La Nueva York de 2019 es, ahora, una idea obsoleta. El conjunto se ha disuelto en unidades pequeñas. El panorama, en escenas. Nueva York es una Viena (sin turistas), una ciudad por la que se puede caminar.
Y si bien los contagios y las muertes no ocurren con la pesada frecuencia de marzo o de abril, sigue el temor. La incertidumbre. Los neoyorquinos (bichos kafkianos atrofiados hasta pensar que un edificio contagiado de cucarachas es una ganga) estamos a un lado: evaluamos. Sostenemos la respiración detrás de nuestros barbijos y miramos a la chica que camina, al hombre que trota, al camionero irlandés que se relaja al lado de la minivan para tomar un aperitivo con sus compañeros: están montando un bar. El cielo sigue azul. Las bicicletas siguen rodando al borde del río. Ya se termina el verano.
Y supongo que su pregunta, la de ellos, es similar a la mía: ¿Volverá?
Desde los escritorios pesados de las autoridades universitarias, nos han avisado que la primavera del 2021 será otra vez tema de computadoras, salas virtuales y presentaciones en línea. Una mujer con una gorra que dice Navy, asiente cuando le comento, casual, (ella pasea a su perro, yo observo a mis hijos) que la normalidad tal vez empiece entre noviembre y diciembre del año siguiente. That´s right dice ella. Y asiente con un gesto de resignación que me hace pensar en mis tías mayores, cuando escuchaban conmovidas alguna historia que invocaba el descaro de algún sinvergüenza.
No sabemos si volverá, y no sabemos si queremos que vuelva.
Miro al pasado: al sujeto que era yo, agarrado al pasamanos, apretado en el vagón del C, tal vez leyendo, regresando a mi pequeño apartamento en la calle Dean de Brooklyn. Y pienso: qué bien que viviste eso, compadre. Porque pienso que eso ya no es posible.
Pero tal vez sí. Quizá todo consiste en el talento de esperar. Esperar que vuelva Nueva York: el panorama abarrotado, la gente amigable encerrada en un vagón de tren, los hombres y mujeres que te sostenían la puerta para que no se te cierre en la cara.
El Nueva York que tú y yo, afortunados, conocimos tan bien.