Este principio de año hemos visto por televisión y leído en prensa de cualquier género cómo el millonario Donald Trump, que ejercía de presidente a punto de salir, alentó a las hordas incultas que le idolatraban a acudir al evento en el que supuestamente se iba a proclamar vencedor a otro a quién él creyó, difundido hasta la saciedad, que no ganó. (Francamente, el pobre anciano debía estar tan carcomido por el poder que no pensó que era bastante improbable que tomara el poder por la fuerza, aunque en el edificio tuviera inquebrantables aliados)
Las consecuencias para él y las repercusiones de aquel acto irresponsable se irán viendo, pero el mismo nos permite dirigirnos a los individuos pertenecientes a la comunidad humana afectada por la presencia abrumadora de melanina en su piel para decirle que se vaya a casa. Habiendo ocurrido lo que diseccionamos en el lugar en que ocurrió, nos permitimos la licencia de decirles, aunque no seamos partidarios de categorizar a los seres humanos por gradaciones cromáticas, Negroes, go home. Sí, por lo que más queráis, idos a casa. Ahora bien, qué es casa para los millones de personas de raza «negra» que hay en el mundo.
Uno de los hechos reseñables en la demencial imprudencia de Trump es que muchos periodistas no recordaran que ya había una crónica anunciada de este abuso, habida cuenta su historial de racismo, machismo y una creciente manifestación de psicopatía. Es este hecho de ignorar continuamente los precedentes individuales de dicho comportamiento el que nos permite ver que el horizonte no cambiará, y que reine quien dicte, los negros de donde sea seguirán necesitando una casa. Veamos. Ya que nadie se asquea por lo profundamente racista que es, y siguen haciéndole la ola con la extraña excusa de que es el presidente de la primera potencia del mundo, y viendo la desgraciada suerte de los negros que, estén donde estén, execran de las condiciones en que viven, ¿no es lógico pensar que deben pensar en una vuelta? ¿Pero vuelta a dónde? Hoy por hoy, y antes de que la emergencia climática lo haga invivible, hay en el mundo muchas personas negras que pueden hacer un retorno, aun sea mental, al continente africano. Y es que se está viendo que estén donde estén, y aun presentando todas las credenciales para ganar la confianza de los acomodadores del poder, no ganan su confianza. ¿Alguien recuerda todavía cómo en la provincia romana de Hispana un puesto público que venía como anillo al dedo para cierta mujer fue adjudicado a otra y que sólo se pudo hacer la restitución cuando hubo emisiones discretas de críticas? Pues imaginad que aquello pasó en cierto partido que goza de la etiqueta pública de progresista. Está claro, la marginación de las mujeres y los hombres de la melanina no cesa.
Pero la vuelta a África no sería a esta época piramidada y de ultratumba en la que Tutankamones y Nefertitis campaban a sus anchas. No. Categóricamente no. Y no porque no quisiéramos reconocer, ni siquiera ahondar, en las certezas de si aquellos reyes pretéritos soberanos eran de melanina plena, o sea, negros, sino que aquello no nos lleva a ningún sitio. Debemos ir a una África de ahora, como muchísimas mujeres negras padecen en lo que podemos llamar Estados Unidos de Ahora, United States of Now. No vemos que haya otra. Pero lo que hemos constatado es que hay miles de africanos que no saben cómo otros países y continentes han conseguido la autosuficiencia o imponer el respeto. Y es mediante el recurso a la ciencia, algo que no se puede someter a los criterios de los que dividen a los hombres por razas. Ciencia real, ciencia productiva, ciencia que resuelve. Y por lo que vemos, es urgente.
Muchos ya saben lo que pasa cuando un evento sobrepasa las expectativas de las redes sociales más conocidas: muchos periodistas, que de un tiempo a esta parte son imparciales cuando más se espera que no lo sean, se hacen expertos en lo que llevaban ignorando años, un hecho que acentúa su servilismo a más no poder. Pero lo peor es que, en el caso que nos ocupa, no decían que la boca era la suya ante los excesos de Trump porque, estando donde estén, son igual de supremacistas como él. El que esto escribe tuvo ciertos roces desagradables con cierto periodista que parecía progresista, indígena él de la antes mencionada provincia romana, y que ante los excesos del continuamente mencionado presidente de los Estados Unidos de Ahora no se le ocurrió nada más que escribir un artículo en el que resaltaba las escasas credenciales del único presidente de melanina plena que ha tenido aquel país, cuando, francamente, no pareciera que su mención viniera a ningún cuento.
Bueno, vemos que el asalto al capitolio también ha servido para que muchos guineanos, alguno de ellos enfundados en el traje de opositores, creyeran que la democracia ha sido golpeada con el asalto al capitolio de otro país al que ingenua e interesadamente siguen considerando ejemplo de democracia. Está claro, muchos tienen que volver al bachiller, y es que no hay país desigual, y del tamaño de los Estados Unidos, que pueda llamarse democracia, o al menos ser ejemplo de ella. En todo caso, si persisten en hacerlo, nos dan más razones todavía para decir que todos los negros desatendidos en todos los sitios deben volver, de la forma que puedan, a un sitio que puede darles muchas satisfacciones. Debe ser, a estas alturas de la historia, una broma de mal gusto que políticos que están en el punto de mira de las asechanzas del cleptócrata Obiang y que se han beneficiado de la corrupción que él genera insistan en encontrar el carácter ejemplarizante de la democracia americana. Finalmente, es de un patetismo que conmueve, vlr, que simpatizantes de la izquierda política crean que el hecho de que un necio consentido, y forrado de millones, aborte un evento democrático revaloriza a los desalmados líderes a los que idolatran, y por más que estos hayan llevado a sus países a la decadencia vil. Ah, vlr es valga la redundancia. Por si acaso.
Barcelona, 11 de enero de 2021