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Estampas holandesas: Resurrección de un pintor maldito. ‘Naturaleza muerta con brida’, un misterio sin resolver

Johannes Torrentius, «Naturaleza muerta con brida» (1614), Rijksmuseum, Amsterdam

Ver o mirar, esta es la cuestión. No recuerdo cuántas veces he visitado el Rijksmuseum de Ámsterdam a lo largo de los años. Cuántas veces no habré recorrido las amplias salas del museo, sola o acompañada, deteniéndome a examinar los detalles de las escenas costumbristas de Vermeer, los retratos psicológicos de Frans Hals o los geniales lienzos de Rembrandt, el maestro de la luz. Y, sin embargo, nunca, que yo recuerde, me había detenido delante de un pequeño cuadro de marco negro titulado Naturaleza muerta con brida (1614), la única obra conservada del pintor amsterdamés Johannes Torrentius (1589-1644). En realidad, así son los azares de la vida –los venturosos, que no los aciagos-, no recordé esta pintura hasta que un día conocí a Lluís Ventós, destacado pintor y escultor catalán, quien me reveló la inquietante historia de Torrentius tomando un café frente al mar de El Port de la Selva. Lluís me mostró una fotografía de ese peculiar cuadro, un bodegón de forma esférica. Sobre un estante apenas visible figuran un jarro de barro marrón, una copa de cristal medio llena con dos pipas de loza blanca a ambos lados, y un jarro de estaño de color gris. Debajo de la copa de cristal grueso, la llamada copa de vino Römer, hay una pequeña hoja de papel que contiene unas notas musicales y un breve texto, y en la parte superior del cuadro cuelga un objeto, a primera vista difícil de identificar: una brida de caballo. Al ver la imagen, de pronto la reconocí. Sí, yo había visto ese cuadro en el Rijksmuseum, en realidad siempre me había llamado la atención por su perfección técnica, pero nunca me había detenido a mirarlo de verdad. Porque para mirar de verdad hay que saber. Y lo que descubrí conversando con Lluís fue la fascinante historia de Torrentius, una historia tan potente que no me extrañó que Lluís se hubiera quedado prendado de ella hasta tal punto de convertir Naturaleza muerta con brida en fuente de inspiración de su magnífica serie de pinturas, collages y guaches creados en homenaje al pintor holandés. Cuando le pregunté cómo había llegado él a este cuadro de Torrentius me reveló que había sido a través del libro de un poeta. Y entonces supe que escribiría estas líneas, porque las creaciones artísticas hermanadas por conexiones más allá del tiempo y del espacio me resultan un fenómeno irresistible. El poeta es el gran escritor polaco Zbigniew Herbert, cuya extraordinaria colección de ensayos dedicados al arte holandés lleva precisamente por título Naturaleza muerta con brida. Ensayos y apócrifos (traducción de Xavier Farré, Acantilado, 2008). El fenómeno es fascinante, sí: un artista catalán de nuestros días que lee a un escritor polaco fallecido en 1998, el cual le descubre a un pintor holandés del siglo XVII, que nunca pudo llegar a imaginar que sería resucitado en el siglo XXI por un artista catalán en una obra de formas geométricas inconcebibles en su época. Fantástico.

El ensayo que Herbert dedica al cuadro de Torrentius es una joya escrita con el conocimiento del humanista y la sensibilidad del gran poeta. Empieza también hablando del azar, esta asombrosa fuerza gracias a la cual intuimos que existe una estructura, quizá imaginaria, detrás de la frágil contingencia de la vida. Visitando el Rijksmuseum hace años, al pasar por la sala donde se encuentra La pareja de esposos, de Hals, el poeta polaco descubre el cuadro de Torrentius, un hallazgo fortuito que le hace intuir que algo trascendental ha sucedido. De repente se le despierta la curiosidad, la tensa atención. En lugar de ver, el poeta mira y su mirada es la del hombre consciente de estar delante de una gran revelación. Dice así Herbert: “Tuve un sentimiento casi físico, como si alguien me llamara, me hiciera señas”. ¿Qué le sucedió? ¿Por qué quedó tan impresionado con esta naturaleza muerta? De entrada, le atrapó el fondo negro, un negro profundo: “la tapa transparente de un abismo”. Fascinado por la imagen de ese bodegón ejecutado con inusual maestría, Herbert decide informarse. ¿Quién es Torrentius? ¿Por qué nos ha llegado un solo cuadro de él? No le fue fácil al poeta polaco llegar a saber algo de la vida y obra del pintor holandés. “Parecía que Torrentius fuera una hipótesis científica y que, en realidad, nunca hubiera existido”. Poco a poco, consultando documentos de todo tipo, se le despliega la vida “tempestuosa, extraordinaria, dramática” de un hombre nacido en Ámsterdam en 1589 en el seno de una familia burguesa y católica con el nombre de Johannes Symonz van der Beeck, (“beek” en neerlandés significa “arroyo”, de ahí el alias latino de “Torrentius”, que como sustantivo significa “torrente de agua” y en su forma adjetival “ardiente”). Agua y fuego, dos elementos irreconciliables con los que Torrentius fraguó su destino. Porque la vida del artista amsterdamés fue una vida desgarrada por fuerzas antagónicas entre las que nunca halló el equilibrio. A pesar de toda su fama, su cultura y su inteligencia, acabó desacreditado y devastado como persona y como artista. A lo largo de su vida, Torrentius se debatió entre la sutileza del arte más excelso y los excesos vitales más escandalosos, entre una vida de lujo y las penalidades de la cárcel, entre el máximo reconocimiento como artista y la más absoluta condena e ignominia por parte de la sociedad de su tiempo, en definitiva, entre el cielo y el infierno, en los cuales tal vez nunca creyó. Y es muy probable que él mismo fuera consciente de estas contradicciones que configuraron su existencia, porque de esto precisamente nos habla esta naturaleza muerta, una naturaleza que parece muerta, sí, en su estatismo y su calma serena, pero que oculta un mensaje que nada tiene que ver con la muerte, sino todo lo contrario, como veremos más adelante.

Torrentius llegó a hacerse muy rico con la venta de sus obras, en especial con sus bodegones, aunque también fue muy conocido por sus grabados eróticos, incluso pornográficos, que solía hacer por encargo. Sobre lo que ocurría en su taller ya circulaban leyendas en su tiempo, historias de fuerzas naturales que él gustaba de fomentar, según explica Herbert. “Decía, por ejemplo, que en realidad no pintaba, que solo colocaba los colores alrededor de las telas y que ellos solos, bajo el influjo de los sonidos musicales, componían armonías de colores”. La cuestión es que Torrentius, que tenía formación alquimista y era considerado una especie de mago, no quiso que se supiera cómo manipulaba los pigmentos. Su técnica, personal y única, y la leyenda en torno a su persona, que él fomentaba, eran su forma de comercializar su obra. Incluso hoy, y eso es lo verdaderamente sorprendente, los investigadores no saben a ciencia cierta qué materiales y técnicas empleó el artista para la creación de su única obra conservada (aparte de una pequeña acuarela). En el documental Mysterious Masterpiece (Cold Case Torrentius), dirigido en 2016 por Maarten de Kroon, se hace precisamente hincapié en este gran misterio. ¿Cómo es posible que no sepamos hoy, con todos los medios tecnológicos a nuestro alcance, cómo consiguió el artista representar los objetos de una forma tan fotográfica? El cuadro fue restaurado en el Rijksmuseum en 1997 y ha sido analizado en detalle. No es pintura de agua, pero tampoco se han encontrado ácidos ni aceites, solo algo similar a la pectina. Comparado con otros bodegones realizados en su época, su técnica es insuperable. Un “Orfeo de la naturaleza muerta”, lo llama Herbert. Hoy se le considera el “maestro del realismo ilusorio”. En el documental se entrevista a expertos, historiadores del arte, investigadores de diferentes museos e instituciones. Por la tonalidad y colores de la obra, se piensa que Torrentius tal vez usó las técnicas de la cámara oscura, pero ¿cómo pintar sobre una proyección? ¿Cómo pasar esto a la pintura? El hecho es que nadie sabe qué sustancias o combinaciones empleó el artista para alcanzar la perfección de su técnica. La conclusión es frustrante, sí, pero mantiene la intriga.

Ámsterdam, ciudad portuaria y abierta, de intensa actividad comercial, era en el siglo XVII una ciudad ideal para el desenfrenado estilo de vida del artista holandés, percibido por algunos como un genio y por otros como un loco. Se paseaba por la ciudad a caballo, ostentosamente, luciendo elegantes prendas a lo dandi; vivía separado de su esposa, le gustaba beber, provocar y seducir a las mujeres, sobre todo a las ajenas, que abandonaba con facilidad. Muy liberal con el dinero, iba de ciudad en ciudad organizando fastuosos banquetes. En cierto momento se estableció en Haarlem, una ciudad menos abierta que Ámsterdam, donde pronto los biempensantes le consideraron una amenaza al orden público. Como señala Herbert: “Tenía fama de libertino y pervertidor, se acumulaban reproches y llantos de mujeres seducidas y también cuentas sin saldar”. Pero no todo era frivolidad en su licenciosa vida. Torrentius era un hombre cultivado que, al lado de su trabajo artístico, dedicaba tiempo a la literatura y participaba en los debates sobre la fe tan habituales en su época. Se sospecha que fue miembro, tal vez incluso dirigente, de los Rosacruces en Holanda, una fraternidad secreta de carácter esotérico, similar a la masonería, temida y perseguida por los poderes establecidos. A pesar de que la República de las Provincias Unidas era un país que destacaba por su tolerancia de creencias y religiones, Torrentius fue detenido inesperadamente el 30 de junio de 1627, acusado de “atentados a las buenas costumbres e impiedad”. Es posible que en los motivos de su detención intervinieran más la acumulación de agravios que las razones teológicas. El pintor había cosechado a lo largo de los años numerosos enemigos a causa de sus deudas sin saldar y de sus costumbres libertinas que practicó abiertamente, sin disimulo alguno, algo que la moral burguesa y calvinista no estaba dispuesta a perdonar fácilmente. Para ellos Torrentius era, en palabras de Herbert, “una figura inaceptable, un monstruo moral”. Pero la acusación más grave fue la de impiedad, tal como demuestran las actas del juicio de 1628 reunidas en un dossier. Con las declaraciones de numerosos testigos, se quiso demostrar que Torrentius cuestionaba los dogmas de la fe y ponía en duda la existencia de Dios. El tribunal ordenó interrogar al reo para obtener su confesión: el reconocimiento de su relación con las fuerzas del mal. Y los interrogatorios se llevaron a cabo con escalofriantes torturas que le causaron unas lesiones físicas y psicológicas de las que nunca más se recuperó. Herbert recuerda una frase que dijo el maltrecho pintor a sus torturadores: “Si algo escapa de mi boca mientras me hacéis sufrir, será mentira”. Pese a los horrendos tormentos, Torrentius nunca reconoció los delitos de los que se le acusaba y se negó a firmar las actas del juicio.

La sentencia dictada el 28 de enero de 1628 condenaba al pintor a morir en la hoguera y dictaba que su cadáver fuera colgado de una horca. Sin embargo, el tribunal decidió finalmente, quizá condicionado por la indignación que causó el irregular juicio en parte de la sociedad holandesa, conmutarle la pena por veinte años de prisión, lo que de hecho significaba una muerte lenta en el calabozo. El pintor apeló a la corte suprema, pero sin éxito. Se le encerró en la prisión de Haarlem, en una celda oscura y húmeda. Torrentius tenía no pocos contactos en las altas esferas, lo cual pudo beneficiarle. El propio estatúder de Holanda, Federico Enrique, se interesó por él, lo que sirvió para suavizar su régimen carcelario. Inesperadamente, se produjo un giro radical en la suerte del pintor. En 1630, el rey de Inglaterra, Carlos I, amante del arte y conocedor del gran talento de Torrentius, le escribe una carta a su primo el príncipe de Orange en la que le ruega que sea benévolo con el pintor, le conceda la libertad y le deje partir a Inglaterra donde él velará por que “no recaiga en sus costumbres y tendencias pecaminosas”. Y, en efecto, Torrentius es liberado bajo exigentes condiciones y consigue llegar a Inglaterra, donde se le pierde el rastro. Poco se sabe de la vida que llevó ahí, aunque según algunos testimonios, el incorregible pintor no renunció a su forma de vida: “giving more scandal than satisfaction”. A pesar de la prohibición de regresar a Holanda, el pintor se presentó en su país en 1642, causando un gran revuelo. No tardará en volver a ser detenido y torturado. Muere en febrero de 1644 en Ámsterdam, su ciudad natal, con cincuenta y cuatro años de edad, un hombre destrozado por la tortura y por los excesos de una vida intensa.

Torrentius se adelantó a su época al convertir su propia vida en material literario. En este sentido, Herbert traza una analogía con el marqués de Sade, los poetas malditos decimonónicos o los surrealistas del siglo pasado: “…pareciera haber exigido un estatus especial de artista a cambio de sus obras extraordinarias, y esto no cabía en la cabeza de los honrados burgueses”. Provocador, transgresor, excéntrico, heterodoxo, el pintor experimentó con la vida como lo hizo con los materiales de su obra. La cuestión es que hasta ahora nadie sabe dónde fueron a parar sus obras. Es posible que muchas permanecieran en Inglaterra. La importante colección de Carlos I, quien fue ejecutado en 1649, fue vendida y parte de ella se encuentra en el Museo del Prado. Sin duda hay investigadores que darían media vida por encontrar alguna de las obras de Torrentius, aunque se teme que fueron destruidas.

El hallazgo casual en 1913 de Naturaleza muerta con brida fue casi tan novelesco como la vida de su creador. Durante siglos, la pintura había servido de tapa a un barril de pasas, de ahí su forma esférica. En el reverso del cuadro aparece el monograma del pintor y el sello que certifica que formaba parte de la colección de Carlos I de Inglaterra. Pero ¿qué significado posee esta naturaleza muerta? ¿Qué representan los tres recipientes, la brida del caballo, las notas musicales y las palabras escritas en la hoja de papel? Herbert dice que desde el primer momento tuvo la sensación de que el cuadro contenía algo más, un mensaje oculto o una fórmula mágica o sagrada. Algunos historiadores del arte lo han interpretado como una alegoría del Vanitas, pues el simbolismo de la fragilidad y brevedad de la vida es característico de los bodegones, pero hoy prevalece la idea de que se trata de una alegoría de la Temperantia o Sophrosyne, la templanza, la prudencia. El texto en holandés escrito en la hoja reza: E.R Wat buten maat bestaat/ int onmaats qaat verghaat. En la acertada versión de Herbert: “Lo que existe fuera de la medida (el orden)/ encuentra su triste final en el exceso (el desorden)”. La abreviatura E.R puede que aluda a Eques Rosa Crucis, aunque otros piensan que significa Extra Ratione (fuera de medida). Los recipientes sugieren la idea de que es necesario echar agua al vino para atemperar los excesos. En el documental, la pequeña partitura del cuadro es interpretada por dos mujeres, con instrumento de cuerda y voz. El sonido es sorprendente, casi angustioso. La melodía se presenta “fuera de medida” e incorpora el llamado diabolos, un intervalo musical prohibido en la época porque se asociaba al diablo. Y, naturalmente, con la brida se doma el caballo, es decir se reprimen los deseos.  Así pues, todos los elementos refuerzan el mismo mensaje: los excesos serán castigados. Otra ironía del destino: el hombre más imprudente rindiendo homenaje a la prudencia; el más desmedido ejecutando un cuadro de un rigor casi ascético.

Y ahora nos acercamos en el Rijksmuseum al cuadro de Torrentius y lo vemos con otros ojos, con los ojos de la mirada que sabe. Y un escalofrío nos recorre el cuerpo cuando pensamos en la tortuosa vida de este pintor que tuvo la mala suerte de ser the wrong man at the wrong time.  Y se nos ponen los ojos como platos al observar la perfección técnica de esta naturaleza muerta cuyo misterio ni la ciencia de hoy ha sabido desentrañar. Y achicamos los ojos esbozando una sonrisa de complicidad, porque sabemos que pese a todo él ha vencido, a su peculiar manera, llegando hasta nosotros cinco siglos después en forma de materia artística, resucitado por la palabra poética de Zbigniew Herbert, por el documental de Maarten de Kroon o por la paleta de Lluís Ventós.

Algunas de las obras de Lluis Ventós basadas en la pintura de Torrientius

 

(Parte de la obra de Lluís Ventós en homenaje a Torrentius podrá visitarse en el Instituto Cervantes de Utrecht y en la Biblioteca Pública de Ámsterdam (OBA) en los meses de marzo, abril y mayo de este año, coronavirus mediante).

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