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Esta es mi voz [Una lectura de Porque ya no queda tiempo, de Rafa Cervera]

 

 

 

En vano nos agarramos a las telarañas flotantes
y al alambre de púas.

Jaroslav Seifert

1.

La relación entre un padre y un hijo. Un padre que se pregunta por el amor que no ha recibido y un hijo que busca un afecto que el padre seguramente no sabe cómo darle. Un padre que escribe poemas, que sabe contar historias, que es una estrella del rock en potencia, pero que no encuentra acomodo en ningún sitio para explotar su excentricidad. Una madre que no acaba de entender a su hijo. Pero también la importancia de un abuelo que guía la infancia y que muere demasiado pronto. La familia como “las preguntas que nos hacemos y las respuestas que no obtenemos”. Nosotros como la consecuencia de los actos de nuestros padres.

Así se abre Porque ya no queda tiempo (Jekyll & Jill, 2020), del periodista y escritor Rafa Cervera. Y no queda tiempo porque queda todo lo vivido. Aquí la clave es que lo que alguna vez fue real sigue preñado de emociones y de experiencias y el interés está en la ficcionalización de lo que ha sido (tanto lo posible como lo probable), y que ya nunca podrá morir. Porque el olvido no existe, si es que media la escritura. Y si tenemos un cuaderno donde fijar la idea, el sentimiento, la (sin)razón. Nada está perdido.

Además, el fin del mundo sucede todos los días

 

2.

Rafa Cervera quiere hablar sobre sí mismo y termina hablando sobre los otros, en esta novela basada en personajes y hechos reales. Así, Porque ya no queda tiempo no va tanto sobre la destilación de la experiencia cuanto del refinamiento del yo. Sobre todo el centro de gravedad es Lou Reed. Escribe Cervera: “Yo quisiera escribir de la misma manera que él [Lou Reed] me habla a mí”. Lou Reed es “brillante, soberbio, indescifrable”. Y aun cuando ese aliento sobrevuela todo el texto, cada vez más la voz de Cervera se torna extravagante, de una inocencia calurosa y, por momentos, casi frágil, al estilo de los artistas que deambulan por la novela. Cervera es, sin embargo, mucho más emocional y físico, igual que su acercamiento a la música, sin dejar de ser brillante (la novela está trufadísima de frases subrayables, espléndidas). Aquí se vive la modernidad como un signo de carácter, casi como una tara, en el sentido de que no es algo que se elija, sino que se sufre, venera y cultiva. Al tiempo, la novela es también una narración que, por contraste, habla de la vida que no se supo y no se quiso tener.

 

3.

Porque ya no queda tiempo es, en otro nivel, una novela de los objetos, la materia. Objetos que recogen nuestros vestigios, dándonos pistas sobre nuestro futuro. Objetos llenos de música y poesía, que son testigos de los sueños cumplidos e igualmente recordatorios de gratitud (y beatitud).

Porque ya no queda tiempo, una novela construida en tres partes, nos habla también de la euforia nocturna, los hoteles y la dificultad del amor. Y cómo todo eso, lo que es ahora nuestro, pero fue antes de los otros, nos ayuda a ser nosotros mismos. Cervera diserta sobre los artistas y la fragilidad.

Pero el tema más importante es este: el arte de ser uno mismo.

Y se es aquí a través de las entrevistas, que Cervera lleva décadas realizando. Entrevistas que “implican un intento desesperado de intimidad entre dos desconocidos, obligados a dialogar entre sí durante un tiempo determinado”. En ese sentido, es, en el fondo, una auto-entrevista. Pues no hace más que responder Cervera preguntas que no han sido formuladas, preguntas que surgen a la carrera. Así lo expresa él mismo en el libro. Y es un aprendizaje sobre el allanamiento del horizonte, sobre la modulación de la voz propia.

Así, Porque ya no queda tiempo es la historia de la supervivencia de una catástrofe interna.

Porque la tristeza es verdad.

 

4.

Cervera nos ofrece en este libro una suerte de teoría y práctica del oficio periodístico, las entrevistas, escribir mucho, sobre hablar con mucha gente, sobre cómo la música lleva a la poesía; agarrar pedazos de muchas vidas, ofrecer testimonio de los mundos que se derrumban, de los miedos y la insatisfacción.

De la vida como un teatro y las conversaciones como performance.

Los accidentes como momentos excelsos. Y Lou Reed. Lou Reed siempre, para no aceptar la vida tal y como se nos presenta: en su paupérrima vulgaridad.

 

5.

Más temas horadan el texto: la amistad (“todas las épocas de nuestra vida están marcadas por las amistades”), los no-hijos (“no tengo hijos porque me angustiaría no saber amarlos […] Hay algo en el dolor de un niño que me paraliza”), el ruido interior y los fantasmas.

En última instancia, Porque ya no queda tiempo trata sobre encontrar el espacio idóneo para lidiar con uno mismo: “Vine a vivir a El Saler porque era un refugio, ignorando que el apocalipsis ya había comenzado”, nos cuenta Cervera, quien sentencia que “no pertenezco a nadie, pero soy fiel a mi soledad”.

El Saler (en Valencia) aparece aquí como una playa donde Cervera arribó para olvidarse de la gente, cargando con su colección de objetos. “Mis objetos predilectos [que] se desintegran silenciosamente, y yo también”, escribe, dándose cuenta de que todo el material valioso que ha ido acumulando en su vida, de repente, es frágil.

De nuevo: la fragilidad.

Por ello se pasa horas hablando con fantasmas, queriendo asesinar al misterio.

Cosa que, a fe (y por suerte) no consigue del todo; siendo que gran parte de hilo secreto de su vida y su personalidad puede hallarse en este libro, sí, pero no todo. Sospechamos que nos será desvelado (esperamos) en su próximo libro, que habrá de cerrar la trilogía abierta con Lejos de Todo (Jekylll & Hil, 2017), su primera novela.

Permaneceremos muy atentos.

 

 

 

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