los heilipus son insectos sociales, seres que corrompen el orden normal de una sociedad.

 

Van infestando los bares, las calles oscuras de la noche. Los recodos.

 

Circunvalan a las gentes de bien, amenazándoles con su canallesca, desesperada elegancia.

 

Se diría que, de alguna manera, su propia necesidad estética, es su peor perdición. Una estética arrogante, de mercadillo; el placer como mandato estético. Lo sublime de saberse (auto)destruyéndose.

 

La melena negra anárquica, el arte dorado en la oreja, la zamarra de borrego.

 

Así son los heilipus, parásitos cuya propia existencia es ya un epitafio. Hombres que más que sujetos son puro movimiento entrópico.

 

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Epitafio para heilipus se mueve entre tres vértices: de El Giocondo, de Paco Umbral, toma su vagabundear por estampas dispersas de la noche madrileña, de San Camilo 1936, de Cela, toma su voluntad de corte en el tiempo, su hablar en el tono de un falso nosotros, además, de un cierto querer ser la representatividad de un extracto social particular y, por último, de Un mar invisible, de Matías Escalera Cordero, toma su cualidad de happening, su anarquismo libertario y su radical voluntad política.

 

Como corolario, se diría que el final de esta novela, su resolución, se asemeja a la desviación à la Aira de las tramas. O dicho de otra manera, que el nudo gordiano del texto no se resuelve sino que, sencillamente los personajes huyen hacia otro lugar.

 

Sin embargo, y de ahí la validez de esta novela, en Parra es el vagabundear menos lírico que póstumo, la voz plural una quimera soñada y la acción política un apéndice.

 

En definitiva, que, Martin Parra construye un mundo en el que el deseo es trampa, la noche una condena y la política un mal sueño. Y lo hace rompiendo la sintaxis estructural de la novela y sobreponiéndose a sus influencias. Gracias a lo cual, y como ya dijimos anteriormente secundando las palabras de Ángel Antonio Herrera, se (re)inventa Parra en género literario.

 

Dicho lo cual, huelga llamar la atención sobre el hecho de que estamos ansiosos por saber de la próxima producción del amigo Parra.

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