Hacer visibles a los invisibles. Eso es lo que Elogiemos ahora a hombres famosos, obra compartida por la escritura de James Agee y la fotografía de Walker Evans, manifiesta. Su título está sacado de una cita del Eclesiastés, uno de los libros del Antiguo Testamento (44:1). El texto bíblico habla de hombres que han alcanzado la gloria por sus obras, de los que cayeron en el olvido, y de los que serán recordados por la posterioridad.
Agee y Evans conviven con tres familias –los Gudger, los Woods y los Ricketts–, granjeros que trabajan el algodón en el medio de la Gran Depresión en Alabama, en el verano de 1936. Los autores describen a los invisibles, a los insignificantes y a los olvidados; y reconstruyen los escenarios rurales en los que se encuentran. Con ello pretenden reivindicar su dignidad, lo que la pobreza ha hecho con ellos. Porque a pesar de ser humillados por las condiciones en las que viven, siguen siendo personas y nuestra mirada no puede privarles de su humanidad.
La obra fue un encargo periodístico y fotográfico de la revista Fortune, que pretendía publicar una serie de artículos sobre los campesinos algodoneros del sur de los Estados Unidos; pero éstos nunca verían la luz. El resultado del trabajo se publicó en 1941 en formato libro con el título Elogiemos ahora a hombres famosos. Alrededor de 500 páginas, 60 de ellas protagonizadas por las imágenes de Evans, examinan de manera minuciosa y diseccionada las duras condiciones de vida de los arrendatarios en Alabama.
Todo el relato está narrado como una descripción fotográfica de lo estático, desde la primera imagen realizada por Walker Evans hasta las últimas palabras de James Agee. Los autores construyen su obra desde su mirada personal hasta su subjetiva memoria. El ritmo lento de la escritura de Agee –sin diálogos y con largos y extensos párrafos interminables por el uso abundante de los dos puntos, las interjecciones y la constante repetición de la “y”– pretende acercarse a la exactitud; de los escasos muebles, las ropas andrajosas, los cochambrosos gallineros, o incluso de los olores, como el de la madera de pino, el sudor o la suciedad de un colchón. El periodista es un observador de escenas, emociones y sensaciones, y precisa de las descripciones como meditaciones. La suma de sus palabras es la objetividad alcanzada desde la subjetividad.
James Agee aparece en el texto como personaje. Muestra la realidad a través del discurso de sus ojos que se reflejan en sus precisos monólogos interiores. Podemos escuchar la propia voz de Agee; el narrador en tercera persona de este informe sobre los campesinos algodoneros de Alabama.
La narrativa de Agee en Elogiemos ahora a hombres famosos es dolorosa y desgarradora. Para él contarlo se volvió un suplicio y para nosotros también porque lo sufrimos, pero se lee porque no se puede evitar.
Otros narradores de los años 30
El periodismo fotográfico nace en los años 30 en Estados Unidos gracias a los progresos técnicos. El principal tema que abarcó durante esta etapa fue la Gran Depresión. Agee y Evans no fueron los únicos que lo retrataron. Erskine Cadwell reflejó en sus dos novelas Tobbaco Road (El camino del tabaco, 1932) y God´s Little Acre (La parcela de Dios, 1933) el hundimiento de la América sureña donde el hambre, la marginación y la pobreza acechaban. Ambas obras fueron prohibidas en varios estados, incluyendo en el que le vio nacer, Georgia. Para reflejar que no había exagerado la situación del Sur en sus textos, publicó junto a su mujer, la fotógrafa Margaret Bourke-White, You have seen their faces (Habéis visto sus caras, 1937), un libro que combina las palabras con la recopilación gráfica.
Margaret Bourke-White es conocida, por ser junto a Erskine Cadwell, los únicos periodistas extranjeros en la ocupada URSS tras la invasión del ejército alemán en 1941. Publicó sus reportajes fotográficos en dos revistas estadounidenses, Life y Fortune. Bourke-White mostró su capacidad para reflejar la desgracia ante el Dust Bowl (literalmente, cuenco de polvo), uno de los peores desastres ecológicos del siglo XX. Entre 1931 y 1939 las tormentas de arena barrieron los estados y cosechas del Medio Oeste americano. Con ellas llegaron la sequía, los tornados y ventiscas de polvo y nieve, que devastaron el suelo cultivable de la región. Este desastre, junto con el crash económico de 1929, hizo que muchos granjeros, unos 400.000, tuvieran que malvender sus posesiones para emigrar a California, donde encontrarían trabajo en explotaciones agrícolas.
Otro de los reporteros gráficos que mejor retrató los efectos de la Dust Bowl fue Arthur Rothstein. Su foto más famosa, y un icono para el cuenco de polvo, es un granjero y sus dos hijos caminando contra una tormenta en el Condado de Cimarrón, en Oklahoma, en 1936.
El músico folk estadounidense Woody Gurthie –considerado como el padre de la canción protesta– siguió el mismo rumbo que sus paisanos. Cuando llegó a California trabajó recogiendo melocotones. Empezó a componer sus Dust Bowl Ballads –grabadas en 1939– y una de ellas, ‘Blowin´ Down The Road’, concentra en una estrofa el documento periodístico titulado Los vagabundos de la cosecha –compuesto por siete reportajes sobre las familias que lo habían perdido todo– que había publicado John Steinbeck en 1936 en The San Francisco News.
Estrofa de Woody
“Voy a donde no soplen las tormentas de polvo, busco un trabajo y una paga decente, me voy por esta carretera polvorienta, y nunca más me van a volver a tratar de ese modo”.
Como dijo un chiquillo de un poblado de chabolas que recogió Steinbeck en uno de estos artículos: “Cuando nos necesitan nos llaman emigrantes, y cuando ya les hemos recogido la cosecha, somos vagabundos y tenemos que largarnos”. California recibía con desprecio, y con sueldos irrisorios a los emigrantes que huían del polvo negruzco y tormentoso de Oklahoma, y que luchaban por sobrevivir en plena Depresión. La costa oeste siempre había necesitado a braceros para recoger las cosechas. Primero fueron los chinos y japoneses; luego los mexicanos, más tarde los filipinos, y en 1936 los norteamericanos que habían abandonado, junto con sus familias, su antigua vida.
Como bien estableció Steinbeck en una de sus célebres citas: “Boileau dijo que sólo los reyes, los dioses y los héroes eran personajes adecuados para la literatura. Un escritor sólo puede escribir sobre aquello que admira. Y los reyes de hoy en día no son interesantes, los dioses se han ido de vacaciones y los únicos héroes que nos quedan son los científicos y los pobres”.
El escritor estadounidense, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1962, con una narración simple, directa, y sin florituras relata la historia del éxodo, los antecedentes, cómo son los campamentos, cómo viven, o las políticas de futuro. Estas familias emigrantes –como cuenta Steinbeck–, antes eran propietarios de granjas, y ganaban 1.000 dólares al mes, ahora se mueven entre 150 y 400.
La Universidad de Nueva York decidió incluir este documento en el puesto 31 entre los 100 mejores reportajes realizados en el siglo XX en Estados Unidos. En 2007, la editorial Libros de Asteroide publicó en castellano estos artículos acompañados de las fotografías de Dorothea Lange y de algunos autores anónimos en las páginas centrales del libro. Lange fue contratada por la FSA (Farm Security Administration, parte del New Deal del presidente Franklin D. Rooselvelt. La FSA fue muy importante por el programa de fotografías para combatir la pobreza rural en América) y se convirtió en la autora de los testimonios gráficos más importantes sobre los efectos de la Gran Depresión, ya que trabajó, entre 1935 y 1943, en las agencias estatales de ayuda a los trabajadores en paro.
Los vagabundos de la cosecha es la semilla de una de las obras cumbres de Steinbeck, Las uvas de la ira, publicada en 1939. La narración de la emigración de la familia de Tom Joad en busca del sustento por la famosa ruta 66 –autopista inaugurada en 1926– desde el estado empobrecido de Oklahoma hasta el Valle de San Joaquín (California), le hizo ganar a este escritor estadounidense el premio Pulitzer en 1940. Steinbeck publicó años antes dos novelas En dudoso combate (1936) y De ratones y hombres (1937), en las que ya trató el problema de los trabajadores emigrantes, tanto americanos como pobres chicanos o extranjeros, sometidos a duras condiciones laborales, económicas y personales. Esta última obra –De ratones y hombres– fue adaptada al cine por Lewis Milestones en 1939 con el título La fuerza bruta.
El director John Ford quiso llevar a la gran pantalla Las uvas de la ira (1940), la vida de Tom Joad, el protagonista de la obra de Steinbeck, interpretado por Henry Fonda. En esa época –el cine dorado de Hollywood– apenas se rodaban películas de realismo social, pero el cineasta norteamericano quiso filmar varias adaptaciones como Tobbaco Road (1941), la obra de Erskine Cadwell, o Qué verde era mi valle (1941), la novela de Richard Llewellyn.
Tom Joad se convirtió en el okie –término despectivo que se utilizaba para llamar a los emigrantes de Oklahoma– más famoso. No sólo llegó a la literatura y al cine, sino también a la música. Varios artistas como el propio Gurthie, Pete Seeger, Bob Dylan, Pink Floyd, la banda británica de rock progresivo Camel o Bruce Springsteen se basaron en él para algunas de sus canciones y álbumes.
Muchos artistas reflejaron la emigración en sus letras, como Bob Willis, famoso compositor y cantante de música country, que compuso varias canciones en las que trataba este tema, como Take me back to Tulsa, en la que recordaba que “el pobre recoge el algodón, el rico cosecha el dinero”.
Pero para combatirlo, el okie Woody Gurthie, escribió en 1940 el himno que alentaría al emigrante This land is your land. La estrofa más conocida de esta canción:
“Esta tierra es tu tierra, esta tierra es mi tierra. Desde California hasta la isla de Nueva York, desde el bosque de secuoyas a las aguas de la corriente del Golfo. Esta tierra fue creada para ti y para mí”.
Estefanía Magro es periodista