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Estoy de suerte

No es la primera vez que me sacan parecidos imposibles, es lo suyo cuando se tiene un rostro tan poco convencional. Desde que me parezco a una Minoica princesa griega hasta encontrarme parecido con aquella Judith de Klimt, pasando por una de esas protagonistas de ´La Meglio Gioventú`. Pero la verdad, el parecido que más inquietud me provoca es aquel en el que insiste un amigo, que dice que soy clavada a la mejor Anna Magnani. Ya veis, parecidos de todos los gustos y estilos y que pocas veces me convencen, la verdad. Y es que en general, la percepción que tenemos de nosotros mismos -sea en lo físico o en lo intelectual- suele estar muy lejos de la imagen real que tienen los demás de nosotros, siendo para ellos, más bellos o viceversa (ese ´viceversa` abunda…) Qué queréis que os diga, a mi, me encantaría parecerme más a la Bellucci, labios y curvas incluidas, pero las cosas como son, ni tengo sus medidas ni de lejos su boca y aún menos esas curvas mareantes… Sí en cambio tengo la melena negra revuelta, la nariz irregular y esa mirada de negro carbón de la Magnani. “Déjame todas las arrugas, no me quites ni una, he tardado toda una vida en conseguirlas” leí que solía decirle a su maquillador, antes de cada rodaje. Pero yo, en cambio, optaría porque un buen maquillaje me las tapara todas, una a una. Y es que, a cierta edad, hay que tener una seguridad muy firme en una misma para salir de casa, presumida, sin los labios pintados.

 

 

Aunque a veces no lo parezca, las mujeres somos las peores críticas de nosotras mismas y nos resulta más fácil ver nuestros errores estéticos, por mínimos que sean, que nuestras virtudes, aún pudiendo ser éstas, mucho más llamativas. Cuando nos miramos en el espejo lo hacemos a menudo en busca de ese pequeño defecto, ese granito inesperado, esa nueva cana, esa arruguita incipiente que ayer no estaba allí. Algunas no ganamos para cosméticos y una parada como yo, tiene que hacer equilibrismos financieros para poder acceder a la cremita que mejor te viene; lo que sea con tal de conseguir una piel tersa, radiante y firme. O eso ponía en la caja… Los hombres en cambio, se asoman al espejo con mucha más seguridad, no para examinarse sino para reafirmar su buena presencia, sus armas de triunfador… bueno, algunos claro; hay otros, pobres, que van por la calle rompiendo escaparates según se van mirando, de reojo, en ellos.

Era Andy Warhol el que decía que en aquellos países en los que la belleza es común, no un signo distintivo, sea Suecia o se trate de Sudán, ir por la calle viendo a sus habitantes era una cosa de lo más aburrida. Imaginaos, un mundo en el que cada persona con la que te cruzas sea aún más bella que la anterior. Rubias, negras, pelirrojas… todas perfectas, en su maravillosa belleza, una suerte de Helena Christensen en cada rincón. Por eso decía Warhol que encontrarse con alguien que no lo era tanto, con una belleza más imperfecta, con sus defectos, hacía que esa le pareciera la persona más hermosa del mundo, porque rompía esa aburrida monotonía estética.

Afortunadamente, parece que ahora está de moda la imperfección y según dicen los expertos en ´tendencias`, los nuevos patrones de belleza están basados precisamente en eso, en huir de la belleza más evidente, en hacer de lo diferente algo bello, en convertir el defecto en una virtud, la famosa asimetría del rostro común, una dentadura llamativa que te da un aire travieso e infantil o una nariz poco ortodoxa que se convierte en un rasgo de distintiva personalidad… Ya lo dijo Marilyn “La imperfección es belleza, la locura es genialidad y es mejor ser absolutamente ridícula que absolutamente aburrida”… ella podía claro, me diréis… pero aun siendo cierto que la imagen es muy importante, esa importancia radica más en su expresividad y en la seguridad que emana que en su perfección más anodina y vacía, y el aspecto se convierte entonces en un arma que descubre tu propia personalidad… y como de eso me sobra, ya digo, parece que estoy de suerte.

 

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Fotográma de la película: Belllissima

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