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Esperas y prejuicios

 

 

Puede ser que desde alguna de las ventanas que Pablo ha abierto semanalmente desde el pasado mayo, se observe esta escena. La curvatura de la espalda y el color de los rizos dirían –quizá engañosamente, pero así lo imagino– que en edad de jubilación; el atuendo combinado de americana heredada de quien un día la lució en un bautizo y gorra dirían que indigente. ¿Y en el carro de la compra? Quizá en él este hombre –porque descarto que pudiera ser una mujer– arrastre todas sus ilusiones. Y si no, al menos un paraguas que guarezca de la lluvia, pero no de la exclusión. Lo que no se ve es si a sus pies –o colgado en el pecho como una medalla sin oro– lleva un cartel que explique por qué pide. En realidad, ni siquiera sabemos si ruega o si, sentado, está esperando a alguien. Pero así son los prejuicios y las primeras impresiones. Lo extraño es que hoy el fotógrafo me sirva la imagen en color y no en ese blanco y negro que en él es marca de la casa.  

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