Estoy tranquilo. Y creo que algo tiene que ver el artículo antiguo de Marías que me pasó Nacho Faerna. Es sobre la infancia y los recuerdos y el Madrid en vísperas de la Séptima. Qué bonito. El artículo y la infancia y los recuerdos y el Madrid. No estoy nervioso porque no me va a importar perder hoy, aunque eso no va a suceder. Me sorprendo al pensar de repente que vivo un madridismo maduro y sereno, casi de dry martini o de gin tonic como los que se tomaban juntos Garci y Gil Parrondo. Por mi amiga Rose (velz) he sabido de esto último. Tengo buenos amigos que me pasan cosas buenas. Amigos madridistas con los que me tomaría (y me tomo) dry martinis o gin tonics. El Madrid hoy es como un atardecer que ocurre mientras se observa desde la ventana la plaza del Conde del Valle de Suchil, o mientras se recuerda el Madrid de antaño cuando todos parecían llevar las medias bajadas y el color era el sepia. Yo he visto (y he escrito) este año como el Madrid jugaba para la historia del hombre mientras otros que cuentan la historia del presente trataban de ensuciarla cientos de veces distintas. Por eso el Madrid siempre gana. ¿Cuántas veces pierden aquellos que de tan desmedido alborozo cuando el Madrid le va mal serían incapaces de disfrutar de un gin tonic? Recuerdo que Manuel Matamoros me dijo que yo no sabía lo que eran treinta y dos años. Y tiene razón. Quizá por eso no exprimo como él (bravo por él) esta Belle Epoque sino que la vivo como un atardecer de dry martini en el porche desde el que correré y saltaré desnudo hacia el mar soltando mi bárbaro gañido tras ganar la Duodécima.