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Espejismos



 

Leía el otro día un artículo de Kiko Llaneras que empezaba así: «¿Alguna vez has sido feliz en un espejismo?» Visualicé, claro, El show de Truman y pensé en si somos menos felices cuando lo que nos hace feliz es un poco mentira. La premisa de la que partía Llaneras era la siguiente: “no es igual experimentar instantes felices que sentirte feliz al pensar tu vida.” Una premisa muy interesante.

 

Situémonos. Un barecito encantador de Hampstead Heath y un sol increíble –¡en Londres!–, en la mesa de al lado un hombre acababa de interrumpirme mientras terminaba el artículo de Llaneras para decirnos a mí y a una amiga –cito en inglés: “Hey ladies, can I ask you a question? You seem to be very succesful. Why don’t you have a job?”.

 

El tipo estuvo a punto de convertir el momento feliz en algo mucho peor que un espejismo, pero volví de nuevo a la felicidad y a ese relato que construimos alrededor de ella. Todos hemos tenido la sensación de estar escuchando a una amiga o amigo que exagera cuando cuenta una determinada anécdota vivida también por nosotros. Seguramente no fue tan buena como cuenta, o tampoco tan dramática. Lo raro de la felicidad es que no sabemos cuando la estamos viviendo sino que es más tarde, al volver la vista atrás, cuando la enmarcamos en forma de relato para contarla y contárnosla. Todos estamos hechos de historias, pero de esas historias que nos contamos a nosotros mismos que son, a menudo, espejismos. No hace falta llegar al extremo de El show de Truman y a ese engaño que sufre el bueno de Jim Carrey. Pero es cierto que aderezamos nuestras experiencias con la salsa que nos conviene.

 

La felicidad, ese trabajador por horas, que decía Anne Sexton. Cuánto hablamos de ella y que poco sabemos. Solo que llega y se va. Que si no se marchara no podríamos escribir. Que si no existiera no podríamos vivir.

 

Es cierto que la felicidad tiene que ver con el relato construido. También dice Llaneras en el artículo que eso “explica que no me guste escribir sino haber escrito”. Que nos guste hacer maratones pero que detestemos la experiencia de correr durante cuatro horas –claro que no es mi caso, yo a los diez minutos tengo flato–.

 

En mi relato de la felicidad recordaré Hampstead Heath pero probablemente olvidaré al tipo de la mesa de al lado de ese barecito encantador. Recordaré el sol así como todas las cosas buenas que me hacían feliz en esta ciudad, Londres, cuando vivía aquí. Porque apenas recuerdo la lluvia o los meses de dormir en un colchón hinchable junto a un gato obeso. En mi recuerdo de Londres se mezclan cosas. En él aparecen incluso personas que no vivían aquí entonces pero que con el tiempo han pasado a habitar estas calles de mi memoria. La memoria es sabia y lo mezcla todo. Paseo por Hampsted y me parece que incluso puedo ver a esas personas y entonces me digo que no, que no es posible, que es un espejismo. Pero me hace feliz, y eso ya me basta.

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