Home Acordeón Reportaje Espía en la FNPI. El ingenio del García Márquez periodista

Espía en la FNPI. El ingenio del García Márquez periodista

 

En un hotel de Cartagena de Indias una veintena de periodistas del Caribe colombiano comparte cierto aire de misterio. Se les va a contar lo que está pasando en La Habana, en las conversaciones de paz entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC . Van a tener la oportunidad de ver, oír y saber de primera mano. A cambio se les pide la discreción del off the record, dado lo delicado del asunto. Y asesores del alto comisionado, negociadores, habituales de esos encuentros, explican los protocolos, las maneras de verse, las discusiones, las rutinas, los lenguajes empleados, verbales y no verbales, entre los guerrilleros y los enviados del gobierno de Bogotá. Junto a ellos un gran periodista que domina los entresijos, que conoce a quienes parlamentan, Álvaro Sierra, ayuda a interpretar señales y mensajes.

 

Es un momento delicado, controvertido, porque los encuentros de La Habana se hacen sin una tregua previa, sin alto el fuego, lo que supone que esa mesa de negociación tenga muchos enemigos y exija una cobertura periodística rigurosa y tranquila. Tras dos largos días concentrados, los periodistas salen del hotel sabiendo qué se acuerda, quién, cómo se traslada a los guerrilleros desde la selva colombiana a la mesa de negociación, con nuevos contactos en sus agendas, con detalles sorprendentes sobre los gustos y las actitudes de quienes dialogan. Y sobre todo llenos de claves para leer entre líneas los comunicados y movimientos que lleguen de la capital de Cuba.

 

A otro hotel, este de Bogotá, acuden 15 periodistas de otros tantos países con historias pensadas para investigar: cómo se arma la población en Costa Rica, la explotación sexual de niñas en Caracas, la ciudad más violenta de Nicaragua, el microtráfico en el Bronx de Bogotá, campesinos guardianes del narco en Bolivia, el crimen organizado y el sector de la construcción en Medellín, tregua entre pandillas en El Salvador, la infancia en el territorio narco de Rosario (Argentina), las raíces del miedo en Lima y pulso entre autodefensas, narcos y gobierno en Michoacán (México). Tras una semana, esas ideas para desarrollar salen como proyectos discutidos, enriquecidos y a veces reenfocados. De eso se encarga María Teresa Ronderos, la maestra, que les hace repensar, comparte experiencias y ensaya con ellos cómo mirar, cómo investigar, cómo conseguir.

 

Alberto Salcedo Ramos, premio Ortega y Gasset y uno de los grandes contadores de historias, se encierra con diez periodistas seleccionados en un hotel de Medellín para convencerlos de que la crónica es un género periodístico que no hace florituras porque debe narrar, pero sobre todo informar. Les muestra su cocina, cómo emborrona él cientos de cuartillas, y a quien llega arropado con el paraguas del estilo le explica la teoría de Hemingway sobre la investigación: “es como un iceberg, se ve solo un diez por ciento de lo que hay. Pero si no hay el otro 90% no se sostiene”. Así que la principal lección que les deja es que se embarren, que se mojen, que se ensucien las manos si quieren hacer buen periodismo.

 

Cartagena, Bogotá, Medellín son una muestra de las incontables actividades que organiza la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), la institución que el autor de Cien años de soledad ideó hace casi veinte años para trabajar por la excelencia del periodismo y la búsqueda de buenos periodistas.

 

Se la inventó el Nobel colombiano para hacer la guerra, como recuerda la escritora mexicana Alma Guillermoprieto, “a la idea misma de la ‘comunicación social’, la plaga de las facultades iberoamericanas”. Su fórmula: lecciones de buen periodismo, talleres prácticos que son mitad reunión mitad lección, pero sobre todo intercambio y convivencia entre un maestro reconocido y un grupo pequeño y seleccionado de jóvenes periodistas.

 

Durante tres meses fui sombra de la FNPI. Estuve en sus talleres, en sus reuniones, los observé, conviví, los seguí; entrevisté a maestros y alumnos y comprendí algunos de los secretos de su éxito. Las mejores crónicas se escriben en América Latina y los mejores cronistas han pasado por la FNPI. Encontré una institución que tiene la rara habilidad de conciliar cheveridad, relaciones internacionales y periodismo, como tituló la propia Alma, “entre la disciplina y la parranda”. La fundó García Márquez y en ella han sido maestros de periodistas él mismo, Tomás Eloy Martínez, Ryszard Kapuscinski, Carlos Monsiváis, y lo son Jon Lee Anderson, María Teresa Ronderos, Cristian Alarcón, Alberto Salcedo o Martín Caparrós.

 

La FNPI parece una máquina bien engrasada que no puede parar. Como si su supervivencia dependiera de que no se enfríe su pulso ni un instante. Desde su director general, Jaime Abello, hasta su penúltimo becario, Jaime Beltrán, pasando por la secretaria-recepcionista, Delsy Martínez, o su director gerente, Ricardo Corredor, o su encargada de la cafetería y mantenimiento, Yamile Chamorro, todos se afanan en empujar el ingenio para que no se detenga nunca. Están convencidos de que de ello depende, de no parar, la estabilidad y el éxito de la fundación que soñó García Márquez.  

 

La sede de la FNPI está en el centro de la ciudad amurallada, en un segundo piso de la calle San Juan de Dios, junto a la iglesia de San Pedro Claver. Justo al lado de la antigua sede de la redacción de El Universal, el periódico donde García Márquez empezó a escribir crónicas a su llegada a Cartagena de Indias.

 

La veintena de personas empleadas allí, y los maestros, los alumnos brillantes y los aliados –los patrocinadores y mecenas a quienes Jaime Abello llama “cómplices cordiales”– se sienten con una misión: hacer que el legado de García Márquez se mantenga y su proyecto entre la pedagogía y el periodismo continúe ampliando su red de influencias. Así que cada semana, cada día, a veces a cada hora, se celebran cursos, o talleres, o foros, o chats, o conferencias, o webines, o seminarios, en vivo, en directo, presenciales o virtuales. Una oferta de charlas y debates sobre el mejor oficio del mundo y su aprendizaje, pero también sobre los retos de las nuevas tecnologías o el proceso de paz entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que parecería apabullante si no fuera porque es la manera de hacer que no pare la música, tras la muerte de Gabo. En la FNPI  no se acaba de desarrollar una actividad y ya se está preparando otra, mientras otra más se está diseñando y otra se está poniendo en marcha.

 

Alma Guillermoprieto recuerda cómo empezó todo porque ella fue quien dictó el primer taller de la FNPI, entre 3 y el 8 de abril de 1995. “Cuando me llamó Gabriel García Márquez a fines de 1994 para participar en la construcción de la nueva fundación que andaba tramando, lo escuché con cuidado –porque soy periodista y siempre escucho con cuidado– pero también porque el proyecto que traía en mente me entusiasmó”. Lo que llevaba en la mente era un taller “un lugar de trabajo, donde se practicarían las formas para lograr echar el cuento bien contado”. Así dice que dijo, el cuento bien contado. Se acuerda de una idea más: “me hizo entender de golpe la sagacidad del personaje: el taller sería impartido por periodistas, pero no por cualquier periodista: tendrían que ser grandes periodistas, tener star quality”. (Pronunció con cuidado la frase en inglés, remarca Alma). “Hay que deslumbrar. Lo dijo porque yo le había nombrado a varios colegas que a mi juicio estarían capacitados para impartir esos talleres, y los descontó de inmediato con esa frase”. Total que: “a pesar de mis dudas, acabé dando el primer taller oficial de la Fundación”.

 

Otro punto importante, entonces y ahora, es la selección de los talleristas: “¿Seleccionamos a los más hábiles o a los más necesitados? Si fuera por los hábiles todos los talleristas serían argentinos, pero si no incluyéramos a una gran cantidad de muchachos sin mucha formación y cero condiciones dejaríamos fuera a los talentosísimos jóvenes que han ido surgiendo y que han ido transformando el periodismo en El Salvador, Nicaragua, Perú, México y la propia Colombia”. Un equilibrio difícil: “Quizás lo más difícil para la Fundación ha sido evitar convertirse en un Club de Toby y me parece que ahí queda trabajo por hacer”. Cuenta Alma que en los últimos años algunos reporteros talentosos no han concursado a un taller “porque no les interesa convertirse en parte de ese gremio de presumidos”.

 

Algunos hay, periodistas que pasaron por la FNPI, con cierto nombre, que son presumidos y miran y dicen como si tuvieran en la frente un sello de calidad. De la coquetería a la tontería a veces hay una línea endeble que unos traspasan y otros no. Pero ninguno puede evitar presumir, unos por dentro y otros por fuera, de sus momentos con Gabo, de sus clases con Kapuscinski. Alberto Salcedo entiende que “la FNPI permite el prodigio de que un reportero joven de América Latina pueda desayunar con Juan Villoro, almorzar con Jon Lee Anderson y cenar con Alma Guillermoprieto”. Y proporciona la posibilidad de “crear redes, compartir saberes, reflexionar sobre el oficio, todas esas cosas que los periodistas difícilmente pueden hacer en sus medios”.

 

El chileno-argentino Cristian Alarcón, editor de la revista Anfibia, ha sido alumno y es maestro de la fundación, así que ha probado los dos lados: “Es una epifanía encontrarse con un espacio de aprendizaje creativo tan potente. Los espacios de formación de la Fundación tienen esa capacidad clarificadora, el periodismo no es solo información, es mirada, investigación permanente y literatura”. Se apuntó a un taller que daba Kapuscinski en México, en 2001: “Me encontré allí con periodistas talentosos, Juanita León, Boris Muñoz, Julio Villanueva Chang, Carlos Alberto Giraldo”. Todos nombres de impacto hoy. Aquel fue un taller paradigmático. Alarcón recuerda las charlas, los tequilas compartidos en la Plaza Garibaldi, los modos de hacer del gran periodista polaco, “Kapucisnki decía que debes investigar más pensando en un libro que para el apuro por el cierre”. Cuenta que también iba Gabo al taller, verborréico, y no parada de hablar, hasta el punto que Giraldo hacia preguntas a Kapusciski: “Decía, esta es una pregunta para el maestro Kapuscinski”.

 

Carlos Alberto Capeto Giraldo, periodista de El Colombiano de Medellín, ha tomado talleres con Tomas Eloy Martínez, Daniel Santoro, Jean Francois Fogel, García Márquez. Siempre tuvo debilidad por Kapuscinki. Tiene grabado cómo hacía que todos los talleristas hablaran de sus dificultades con la investigación o la escritura. “Él tomaba notas, callado, y al día siguiente volvía con soluciones perfectamente estructuradas”. Tiene tesoros de aquella época, como cuatro horas de grabación de una lección del polaco, o una foto en la que aparecen Kapuscinski y Gabo y la casualidad muestra un letrero entre los dos que dice: “Periodismo”.

 

Jean Francois Fogel pertenece a la junta directiva de la FNPI. “Yo conocí al Gabo en los setenta. En el momento de creación de la fundación me pidió venir como maestro, pero yo estaba en el diario Le Monde y no tenía tiempo y le dije que no. En 2002 me fui de Le Monde de papel y quedé en la web y me dijo ahora ya no tienes una excusa y ya me incorporé”. El periodista francés tiene una explicación más graciosa para la marca de la FNPI. “En mi opinión no hay nada parecido a la Fundación. Tiene una doble dimensión: la que tiene que ver con la matriz inicial, la idea de Gabo por el gran periodismo, el interés para América Latina y por la democracia y lo que podemos llamar un poco familiarmente la cheveridad, que es una forma alegre de juntarse. Es decir, la Fundación del Gabo no es la de una país del norte de Europa, ni de China, tiene que ver con una forma festiva de hacer las cosas, compartiendo todos los momentos, el taller, el almuerzo, desayuno y cena y hasta la fiesta. Era la única manera de crear un intercambio competo entre los participantes, maestros y talleristas”.

 

Todos, alumnos presuntuosos y descreídos, maestros, directivos y aliados son portavoces de la FNPI. Decía García Márquez que no es suficiente con ser los mejores, sino que se sepa. Así que están todos empeñados en esa misión, ser la referencia del periodismo latinoamericano y que lo sepa todo el mundo, cacarearlo.  

 

Pasé tres meses largos y dichosos entre ellos, vi que logran ser buenos y desde luego hacen que se sepa. Sus redes de cómplices abarcan desde la Patagonia a Río Bravo, pero también llegan a los lugares influyentes de América del Norte y de Europa. En cada periódico, en cada medio, tienen un aliado: o es maestro que enseña o es alumno que aprende, o es aspirante a una cosa y a otra. Una foto que pone Jaime Abello en Facebook, un selfi de Ricardo Corredor, reciben al instante cientos de me gusta. Marcas un teléfono o escribes un email nombrando a la FNPI, y se abren las puertas.

 

Cuando llegué, a finales de abril, estaban en pleno dolor. Habían pasado apenas diez días desde el Jueves Santo, el 17 de abril de 2014, la fecha de la muerte de Gabriel García Márquez. Los correos, digitales y analógicos, aparecían atestados de condolencias, de emociones amarillas, de testimonios, de muestras solidarias. Las mesas se veían sembradas de recortes de periódicos, de revistas en todos los idiomas con la imagen del Nobel. Alcancé sudoroso el primer piso, tras caminar bajo el sol achicharrante de Cartagena. Me recibió Jessica y me abrazaron los dos Jaimes, el director general y el hermano de García Márquez. Me sentaron con ellos a escuchar el homenaje que en la ONU se hacía al escritor.

 

Me encontré a la FNPI a toda pastilla, con la web dedicada a los afectos, con Jaime Abello multiplicándose para intervenir en la asamblea de la UNESCO, responder a peticiones de entrevistas, presidir homenajes o coordinar la edición de un libro que se hizo en tres días y en él se recogió todo lo publicado en el mundo tras la muerte de Gabo: las portadas, las crónicas, las fotos, las reacciones, los testimonios, los reportajes. El resultado fue un volumen grueso, de pastas amarillas, que llevaron fresco a Mercedes Barcha, la viuda, y ahora presidenta de la FNPI.

 

Unos días después estaba convocada una reunión general de todo el equipo. Las cotidianas se celebran en la sala principal de la sede, alrededor de una gran mesa rectangular, como la de una redacción antigua, presidida por Jaime Abello en la cabecera, en el mismo sitio donde antes se sentaba el propia García Márquez, y se da cuenta de lo pendiente, se improvisan soluciones y se recomponen proyectos. Pero la junta extraordinaria los concentró en el hotel Corales de Indias, junto al mar en Cartagena. Empezó a las nueve, una pausa a las doce para comer y se prolongó hasta el atardecer un sábado de mayo. Estaban los tres Jaimes de la FNPI, el director general, el hermano y el becario; Ricardo Corredor, director ejecutivo; Ana Teresa Hernández, directora administrativa y financiera; Carlos Serrano, Natalia Algarín, Stephanny Rúa, Jessica Arrieta, Melissa García y César Ortiz. Abello aprovechó para presentarme a todos, y para bromear.

 

—Esperemos que no sea un espía.

 

Y acordó él mismo que no, que amigo y cómplice. Así vi cómo trabajan, cómo deciden, cómo aúnan simpatía caribeña y rigor, baile costeño y eficacia. Jaime Abello, el jefe, cuenta historias, revolotea, le gusta escucharse, tiene en la cabeza mil cuentos, pero no da una puntada sin hilo. Sus anécdotas parecen rodeos por tranquilos atardeceres pero nunca olvida desembocar en un mensaje claro que pone las pilas al equipo. Da soluciones y pide responsabilidades preguntando a cada uno por su parcela. Se habla de talleres en ciernes, la razón de ser principal de la fundación, de futuro, de patrimonio, de gobernanza, de nuevos escenarios, de los premios venideros. Tengo apuntado en una pequeña libreta frases cazadas al vuelo, como preocupaciones:

 

—un año crucial

—Gabo se fue, afortunadamente en un contexto de estabilidad económica

—una oportunidad nueva

—guardar y mostrar el legado de García Márquez, total fidelidad a su mandato y a su espíritu

—escarbar más en los testimonios de los talleres

—nuevas estrategias

—publicar lo mejor del periodismo iberoamericano

—impulsar la idea de un centro cultural

—nueva ley de honores que estudia el gobierno

—cuidar y fortalecer las alianzas

—encontrar nuevos aliados

 

A lo largo del día se repasan tareas, aparecen ideas que se desechan y luego se retoman y después se les da una vuelta, “y que tal un concierto conjunto de Calle 13, Shakira y Carlos Vives”. Ricardo maneja desde su portátil un Excel que proyecta en la pantalla de la sala de reuniones del hotel. Columnas y filas muestran lo previsto, lo pendiente y lo propuesto en forma de actividades asignadas y fechadas por meses: mayo, junio… hasta diciembre de 2014, talleres, seminarios, nuevos maestros. Arriba, el título: Cronograma de Planeación Operativa FNPI.

 

Y entre risas, requiebros, zumbas, anécdotas sabrosas de Gabo con Jaime Abello, de Gabo con Fidel Castro, de Gabo con Clinton, Ricardo va llenando su cronograma. Se habla de presupuestos, de dineros, del alquiler de la sede que se queda pequeña y Ana Teresa ya está buscando otra para trasladarse. Cuando llega la tarde el ambiente se va ablandando, perdiendo gas. Ricardo anuncia que se ha tratado el 30% de lo previsto. Ahí se levanta la sesión. Se continuará el lunes.

 

Buena parte del equipo anda viajando continuamente porque no todos los talleres y encuentros se celebran en Cartagena, de hecho la mayoría ocurren fuera, en Bogotá, Medellín, México, Brasil, Argentina, Costa Rica… Y si Ricardo y Natalia y Carlos viajan, Jaime Abello, se pasa la vida en los aeropuertos del mundo, cacareando la buena nueva de la FNPI, presentando talleres, concediendo entrevistas, atrayendo cómplices. Además es de Barranquilla, así que aprovecha los huecos de su atestada agenda para pasar algunas horas en su ciudad, lo que no agrada mucho a un buen número de cartageneros. Pero diplomático y afectuoso, ni una vez olvida pasar a saludar, a preguntar si estoy bien, a contar. Y propone comer en Cremes & Waffles o en el Bistro,  o el Charladero, donde plantea compartir platos y postres en su proceso, parece que exitoso, de perder algunos kilos.

 

El espíritu de Gabo está presente en cada rincón del caserón de la FNPI. No porque estén sus fotos, sus recuerdos, sus libros o sus sentencias sobre la vida y el periodismo o la literatura colgados en las paredes, que están –“novela y reportaje son hijos de una misma madre”, “la crónica es la novela de la realidad”, “la mejor noticia es siempre la que se da primero sino la que se da mejor”–, es porque se percibe su misma presencia. Da la sensación de que puede aparecer con su guayabera blanca en cualquier momento. Quien aparece así, de blanco, es su hermano Jaime, que corrobora datos, que siembra sus charlas de recuerdos, que te agarra del brazo, risueño, y te cuenta momentos y detalles. Así que se siente el aliento del Nobel en el hall de entrada, donde Delsy da la bienvenida, en los despachitos de la derecha, alineados como en un tren, donde suelen estar Teresita y Natalia y quien esto escribe, entre los más de 2.000 títulos de periodismo que conforma la biblioteca; está a la izquierda, en la cocina, donde sacan su tapper quienes llevan al trabajo la comida, Cesar, Stephanny, Ana Teresa, Melisa, Omar o Paola, y donde se celebran los cumpleaños, con Yamile que siempre ofrece un tinto (café solo) y una sonrisa. Sigue estando al cruzar la cocina, tras pasar el pasadizo de los baños y llegar a la sala grande, con la gran mesa rectangular en el centro y los espacios de trabajo colocados a lo largo de las paredes como puestos de teleoperadores. Está en la planta de arriba, con la gente de administración a la derecha y los despachos de Jaime y Ricardo a la izquierda de la escalera. Y está en la terraza desde la que se ven los tejados de Cartagena, donde Gabo organizaba fiestas y tragos por las noches. Disciplina y parranda.

 

El despacho de Jaime Abello es el núcleo de todo el tinglado. Su Mac preside un espacio atiborrado de documentos, de fotografías, de libros, de recuerdos, de revistas, en un aparente caos perfectamente controlado. A él fue a quien dijo García Márquez hace casi veinte años que ejecutara su proyecto, su sueño de inventar una escuela para arreglar el periodismo. Ahí tiene los papeles con lo que se dijo en los primeros encuentros, las reuniones con Tomas Eloy Martínez para darle forma a esa idea de taller. Pero también la cabeza de Jaime Abello tiene dentro toda la historia, todos los momentos, todos los detalles, todos los nombres. Y allí arriba en el mismo despacho o en Crepes & Waffles ante un postre se pone a hilar recuerdos y contar historias que son oro puro. Se están cumpliendo veinte años de lo que él llama “el año en que Gabo tiene el brazo caliente”.

 

El año que el Nobel tuvo el brazo así empezó con las Navidades del 94 al 95, en Cartagena, que fueron bien movidas: pasó la noche del 28 de diciembre con los reyes del vallenato; la del 31 fue a celebrar el fin de año y festejar en la plaza de San Diego; el domingo, 1 de enero, se desenguayabó en su casa; el lunes 3 de enero salió a jugar a tenis en el hotel Las Américas y luego a desayunar y trabajar con Sergio Cabrera en un guión. Ahí le sonó el celular y era el presidente de México entonces, Carlos Salinas de Gortari, para decirle que había nacido una nueva guerrilla mexicana, los zapatistas. Celebró su cumpleaños, el 6 de marzo, en La Ranchería, en Bocagrande, con veinte grupos de vallenatos, una parranda babilónica. Tomaron un taxi para volver a casa, en la calle del Curato de Santo Toribio, junto a la muralla. Y Gabo “no llevaba plata” y le dijo al taxista que le habría gustado ser taxista y éste le respondió que a él ser escritor.

 

Entre 3 y el 8 de abril de ese 1995 Alma Guillermoprieto  dictó el primer taller de la FNPI. García Márquez viajó a Sevilla para estar en la Feria de Abril y el 23 del mismo mes llegó a su apartamento de Barcelona, para la presentación del libro Del amor y otros demonios. El 15 de junio estaba de nuevo en Cartagena de Indias para ser el verdadero anfitrión de la cumbre Iberoamericana de Jefes de Gobierno, y paseó por la ciudad amurallada con el Rey de España y con Fidel Castro. El 25 de junio, en la piscina del hotel Caribe, se firman los estatutos de la FNPI. En julio viajó a Medellín, a hacer la entrevista a Jorge Luis Ochoa, el jefe del Cartel de Medellín. El 13 de agosto estaba en su casa de México y allí lo llamó de nuevo Carlos Salinas de Gortari, en plena crisis de los balseros, porque le había pedido Clinton un mediador con Fidel Castro. Y viajó Gabriel García Márquez a Nueva York, en compañía de William Styron y Carlos Fuentes, a encontrarse con Clinton. En octubre se reúne con Tomás Eloy Martínez para seguir perfilando su particular escuela de periodismo y para reafirmarse en que no aceptaría el premio Cervantes, del que era candidato cada año. En diciembre va a La Habana a dictar su taller de cine.

 

Un año caliente que muestra la intensidad, la actividad, las relaciones, los intereses, los sueños y la vida de Gabriel García Márquez. Periodista, escritor, político, curioso, hombre influyente y ciudadano. Podría pensarse que el hijo del telegrafista era intuitivo y apasionado, que lo era, y que el sueño de la Fundación lo armó con los amigos entre dos tragos. Pero también hemos sabido que era meticuloso, concienzudo, obsesivo e incluso podía ser colérico.

 

Mirtha Buelvas, antropóloga barranquillera, recuerda la lluvia de ideas durante una reunión densa en Cartagena de Indias, en el edificio de la Cooperación Española, en la Plaza de Santo Domingo. Estaban Tomas Eloy Martínez, Gabriel García Márquez, Jaime Abello y ella, “un día completo, siguieron tras el almuerzo, discutiendo cómo sería la escuela” y relata que estaba el presidente Ernesto Samper en Cartagena y quiso acercarse a saludar. “Gabo dijo que no se podía interrumpir el trabajo”. Mirtha llama Kapu a Kapuscinski, “le gustaba tomar grapa, le hablé de los indios wayuu y me dijo que quería ir a la Guajira, que si quería ir con el”. Parece que Kapu nunca llegó a ir. No cree Mirtha que el periodista polaco fuera tímido, “era como García Marquez, si no tiene interés aparece callado y lejano”. También Mirtha, como todos, recuerda que Gabo aparecía siempre al final de cada taller para decir lo trascendental que es el periodismo, para insistir en que lo que importa no es la chiva (primicia) sino la historia.

 

Patricia Nieto es una de las grandes periodistas de hoy que también pasó por la FNPI. Llegó a Cartagena buscando una revelación: quería descubrir el misterio de Gabo, cómo contar las historias. Era 1995, su primer taller y el escritor guardaba un regalo para los diez elegidos que atendían como Patricia: les iba a leer nada menos que unas páginas de su próximo libro, aun por publicar, Noticia de un secuestro. Y Gabo fue derramando párrafos, embrujándolos, hasta que se rompió la fascinación. En el silencio sagrado se escuchó claramente el clic de una grabadora. Alguien se había atrevido a romper la confidencialidad, a traicionar la confianza, lo más oscuro del oficio. El maestro se transformó en fiera y salió dando un portazo.

 

También ese enfado sucedió en el año caliente de 1995. Abello entendió desde el primer momento lo que quería hacer Gabo, lo acompañó y hoy se empeña en sostener el ingenio. Costeño también, le encanta hablar, dicen que si coge un micrófono no hay quien se lo quite. Es capaz de levantar el teléfono y juntar influencias, capitanear el proceso de paz en Colombia o encontrar un patrocinio. Se le puede ver bailando una cumbia, como Wally apareciendo en todas las fotografías de grupo, presentando cada taller. No lo imagino jugando a tenis, aunque seguro que lo haría si eso granjeara otro aliado a la FNPI. Repite la sencilla fórmula: los mejores maestros comparten experiencias y sabiduría con los jóvenes periodistas más destacados. Cuenta que en 2006, cuando comentaban en lo que se había convertido aquella idea de 1995, en un continuo ir y venir de grandes periodistas y aplicados talleristas, le dijo García Márquez: “Y pensar que esto estaba en nuestra imaginación”.

 

Si en 2006 habían cambiado mucho las cosas, en 2015 bastante más. Hoy las charlas se han olvidado un poco de los géneros y abarcan todas las temáticas. Antes se sabía que el taller de Kapuscinski era de reportaje, el de Carlos Monsiváis de crónica. Ahora que serán muchos, como setas en otoño. Los nuevos tiempos, las tecnologías y la viabilidad han ido transformando dinámicas.

 

Ya no es exactamente una semana conviviendo con Kapuscinski, es una jornada con Leila Guerriero, una visita con Jon Lee Anderson al barrio Nelson Mandela o una comunicación on line con Nacho Escolar. De ahí la lista tan larga, atestada de propuestas que necesitan una financiación para ser llevadas a cabo. Es la máquina que no puede parar que llena el cronograma de Ricardo Corredor de actividades. La violencia, el periodismo cultural, periodismo de datos, la ética, la investigación, innovación, las redes sociales, la salud, la ciencia, la políticas, las tecnologías… los argumentos, los debates de los nuevos tiempos.

 

A los críticos con el presente de la FNPI, algunos antiguos talleristas hoy con nombre pero lejos de la coquetería, no les gusta el elitismo, el cierto endiosamiento de una crema de periodistas con marchamo de la Fundación de García Márquez. Consideran, también lo dicen algunos maestros, que se ha producido un cierto abandono de los talleres por las conferencias on line. Echan de menos el ambiente de redacción, de contacto personal. Creen que el espíritu del que partió Gabo, la reunión de las cinco de la tarde, se da cada vez menos.

 

Cristian Alarcón lo reconoce: “Es cierto que la Fundación ya no es el espacio que nosotros conocimos, ni en la forma de promover el periodismo. Las épocas han cambiado y la nueva manera en que se organiza el premio, por ejemplo, va teniendo más importancia el periodismo digital y la imagen”.

 

Dicen que los talleres eran un acontecimiento, antes, durante y después, con los tragos y la rumba y la convivencia; que se reconocían por ser únicos, por la duración y por el contenido globalizador, un canto al buen periodismo. Y que ahora muchos talleres son foros, encuentros, videoconferencias, seminarios web. Probablemente la sostenibilidad hace que se organicen más, y más concentrados, más en red, más píldoras, más micro. Quizá no son tiempos para la star quality que deseaba el fundador, como recuerda Alma Guillermoprieto.

 

Es verdad que en los talleres a los que asistí no vi mucha rumba, pero sí trago, expectación y convivencia. Hablaban de las míticas fiestas en la terraza del piso de la calle San Juan de Dios y también es cierto que en los tres meses de mi estancia no hubo ninguna. Pero los talleristas de hoy viven momentos tan únicos como los de ayer. Y además tienen selfis. Quienes comparten y escuchan a María Teresa Ronderos, a Miguel Ángel Bastenier, a Jon Lee Anderson, Cristian Alarcón, Alberto Salcedo, Juan Villoro, Leila Guerriero, o Martín Caparrós son tan conscientemente privilegiados como los que oían y participaban de Monsiváis, Kapuscinski, Alma Guillermoprieto o Tomás Eloy Martínez. Matilde, Éel, Melisa, Martin, Julia, Jorge, Jackeline, Alejandro, Priscila, Tammy, Jorge, Jose Enrique, Silvina, Nelfi, Bruno, Leonardo, Ana María, Nelson, Oswialdo, Verónica, Ignacio o Angélica, son de Nicaragua, São Paulo, Medellín,  Barranquilla, Panamá, Bolivia, Venezuela, Cali, Buenos Aires, Ecuador, México, El Salvador o Chile. Ya son buenos periodistas y en breve recibirán premios y fundarán medios y serán líderes. Todos van acumulando recuerdos y vivencias únicos.

 

Queda por saber si lo que aprenden, lo oído y lo practicado en los talleres sobre investigación, ética y buena escritura lo pueden aplicar en los medios de donde vienen. Pero ellos lo llevan. Forman ya parte del canon. Están donde han estados los mejores exponentes de lo que se ha dado en llamar periodismo narrativo. Si bien uno piensa que todo periodismo debe ser narrativo, lo cierto es que la FNPI es un referente mundial por su fundador y porque se ha convertido en cantera de buenos periodistas, en un lugar medio mítico lleno de nombres de impacto y en red de reporteros y editores que interactúan con conciencia de elegidos, se apoyan y se llaman y se citan.

 

La duda está en el futuro, las pegas en el desarraigo y la nostalgia de que los talleres y las convivencias no sean los que eran. Los hechos ciertos: que ya no está Gabo, que los grandes maestros se van sustituyendo y también que el espíritu sí parece el mismo.

 

Abello no sólo ve naturales los cambios sino que los considera previstos. Incluso los pone en el haber del propio fundador: por visionario. “García Márquez piensa una fundación que no existía y tiene una visión vanguardista a algo que en ese momento estaba surgiendo a nivel mundial que es este sector del desarrollo de medios”. Y otorga: “Nos vimos forzados a ensayar nuevos modelos, nuevas maneras de hacer las cosas ante la descomposición del modelo anterior, de buscar nuevos caminos, dominando lo digital”.

 

Jean Francios Fogel afirma que la idea básica de Gabo era un “encuentro entre periodistas para hablar de periodismo” y eso es lo que se hace en los talleres, digitales o presenciales. “Mi opinión es que por el momento, la dinámica, el capital, el conocimiento de actividades nos da una gran fuerza a corto y medio plazo. Es cierto que la relación del mundo digital nos plantea preguntas, pero la calidad de la narración, contar bien, todo lo que fue el aporte de Gabo es el ADN de la fundación”.

 

No podemos saber qué diría el fundador, aunque su deseo era convencer a los periódicos de que invirtieran menos en la tecnología y más en la capacitación del personal. ¿Diría él mismo que la FNPI se ocupa más de la tecnología, de los nuevos medios, como exigen los tiempos, que en talleres presenciales? ¿Le gustaría que haya más comunicación en red y menos tertulia? Él que era tan mirado en la elección de maestros y sólo quería la star quality ¿estaría contento con los nuevos maestros?

 

Tengo la sensación, tras verlos de cerca, tras la convivencia, de que la maquinaria de la calle San Juan de Dios a veces no tiene tiempo de pararse a pensarlo. La dinámica establecida los hace, a los veinte que trabajan allí, huir hacia adelante, viajar, casar agendas, cerrar acuerdos, encontrar patrocinios, idear contenidos nuevos, recibir invitados.

 

Sólo muy de tarde en tarde conceden que existe cierta preocupación por el futuro, o que les duele que la ciudad que los acoge, Cartagena de Indias, no sepa mucho de ellos, o que no les gusta que en algunos ámbitos se les considere demasiado elitistas.

 

Fue una suerte y un privilegio pasar tres meses en aquel despachito rodeado de tantos libros sobre periodismo, de charlas, con la sonrisa de Delsy cada mañana, con la voz cantarina de Jasmine a cada rato, “un tinto, profesor”, “un agüita, profesor”. Las dos con sus camisetas amarillas cuando jugaba Colombia el Mundial, sin aguantarse los nervios si el equipo contrario cruzaba el medio campo.

 

Tomé para ellos el pulso a la ciudad intentando conocer dónde fallan las relaciones de buena vecindad. Participé en sus talleres: con María Teresa Ronderos sobre violencia, con Álvaro Sierra sobre el proceso de paz en Colombia, con Sandra Crucianelli sobre periodismo de datos, con Miguel Ángel Bastenier sobre cómo hacer un periódico. Me convocaron a sus cumpleaños, conocí maestros y talleristas, estudié sus informes, fui jurado en segunda instancia del premio García Márquez. A cada rato fui testigo, más que espía. Hay claroscuros entre los logros, el mito del Nobel los cobija y confunde, quedan las dudas del futuro, pero todos los jóvenes periodistas iberoamericanos darían lo que fuera por tener un asiento reservado en el salón del hotel de Bogotá, el de Cartagena de Indias o el de Medellín para compartir con Álvaro Sierra, María Terea Ronderos o Alberto Salcedo.

 

 

 

 

Miguel Ángel del Arco es periodista y profesor de periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid. Ha sido reportero y redactor jefe en Tiempo y La Clave. Es autor de la novela El crimen de Julián el Guiñote, de los blogs Visióndeconjunto, Un cuento real  y Crónicaynegra. Coautor del libro de cuentos Muelles de Madrid, se doctoró con la tesis Periodismo y bohemia (alrededor de 1900). Los bohemios en la prensa del Madrid absurdo, brillante y hambriento de fin de siglo. 

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