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Mientras tanto'Este se va y aquel se va'

‘Este se va y aquel se va’


 

Hay gente –son pocos, pero son– que piensa que los extranjeros somos una especie de parásito que se queda hasta que el organismo del que usufructúa muere y después adiós, muy buenas: batir alas o patas o células hasta el nuevo huésped.

 

Dicen que los extranjeros, cuando se acaba el pan, nos vamos sin mirar atrás.

 

Llevo en este país los últimos ocho años de mi vida, años importantísimos porque incluyeron la terapia intensiva de la migración y también, como una ensalada emocional, el amor, el armar una patria de dos, el instalarse con todo lo que eso implica salir del caracol, comprar muebles, tener un código postal-. Puedo decir sin exageración que España ya es indivisible de mi vida, de algún modo soy España: este es mi país.  

 

Y no me quiero ir.


Hemos hablado mucho –y con razón- de los desahucios literales, de la gente que, con sus hijos, sus mascotas, sus cuerpos tan expuestos sin caracol; es arrancada de sus casas y se queda en la calle mirando hacia ningún sitio porque es mejor así, porque allí donde mires hay otro y otro y otro y otro exiliado de su hogar: apretando la mano de sus niños, con dos maletas y una lavadora aún llena de ropa húmeda que ya no habrá dónde colgar.

 

Quinientos desahucios diarios.


Pero no hemos llamado desahuciados –también- a los miles que se tienen que ir de España, esa casa enorme que ya no podemos pagar y se la está quedando el banco. Los desahuciados emigrantes son también miles y a los que también alguien les ha dicho «usted ya no puede vivir aquí». La calle a la que nos echan es otro país y otra condición, extranjero. Lo sé porque lo he vivido: eso es lo más difícil que te tocará hacer en la vida.

 

Yo ya no me quiero ir.

 

Créanme cuando les digo que a los que no hemos nacido aquí también nos desgarra el gran desahucio de la crisis. «Pero, qué suerte, tú te vas a tu país», dicen. Qué sabrán de esos hijos españoles que imploran no tener que marcharse, que nunca perdonarán la emigración forzada. Qué sabrán del terror de sentirte nuevamente extranjero, aunque vuelvas al país que te vio nacer –o precisamente porque vuelves al país que te vio nacer-. Qué sabrán del sentimiento de fracaso, de la nostalgia que ya no te abandonará, del volver con la frente marchita. Qué sabrán del enorme y doloroso cansancio que significa empezar de nuevo.

 

Los he visto: los extranjeros desahuciados de España se van arrancados, con la cabeza gacha y los dientes apretados, llorando por sus hijos que serán extranjeros y sufrirán allá, pero también por ellos mismos: por una vida que atisbaron, por una paz que duró un día o dos, por un sueño bonito del que los despertaron a los gritos. Veo en el aeropuerto a las familias extranjeras que se van de España y la imagen desolada es igual a la de ese otro viaje, el primero.

 

Y entiendo que ellos están dejando, otra vez, su patria.

 

¿Tendré que hacerlo yo también?

 

Olmo_Calvo

Fotografía: Olmo Calvo

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