Uno piensa que el Rey, siempre que le deja la familia, se aplica a fondo en su papel. El ejemplo como mejor forma de didáctica y de garantía, incluso llevado hasta la ciencia ficción: se podría decir que Don Juan Carlos es a la economía española lo que Elliot a E.T. Ha sido montar un foro económico global en Bilbao (allí tenía que ser, Pachi) y aparecer sin muletas para hacer gráfica la recuperación. El monarca ha estado entrando y saliendo del quirófano unos años, relatándole a los españoles, sin que lo supiéramos, el rumbo de unos números que se encajaban tan mal como el fémur en su cadera.
No es que se quiera desconfiar de esta salud incipiente, pero se desconfía. Y no es De Guindos, ni Rajoy, ni por supuesto Lagarde, ese personaje de los Looney Tunes, quien le pueden hacer comulgar con esta nueva corriente de optimismo, toda una campaña publicitaria a juzgar por una calle que se manifiesta entre escéptica y violenta, sino el Rey con su bastón o incluso también (habrá que fijarse) la apostura de las flores a su alrededor, las únicas referencias constatables, por fantásticas que parezcan, de que se va por el buen camino a pesar de unos cuantos pasos vacilantes.
La prima de riesgo, el número de parados, la Bolsa en mínimos y otros tantos indicadores estuvieron en su cénit al mismo tiempo que el Rey tropezaba en Botsuana, antes de meterse en un bucle de operaciones y postoperatorios a imagen y semejanza de las reformas; por lo que cualquiera diría que el futuro se juega en el Hospital de San José y no en el Palacio de la Moncloa. Ha dicho Su Majestad que aún queda mucho por hacer como si levantarse de la cama todavía fuese una dura prueba. Ya casi sólo se imagina una España mejor con la Familia Real volando hacia el ocaso en bicicleta.