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Estoy con usted, Enrique, en la defensa de la democracia y contra el Poder Absoluto

 

The great thing about irony is that it splits things apart, gets up above them

 so we can see the flaws and hypocrisies and duplicates.

David Foster Wallace

 

Querido Enrique:

 

Hace tiempo que dejamos de hablarnos de tú. Permíteme entonces que te hable de usted. Lo cito a usted tal cual como lo he hecho las veces que, por la fuerza de sus de argumentos, ha sido necesario: “Nunca alcanzamos a hablar de fondo sobre nuestras simpatías y diferencias. Se interponía mi admiración”.

 

Esto es parcialmente cierto ya que, en ocasión del lanzamiento de su libro Redentores. Ideas y poder en América Latina, sostuvimos una larga conversación; que yo sepa, se trató de la más larga entrevista que le fue concedida en prensa, en este caso Newsweek en Español, entrevista tras la cual fui despedido dado que sus propietarios no toleraron el espacio que, en mi papel de director editorial, le di no sólo a la entrevista, sino a un repaso de su hasta entonces obra completa. Ofreció usted echar pelea desde la revista que dirige; sin embargo, yo mismo preferí dejar las cosas por la paz.

 

Hemos, y me refiero a México todo, sido el blanco de un movimiento extremista, peligroso y radical que, como bien advierte usted en sus libros, columnas y apariciones en medios, amenaza no solamente con descarrilar nuestra naciente democracia, sino los cimientos mismos del robusto crecimiento económico que hemos visto desde que México se modernizó bajo el dictado de políticas neoliberales que sólo los necios desacreditan. Así por ejemplo el profesor y economista francés Thomas Piketty, que escribió un libro ridículo y retrógrado desde su título: El capital en el siglo XXI, donde se atreve a sostener disparates como los siguientes:

 

El sistema de precios tiene un papel irremplazable en la coordinación de las acciones de millones de individuos, o hasta las acciones de miles de millones de individuos en el marco de la nueva economía mundial. El problema estriba en que este sistema no conoce límite ni moral.

 

Cometeríamos un error al despreciar la importancia de este principio en el análisis de la distribución mundial de la riqueza en el siglo XXI; para convencerse de ello, baste con reemplazar en el modelo de [David] Ricardo el precio de las tierras agrícolas por el de los bienes de raíces urbanos en las grandes capitales, o bien por el precio del petróleo. En ambos casos, si la tendencia observada a lo largo de los años 1970-2010 se prolongara para el periodo 2010-2050n o 2010-2100, se llegaría a desequilibrios económicos, sociales y políticos de considerable amplitud —tanto entre países como dentro de ellos—, que no distan de evocar el apocalipsis ricardiano.

 

No contento con hacer semejante afirmación, este francés, heredero directo del sangriento Maximilien de Robespierre, tiene el atrevimiento de advertir lo siguiente:

 

Es importante recalcar que la desigualdad nada tiene que ver con una imperfección del mercado; muy por el contrario: mientras más “perfecto” sea el mercado del capital, en el sentido de los economistas, más posibilidades tiene de cumplirse la desigualdad.

 

Hay, como lo ha usted sostenido en diversas ocasiones y foros, una auténtica amenaza, que se hace evidente por sí sola. Por ejemplo en las palabras de otro conspirador, el profesor en licencia de Cornell y vicepresidente del Banco Mundial, Kaushik Basu, quien se suelta el chongo induista haciendo estas descabelladas afirmaciones:

 

Si bien la oposición a la globalización y a las grandes corporaciones que escuchamos a manifestantes proferir en las calles puede ser inarticulada e incluso inconsistente, es expresión de una crítica genuina y plausible a la economía contemporánea, junto con su desproporcionada influencia sobre el mundo de la elaboración de políticas […] Se puede argumentar que si medimos la desigualdad simplemente por la diferencia de ingresos entre los segmentos más ricos y los más pobres de la sociedad, entonces el mundo actual experimenta una desigualdad a un nivel que nunca ha ocurrido en la historia humana. Esto sucede porque la condición de las personas más pobres ha seguido siendo la misma desde los tiempos antiguos. Sus vidas son sórdidas, crueles y cortas —por usar una versión abreviada de la famosa descripción que hiciera Hobbes de la vida en el estado natural; las personas más pobres obtienen lo necesario para sobrevivir—. Por lo general, su bienestar está determinado por las necesidades de subsistencia biológica de los seres humanos. Incluso las personas más pobres no van a estar para ser contadas. La riqueza, por otra parte, no tiene un límite natural. En la actualidad las personas más ricas pueden hacer cosas en las que ni Gengis Khan ni Nerón pudieron soñar.

 

Estoy cierto que coincide usted conmigo, estimado Enrique, en que el vicepresidente del Banco Mundial, en lugar de preocuparse por los desamparados de esta tierra —la cual es la función primordial de esa institución, en la cual yo mismo tengo cercanos amigos, mi hermano y ex-colmeca el Doctor por MIT, Uri Raich Portman, que trabajan por esa cuestionable causa— en vez de trabajar, se la pasa soñando sobre su escritorio. Lo citado arriba da obvia cuenta de ello.

 

Pero este grupo de conjurados, que Borges evoca en aquel poema que usted bien conoce (En el centro de Europa están conspirando./ El hecho data de 1291./ Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan/ diversas religiones y que hablan en diversos idiomas./ Han tomado la extraña resolución de ser razonables./ Han resuelto olvidar sus diferencias y acenturar/ sus afinidades./ Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios, porque eran pobres y tenían el hábito/ de la guerra y no ignoraban que todas las empresas/ del hombre son igualmente vanas./ Fueron Winkelried, que se clava en el pecho/ las lanzas enemigas para que sus camaradas avancen./ Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero/ también son Paracelso y Amiel y Paul Klee./ En el centro de Europa , en las tierras altas de Europa,/ crece una torre de razón y de firme fe), no termina con estos propagadores de la amenaza.

 

He ubicado entre ellos a los siguientes malhechores:

 

Manfred Max-Need y Philip B. Smith, autores del libro La economía desenmascarada. Del poder y la codicia a la compasión y el bien común.

 

Quinn Slobodian, autor de Globalists. The End of Empire and the Birth of Neoliberalism.

 

-Wendy Brown, El pueblo sin atributos. La revolución secreta del neoliberalismo.

 

John Nash, premio Nobel de Economía por proponer en su tesis de doctorado la absurda hipótesis de que, en teoría de juegos, es posible obtener un equilibrio, el “equilibrio de Nash” en el cual las estrategias de rivales pueden combinarse con la resultante de un competidor no predominante. Imagínese que, don Enrique, esto es lo que proponen los que amenazan a México como su eje de política económica. Un disparate que no merece nuestro país ni los monopolios y oligopolios aglutinados, por poner un ejemplo, en el Consejo Coordinador Empresarial. Le recomiendo desprestigiar esa aberrante propuesta aludiendo a que Nash tuvo que recibir tratamiento psiquiátrico en distintos momentos de su vida, no importa que ganara el Nobel en 1994.

 

Y entre nosotros:

 

Carlos Elizondo Mayer-Serra, autor de Los de adelante corren mucho. Desigualdad, privilegios y democracia.

 

Y el más malévolo del montón, el Dr Gerardo Esquivel, egresado como usted y yo de El Colegio de México, además de Harvard, autor de varios ensayos especializados, citado por sus «peers» en más de 6 mil ocasiones y coautor de ensayos con Sebastian Edwards, quien ha publicado varias veces en su revista Letras Libres, pero sobre todo de este infame y fraudulento reporte: Desigualdad extrema en México. Concentración del poder económico y político, pagado y auspiciado por organizaciones conspiradoras como Oxfam.

 

Y hablando de conjuras, dice usted al inicio de El pueblo soy yo, un valioso y valiente conjunto de ensayos originales, que nunca habían aparecido antes, que no son refritos de sus columnas en la prensa: “Este es un libro contra la entrega del poder absoluto a una sola persona”, frase que prolonga en este muy asertivo, oportuno y reciente video: , decía, hablando de conspiradores, bien supieron usted (desde la revista que dirige) y don Gabriel Zaid desentrañar de manera premonitoria el nombramiento, por parte del actual gobierno corrupto, de José Carreño Carlón al frente del Fondo de Cultura Económica:

 

Hay algo misterioso en los caprichos. No se pueden defender con buenas razones, porque tienen motivos irracionales. El nombramiento es absurdo, aunque se diga, para explicarlo, que viene de una promesa de Enrique Peña Nieto. Pero ¿a quién? Por su trayectoria y su poder mediático, no es de creerse que Carreño Carlón haya solicitado el Fondo. Tampoco es de creerse que le interese a Televisa. Le interesa al ex presidente Salinas de Gortari, que tiene delirios de retorno. Escribió un par de libros para señalarse como el intelectual orgánico del nuevo PRI y hasta fue temido como un posible poder tras el trono. Sobra decir que, si ocupara la oficina del Fondo que tuvo de la Madrid, el escándalo sería mayúsculo. El nombramiento de su fiel escudero también es un escándalo, pero por cuenta de otros. Premonitoriamente, el estudiante José Carreño Carlón presentó una tesis titulada México: los códigos de su autodestrucción. 

 

Hoy resulta claro que don Pepe Carreño, funcionario sin tacha del gobierno corrupto, le jugó a la sucia al publicar las memorias del biólogo, ecólogo, miembro de El Colegio Nacional y ex-rector de la UNAM, ese gigante que bien ha hecho usted en señalar y condenar a lo largo de los años en legítimo uso de la crítica más desinteresada, José Sarukhán Kerméz, quien a las obvias escribió en contubernio señalándolo a usted como un franco admirador del poder absoluto. Leamos al conspirador, quien es obvio estaba esperando el momento para ir detrás de usted, Enrique:

 

Varias semanas después recibí una llamada de Octavio Paz para solicitarme una reunión. Me dio enorme gusto, aunque no dejó de sorprenderme, ya que era la primera vez desde que había asumido el cargo de rector que me pedía encontrarnos en la Rectoría. Fijamos una fecha adecuada y llegado el día, se presentó, para mi beneplácito, acompañado de Enrique Krauze.

 

Después del inusual intercambio de saludos de cortesía, Octavio Paz expresó que estaba muy molesto porque el programa del Coloquio de Invierno no contemplaba la participación de nadie asociado a la revista Vuelta […] A partir de ahí fue Enrique Krauze quien argumentó que el coloquio había sido diseñado de manera sesgada, que no era representativo de las formas de pensar de otros intelectuales mexicanos, y que no resultaba una reunión plural ni abierta. Fue un larga y difícil conversación, que incluyó comentarios poco afortunados por parte del maestro Paz, tales como que al ser yo un científico no entendía en lo que estaba involucrado. Al final de sus intervenciones les propuse que me proporcionaran una lista de nombres adicionales y que yo personalmente vería que se añadiera a la ya elaborada que, de hecho, era bastante larga.

 

Por si no fueran suficientes los ardides y engañifas del único miembro mexicano de la Royal Society of London, éste sigue escribiendo y se atreve a exponerlo a usted, Enrique, como un sagaz operador del poder absoluto en los siguientes y lamentables términos:

 

Mi propuesta no fue aceptada y ambos mencionaron que la única forma de arreglar lo que ellos consideraban un gran error era que se volviera a organizar el coloquio desde un inicio y que ellos [o sea usted, Enrique] definirían el programa. (p. 186)

 

Vaya descaro y contubernio manifiestos, el del director general del Fondo de Cultura Económica y no se diga el del ex rector de la que ustedes gustan llamar OTRAM, y como bien dijo Zaid en la atinada denuncia hecha en 2013, cuando predijo la avalancha de corrupción que se nos venía encima desde el pie del Ajusco, es decir desde el Fondo de Cultura Económica (donde por cierto, usted y Zaid fueron publicados en este sexenio sólo comparable en corrupción al de López Portillo, al de Echeverría y por supuesto, al que vendrá con Ya Sabe Usted Quién):

 

Reducir el Fondo de Cultura Económica a una de tantas cartas de la baraja política de puestos asignables es una pérdida para la cultura de habla española. La rotación de directores en función de circunstancias y perspectivas que nada tienen que ver con el mundo de los libros degrada al Fondo como proyecto cultural.

 

Menos mal que, muy a tiempo, publicó usted El pueblo soy yo, con el propósito de despertar las conciencias de un pueblo adormilado, quizá por falta de alimentos y escaso acceso a la canasta básica. Pero no entremos en tecnicismos acerca de cómo medir la desigualdad, la pobreza y no se diga la canasta básica, pues ello conlleva distraernos del alto propósito moral de su libro.

 

Entro, como un trueno penetra la noche, en materia.

 

Muy pertinente su reseña al librito genial de Richard Morse. Sobra decir que su interpretación de la interpretación de la interpretación que hace Morse de Santo Tomás es más que pertinente; sólo una mente malévola y peligrosa para México leería en esa interpretación suya de la interpretación de la interpretación que hace Morse de Santo Tomás, insisto, sólo un peligro para México del tipo “ya sabes quién”, decía, leería entrelíneas una suerte de invitación a dejar las cosas como están, una nueva versión del edificio político construido para perdurar, no para cambiar en la acepción tomista, en las próximas elecciones del 1 de julio.

 

No importa que usted, defensor del liberalismo, no haya reconocido (lo cual hubiera sido más original que una prolongada reseña a Morse) el papel que jugó Pelagio en la muy temprana concepción cristiana de la libertad, desde Roma y al menos desde el año 380. Sí, aquel Pelagio que iba de trotamundos predicando una herejía: la gracia divina es indispensable, pero —y aquí estamos hablando del primer cristianismo, se trata de un gran pero— el hombre es capaz de salvarse por sí mismo. Desde que nace, el individuo —Pelagio en cierto sentido se adelanta a la idea de autonomía del ser de Kant— no puede esperar que Dios lo saque del atolladero, al contrario, debe él mismo encontrar sus propias fuerzas para salir del malpaso.

 

En ese sentido, Pelagio el olvidado, el heterodoxo, el cuasi hereje, vendría a ser el primer liberal, pues en su concepción de la relación entre Dios y su hijo, el individuo, hay espacio para decidir por sí mismo: un espacio para la libertad.

 

Sabemos que quien habla de libertad habla también de democracia, trasunto caro en El pueblo soy yo. Solamente un lunático como su amigo de antaño Tzvetan Todorov pudo escribir, en Los enemigos íntimos de la democracia, que:

 

Las democracias rechazan actitudes fatalistas [como la que usted se ha encargado, muy bien hecho, de propagar] de resignación. Esta posición intermedia permite interpretaciones divergentes, pero podemos decir que toda democracia implica la idea de que es posible mejorar y perfeccionar el orden social gracias a los esfuerzos de la voluntad colectiva [la misma voluntad del pueblo con la que, gracias a dios, usted nos protege y advierte para votar en su contra]. La palabra progreso está actualmente bajo sospecha, pero la idea que engloba es inherente al proyecto democrático. Y el resultado está ahí: lo habitantes de los países democráticos, aunque a menudo están insatisfechos con sus circunstancias, viven en un mundo más justo que los demás países. Las leyes los protegen, gozan de la solidaridad entre miembros de la sociedad, que beneficia a los ancianos [otro gran peligro para México en su concepción de la democracia, don Enrique], a los parados y a los pobres, y pueden apelar a los principios de igualdad y libertad, incluso [aquí es claro, don Enrique, que Todorov desvaría, se le van las cabras al monte] al espíritu de fraternidad.

 

El proceso de enajenación por el que debió haber pasado Tzvetan Todorov antes de su lamentable fallecimiento lo llevo, imagínese usted, qué locura, a incluir al neoliberalismo entre, precisamente, los enemigos de la democracia.

 

Suena extraño, suena a conspiración, a capricho misterioso, pero hasta en el pequeño volumen A Very Short History of Neoliberalism —parte de una colección de la universidad de Oxford equivalente a los Breviarios del Fondo, en la que se encuentran autores como sir Michael Howard, A. J. Ayer, Quentin Skinner y una pléyade de académicos misteriosos y caprichosos, no se diga tendenciosos—, se lee la desmesurada y flagrante mentira:

 

Political leaders both on theLeft and the Right not only openly questioned the tenets of neoliberalism, but also argued in favour of greater regulatory oversight by national and global institutions. Former Federal Reserve Chairman Alan Greenspan admitted in front of the US Congressional Committee on Oversight and Government Reform that this neoliberal ideology was no longer working. Even prominent conservatives writing for large audiences like New Yoork Times columnist David Brooks conceded that free markets were not self-regulating and perfectly efficient and people were not always good custodians of their own self-interest.

 

¡Pamplinas, digo yo, don Enrique! ¡Seguramente el autor de esas líneas no está discutiendo un asunto de interés global, sino manipulando las cosas en favor de Ya Sabe Usted Quién! ¿A quién creen que engañan? Por supuesto que a Enrique Krauze y nosotros, sus devotos lectores: ¡no, no way jose!

 

Bueno, hasta en su enciclopédico estudio de tres gigantescos tomos, el pensador y estudioso español, Antonio Escohotado, dedica en el segundo volumen de la trilogía Los enemigos del comercio, más de 350 páginas al momento histórico en que competir libremente en el mercado y cooperar al interior de la estructura del mismo en beneficio de todos se tornó una imposibilidad probada y documentada. Sugiero que para desacreditarlo, nada mejor que recordar que Escohotado es también el autor de una alucinante Una historia de las drogas en tres volúmenes que va desde los vinos de los antiguos hasta el LSD —ahí nomás se lo paso al costo.

 

Por otro lado, encuentro un sano paralelismo entre la concepción de nacionalismo, libertad y liberalismo que comparten usted y Mario Vargas Llosa, quien dedica invaluables y reveladoras páginas respecto a sir Isaiah Berlin.

 

Por ejemplo, nuestro premio Nobel hispano-peruano nos recuerda cosas que en verdad nadie sabía —salvo Christopher Hitchens, quien en una reseña de 1997 para The London Review of Books hizo tambalear la reputación del gran liberal como un férreo ayatola de la Guerra Fría, asesor de los muy liberales y sádicos hermanos Bundy, un bribón de la academia británica que grilló cual miembro del STUNAM para negarle a Isaac Deutscher una plaza menor como profesor en Sussex University.

 

Usted mismo, que trató largamente a sir Isaiah, prueba de ello su conocida entrevista, hace alusión a él en El pueblo soy yo como la mejor vacuna del liberalismo contra de los peligrosos que buscan exterminar las libertades y la democracia.

 

En este caso, me permito sugerirle respetuosamente ajustar cuentas con el Fondo de Cultura Económica y su corrupto director general, pues en esa casa editorial el desprestigiado y poco serio y creíble historiador de las ideas, italiano afincado en Cornell (algo pasa en la universidad de Cornell que aglutina a gente que apoya las propuestas de Ya Sabe Usted Quién; imagino una oscura y misteriosa conexión UNAM-Cornell-Colmex), Enzo Traverso, decía, publicó El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador.

 

En ese panfleto, hermano gemelo de Los Protocolos de los sabios de Sion, Traverzo propone una tenebrosa engañifa: el siglo XX fue testigo de una ruptura entre el judaísmo cosmopolita (los ministros de finanzas Karl Radek y Loius-Lucien Klotz, los escritores e intelectuales Marcel Proust, Franz Kafka, Sigmund Freud, Walter Benjamin, los revolucionarios Rosa Luxemburgo y León Trotski, por mencionar unos cuantos, la lista es larguísima) y el judaísmo conservador (una mezcla de académicos y políticos áulicos: Raymond Aron, Leo Strauss, Isaiah Berlin, Henry Kissinger, Ariel Sharon, por mencionar los que son, no muchos).

 

Si los enemigos del comercio y de la sociedad abierta y de la libertad y de la vida misma así lo quisieran —es decir quienes representan un  peligro para México—, podrían ubicarlo fácilmente a usted, Enrique, en su justo sitio, en el giro conservador del judaísmo de la segunda parte del siglo XX, en compañía de un probado asesino y culpable de crímenes de lesa humanidad, Henry Kissinger. Y no lo digo yo, lo dicen y escriben el Juez Garzón y Christopher Hitchens.

 

¡Imagínese usted, Enrique! No lo han hecho pero son capaces de ello, quizá porque están demasiado ocupados en ocuparse de llevar a México al precipicio del populismo y por ahora usted no es relevante.

 

No es usted relevante pero sí un valiente al insistir en el carácter populista de quienes buscan el Poder Absoluto y acabar con nuestro bello, próspero y tranquilo México. Ya lo dijo el propio Raymond Aron, al que don Mario Vargas Llosa dedica un perfil de cuerpo semi-entero, pues se le pasó citar un pasaje fundamental de Aron que, en cambio sí cita Eric Voegelin (a su vez sujeto de estudio de Mark Lilla en su espléndido libro The Shipwrecked Mind. On Political Reaction) en Las religiones políticas:

 

No hay democracia sin demagogia, pues no hay oposición que no sea demagógica, incluso en las democracias llamadas modélicas.

 

Lo anterior me lleva a regresar su interpretación de la interpretación de la interpretación que hace Morse de Santo Tomás, en la cual logra usted un atinado mix de Weber y Maquiavelo que solamente un “canalla” cuestionaría.

 

Escribió usted el 20 de junio de 2001 que “ser biógrafo tiene muchas compensaciones, sobre todo en una cultura como la nuestra, proclive a las abstracciones, las doctrinas y generalidades, desdeñosa de lo concreto, lo individual e irrepetido.” Solamente los enemigos enconados de la libertad y de la democracia se atreverían a decir que, hay en esa larga reseña a Morse, harta abstracción, harta doctrina y de generalidades ni hablar.

 

Dos ejemplos.

 

El primero: estudios más recientes, inexistentes en tiempos de Morse, echan por tierra el fallido intento de generalizar cuando usted escribe, siguiendo en clave misteriosa a Morse: “Al llegar el siglo XIX la América española, ‘jerárquica, multiforme, precapitalista, estaba mal preparada para el despotismo ilustrado, y mucho menos para el constitucionalismo lockiano’. Pero no lo estaba para discurrir un compromiso que habría sido impensable tres siglos atrás: nada menos que la fusión de los dos prototipos, el Estado tomista y el caudillo maquiavélico, para crear nuevo tipos de dominación legítima”

 

Antes de pasar a Max Weber, el malo que le quiere arruinar a usted esta bella película se llama Maurizio Viroli, profesor en Princeton, escribió con Norberto Bobbio Diálogo en torno a la República (2002) y en italiano, todavía no disponible en español, Il Dio di Machiavelli e il problema morale dell’Italia (2005). En un deslumbrante y reconocido estudio (obvio, esto para los secuaces de Ya Sabe Usted Quién) titulado De la política a la razón de estado. La adquisición y transformación del lenguaje político (1250-1600), Vitroli, condenado sea al infierno, no sólo contradice su reseña a Morse, sino que la echa por tierra. Basta con leer este pasaje, ¡ay, usted que es tan dado a los adjetivos, no merece semejante trato!:

 

Al aplicarse al gobierno regio o principesco, el adjetivo “político” pierde las connotaciones de autogobierno que tenía, pero siempre retiene la noción de justicia y el compromiso con el bien común. Por otra parte, el adjetivo “político” implica que el rey tiene menos poder que un rey no político, ya que está sometido a un control que limita dicho poder. Es claramente la etiqueta de “político” lo que diferencia a un príncipe de un tirano, asemejándole al gobernante republicano. Cuando los defensores del gobierno monárquico hicieron suya la palabra “político”, siempre intentaron atribuir al monarca ciertas connotaciones que procedían del vocabulario propio de la res publica: el imperio de la ley, el compromiso de respetar la justicia y tender hacia el bien común, la moderación, la elegibilidad y varias combinaciones entre estos conceptos.

 

Segundo ejemplo, derivado del anterior y vinculado a Max Weber.

 

El propio Weber, en su colosal Economía y Sociedad, subraya que todo cuanto refiere a la sociología de la dominación se trata de “tipos ideales”. De manera más específica, al esbozar, y subrayo, esbozar, su propia sociología de la dominación, Max Weber escribe:

 

En su concepto más general, y sin hacer referencia a ningún contenido concreto, la ‘dominación’ es uno de los más importantes elementos de la acción comunitaria. En rigor, no toda acción comunitaria ofrece una estructura de este tipo. Sin embargo, la dominación desempeña en casi todas sus formas, aun allí donde menos se sospecha, un papel considerable […] Aquí nos proponemos encontrar, por lo pronto, un principio en lo posible general, inevitablemente poco concreto y aun por necesidad formulable de un modo un tanto vago, acerca de las relaciones entre las formas de la economía y las de dominación. A este fin necesitamos una definición más precisa de lo que significa para nosotros “dominación” y de su relación con el concepto general de “poder”. (pp.695-696)

 

Es fama que Economía y Sociedad no se escribió de un sentón, sino que la viuda de Weber, Mariane, compiló los papeles sueltos de su esposo y, ante la inflación desbocada en los años de la repúlica de Weimar, vendió dichos papeles como libro. Así llegó a manos de don Daniel Cosío Villegas y a sus primeros traductores, los exiliados republicanos Eugenio Ímaz, José Medina Echavarría, Eduardo García Máynez, José Ferrater Mora. Por ello, estudiosos de la obra del gran sociólogo y economista han subrayado el carácter preliminar de Economía y Sociedad. Todo es ambigüedad en su caso. Un simple vistazo a Introducción a Weber, del también italiano Nicola M. De Feo, resulta no revelador, sino lugar común, en este sentido:

 

El “tipo ideal” no es la “representación” de un dato real, sino “una construcción conceptual”, obtenida mediante el énfasis unilateral de una “cantidad de fenómenos específicos difusos y discretos, existentes —según los casos— en mayor o menor medida, y a veces incluso ausentes, en correspondencia con esos punto de vista unilateralmente puestos en evidencia”; como “construcción conceptual” es una utopía, que en cuanto tal nunca puede hallarse empíricamente, y no se asemeja a cosa alguna en la realidad empírica.

 

Me resulta obvio, Enrique, que se trata de manipulaciones de quienes quieren poner en peligro a México y llevarlo al borde del abismo, pues usted sí logró el milagro, a pesar de Max Weber, de encontrar la evidencia empírica en lo que se supone siempre se planteó y concibió como una “construcción conceptual”.

 

El caudillo tiene nombre y apellido, usted lo descubrió para el bien del pueblo y de la ciencia sociológica e histórica en que está incluso fundada la obrita de Richard Morse.

 

Y se llama “Mesías tropical”. Solamente quienes buscan el poder absoluto y descarrilar el próspero camino que sigue nuestro querido país, harían caso de lo escrito por Max Weber en relación a la “Esencia y efectos del carisma”:

 

El patriarca es el “caudillo natural” de lo cotidiano. La estructura burocrática es así sólo su contrafigura traspuesta a la esfera racional. También ella es una organización permanente y, con su sistema de normas racionales, tiene por finalidad la satisfacción mediante procedimientos normales de las necesidades corrientes susceptibles de cálculo. En cambio la satisfacción de las necesidades situadas más allá de las exigencias planteadas por la cotidianeidad económica es, en principio, enteramente heterogénea —y ello por tanto más cuanto más echamos una mirada retrospectiva sobre la historia—, es decir, está fundada carismáticamente. Esto significa que los jefes “naturales”, en caso de dificultades psíquicas, físicas, económicas, éticas, religiosas o políticas, no eran personas que ocupaban un cargo ni gentes que desempeñaban una “profesión”, en el sentido actual del vocablo, aprendida mediante un saber especializado y practicada mediante remuneración, sino portadores de saberes específicos del cuerpo y del espíritu estimados como sobrenaturales (en el sentido de no ser accesibles a todos). Por esta razón, el concepto de “carisma” es empleado aquí “sin significado axiológico.” (pp.847-849)

 

Así las cosas, Enrique, permítame arrodillarme y agradecerle lo imposible: alertarnos acerca del Poder Absoluto de un Mesías Tropical y, no menos importante, advertirnos acerca del rumbo de las cosas gracias a pesar de lo que carecía ese señor seguramente también sometido al Poder Absoluto del Kaiser, Max Weber, a saber: una mirada históricamente prospectiva, es decir adivinadora del futuro, así como carente Weber de la misma manera, de un sentido axiológico del concepto de carisma inherente al Mesías tropical.

 

No por nada el filósofo del mostachón, Friedrich Nietzsche, escribió, poco antes de su colapso: «Símiles atrevidos.- Cuando los símiles atrevidos no son prueba de arrogancia del escritor, lo son de su fantasía agotada. En ambos casos, empero, de su mal gusto.» Esto, por supuesto, no aplica en absoluto a usted.

 

La salvación de usted nos salva de la salvación del Mesías tropical. Eso es un dato empírico, y reto a cualquiera que disienta de ello a probar lo contrario. ¡A ver, peligrosos para México, éntrenle al gallo, a ver!

 

El pueblo soy yo es un libro tan vasto y rico que incluso se mete directo, de frente, con el populista Trump, como quien bien lo define usted, estimado Enrique.

 

Hay bibliotecas enteras acerca del nativismo como fenómeno político y social en Estados Unidos; hoy mismo circula un libro sobre el tema, de The Party of Fear: The American Far Right fron Nativism to the Militia Movement, de David H. Bennett; o bien el del profesor de CUNY, Corey Robin, su segunda reimpresión en paperback, The Reactionary Mind: Conservatism from Edmund Burke to Donald Trump, y antes, un libro de referencia que igualmente se sigue reimprimiendo, The Paranoid Style in American Politics, del historiador Richard Hofstadter.

 

No importa que Hofstadter haya ganado un premio Pulitzer por el libro citado, ni que los propios diarios alrededor del mundo reconozcan dicho apelativo en artículos eficaz e históricamente ensamblados como una nuez, https://bit.ly/2ttpKdx. Si usted, Enrique, dice que Trump es populista y no nativista, pues es populista. Quién quisiera cuestionarlo o refutarlo solamente revelaría su profunda ignorancia y su embrutecida aspiración al Poder Absoluto.

 

Yo estoy con usted y con los que creen como usted. Pero también con quienes opinan como usted. En un ensayo publicado hace algunos años en su revista Letras libres, Roger Bartra advertía que con el advenimiento de la democracia en México, aparecieron también, de un día al otro, opinadores y especialistas del columnismo de periódico, ¿lo recuerda? Uno de ellos se llama Jesús Silva-Herzog Márquez. Es muy popular, seguido por miles y miles, y su prosa es muy divertida y amena, cero solemne y admonitoria. Todavía recuerdo que en la ceremonia en Bellas Artes con la que lo invistieron con la medalla de la Academia Mexicana de la Lengua, Hugo Hiriart aconsejó al joven académico que ojalá se dedicara más a escribir libros y menos a escribir sobre política.

 

 

¿Y para qué demonios se iba a poner a escribir otra cosa que no fueran columnas sobre política el siempre atinado, meditado, crítico y auto-crítico, Jesús Silva-Herzog Márquez? Lo bueno, lo que deja, está en las columnas, en las opiniones, en lo que otros de manera un tanto vulgar han llamado la comentocracia. Si se trata de soltar la lengua en lugar de escribir libros, nadie como Santa Teresa de Chulcheta. Es la otra onda de ameno, no puedo más que recomendar su lectura: diversión garantizada.

 

Pues bien, al joven académico se le ocurrió el otro día jugar en Twitter a prolongar otro artículo de no sé quién, y se puso a levantar un registro de insultos del candidato que va a la cabeza en las encuestas para la elección presidencial del próximo 1 de julio. La verdad sea dicha, que bueno que lo hizo, digamos que hasta salió a relucir el asunto del tomismo y el orden político del virreinato que trata usted en su interpretación de la interpretación de la interpretación de Morse.

 

Gusto me dio que respondieran los defensores de la libertad, de la democracia y opositores al Poder Absoluto al mero instante en que el joven académico de las letras mexicanas que no ha escrito ni jota de literatura, eructó su Tweet. Se dijeron cosas muy agradables, nada clasistas como «chairiza», «morenacos», «Yo tengo otros: Naco, pobre, jodido, naquete, prieto, moreno, CHAIRO, lumpen, perros, vándalosm peligro, delincuentes, ignorantes… Ustedes tienen sus insultos, nosotros los nuestros!! Uno personal para ti: Chinga tu madre!!, «Ni con esto arreglas tu vida. Tu pobreza viene desde dentro porque nadie te insultó. Lo tomaste personal así como tu falso mesías. Vamos, relájate, es domingo y falta una semana para que descanses de ser bot. Ánimo», «Jajajajajajajaja», «Para estar muy arriba en las encuestas, están muy enojados. ¿No este arroz ya se había cocido, pinches chairos de mierda?»…

 

Aquí le dejo, Enrique, el hilo completo para que vea que la Patria tiene quien la defienda del Poder Absoluto:

 

 

Yo mismo recibí dos insultos bien merecidos por no mostrar mi fe en la defensa de la libertad y en contra del Poder Absoluto, como dice una de los seguidoras del joven académico y virgen de las letras, una mañana de domingo cualquiera.

 

Uno fue de un anónimo, @Ed73616688, que a la letra dice: «Vamos a denunciar a este funcionario público, por conducirse de esta manera con quien le da de tragar.»

 

Y otro del Consejero Salvador de Lara, diplomático de carrera como yo y ex cónsul general en Atlanta a quien nuestra Cancillería tuvo que sacar de su puesto debido a severos problemas de adicción al alcohol, y cuyo dicterio omito aquí por el profundo respeto que me merece el Servicio Exterior Mexicano y sus cientos de miembros que, me consta, día con día, semana tras semana, los 365 días del año, se entregan sin compromisos a la defensa y protección de los millones de mexicanos que actualmente se hallan en una terrible situación de vulnerabilidad debido a la actual política persecutoria del presidente Trump.

 

En su caso particular, por tener un expediente abierto, solicitaré la intervención informal y formal de la Comisión de Personal del Servicio Exterior Mexicano y de su subcomisión disciplinaria, amén de conversar el tema con su superior, conocido de larga data.

 

En fin don Enrique, lo felicito por su libro y felicito al joven académico columnista y mejor tuitero. Llegado el momento en que haga válida su medallita literaria, con certeza le haré llegar mis sinceros parabienes.

 

Usted, Enrique, nos ha dado, como los tuiteros que respondieron al llamado de la tribu (¿algo tiene que ver esto con el título del libro de Vargas Llosa? ¿Será que hay aguerridas y un pelín de salvajes y fanáticas tribus liberales?), una muestra de civilidad y unidad y ya no me acuerdo qué más que convoca usted en su video acerca de divididr el voto y evitar el Poder Absoluto, el mismo con el cual, por supuesto, usted nunca ha soñado ni ha practicado en esa otra república, la de las Letras. Le refrendo mis respetos, especialmente porque sé que es dado a aplastar a quien no coincide con usted o de alguna manera le genera malestares más allá del mundo de las ideas, la historia y la defensa de las libertades, no digo cómo ni por qué medios, me gana el pudor pero sobre todo y por encima de cualquier cosa, por el alto respeto que le tengo.

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