¡Sea valiente! Es lo más importante.
Thoreau, 19 de diciembre de 1854
Hombres y mujeres tenemos, entre todas las diferencias posibles, un destino común, y hay cosas que se dicen no se sabe si por cansancio, simpleza o dislates propios de la edad.
Por ejemplo, a mi admirado novelista Mario Vargas Llosa (mi mundo de lector no sería tal sin La guerra del fin del mundo, el magistral relato “Los cachorros”, las novelas Pantaleón y las visitadoras, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, La fiesta del chivo… las posteriores, sorry, se las regalo), le dio por escribir, a raíz de la concesión del Nobel a Kazuo Ishiguro, la más ñoña y asombrosa de las obviedades: “Es un magnífico escritor, de clara raíz japonesa” —conste que como yo mismo, Vargas Llosa es feroz anti-nacionalista, si bien a la menor provocación saca a colación a los clásicos de siempre: a Isaiah Berlin, a Karl Popper, ¡uff, ya por favor!
Entrados ya en sus muy extravagantes pensamientos flotantes —para medio parafrasear un título de una excelente novelita del premiado escritor de inocultable prosapia nipona—, en el mismo artículo mi muy admirado Vargas Llosa suelta al aire otra espesa y enredada floritura: “Se trata, sin duda, de un premio mejor que el del último año, al músico Bob Dylan, y pone en valor a un novelista de primera línea en la tarea de renovación de la literatura en lengua inglesa, y sobre todo británica, abordada por excelentes narradores de estas últimas décadas a los que él pertenece en primera línea.” [sic]
Caracho, al parecer a partir de cierta edad, no lo sé, no he llegado ahí todavía, pero ni siquiera cuando me dedicaba con enjundia al whisky —make no mistake, yo era, como mi muy querido y muy extrañado camarada, el Hitch, igualmente leal hasta las cachas a los Johnny Walker Blend—, jamás entreví tantas primeras líneas, ni en mi mente ni en mi —dependiendo de las circunstancias— cambiante rango de visión.
Hoy, sin embargo, el mundo, con toda su sordidez, me parece todo menos redondo, no llego siquiera a otear en el vasto horizonte la promesa de una frágil burbuja de champagne.
Hoy veo el mundo a través de las persianas horizontales de mi estudio. Hoy miro hacia afuera —e inevitablemente hacia adentro— y veo todo, a la manera de Vargas Llosa, como en líneas, pero líneas que tienen la peculiaridad de transmitir la musicalidad de toda línea que se respete.
Por ejemplo éstas del supuesto malogrado Nobel, Bob Dylan, líneas de poesía pura que, no lo digo yo, lo dice el prestigioso scholar Alessandro Carrera en sus anotaciones al monumental Bob Dylan. Letras, están sembradas con la influencia de John Keats, padre de los trovadores, en particular de su “Oda a un ruiseñor”:
Llévame oculto entre las vaporosas volutas de mi mente
Por las brumosas ruinas del tiempo, más allá de las hojas heladas
De los árboles que tiemblan hechizados, hasta la playa ventosa
Sí, danzar bajo el cielo diamantino y saludar con una mano libre
Perfilado por el mar, cercado por las arenas del circo
Con toda memoria y todo destino hundidos bajo las olas
Deja que olvide el hoy hasta mañana
Y sí, hoy quisiera olvidar el día de hoy, hasta que llegue mañana, y ese verso, que suena a poesía y por lo tanto es poesía, no lo he leído en ninguna novela.
Y sí, cuando me pongo de mal humor prefiero acudir a la poesía, a sus dardos de verdades ultra-concentradas; me falta la paciencia y la calma para apoltronarme a releer incluso mis novelas preferidas, que no son pocas y sí muy buenas, con sus sinuosas frases e interminables párrafos. No, hay días en que no se puede, sólo la línea —y quisiera, pero no, no me refiero a la coca— es posible.
A saber qué diría don Mario de Las eternas palabras, los poemas que durante décadas permanecieron inéditos del también cantante —y sin duda alguna poeta mayor— Míster Johnny Cash.
A diferencia del mamotreto con las letras poéticas de Dylan, el volumen Las eternas palabras carecen de las aportaciones de un agudo crítico a la manera del italiano afincado en Houston, Alessandro Carrera. La cuidadísima edición y curaduría de los poemas de Cash viene precedida de una introducción aburrida, dispensable, pesada y maloliente como seis toneladas de mierda. Eso que Vila-Matas (¡ay, otra abuelita precoz: Vila-Matas!) llama un pararrayos a la hora de hablar de la pérdida de tiempo que supone una introducción inservible.
Dicho lo cual —escribo esto, profano yo, mientras escucho las rolas del gran Johnny— los invito a darse unas líneas de Cash, que el día no está para otra cosa:
Chica generosa
Has hecho todas las cochinadas
Que una mujer no debería hacer
Sabes bien cómo funciona el mundo
Pero cuando pasas tus dedos de terciopelo
Por los problemas que tengo en la cabeza
Me alegro de que seas una chica generosa
Chica generosa, muévete a tus anchas
Pero acuérdate de mí cuando vuelvas
Has roto todas las reglas
Que una amante no debería romper
Y no soporto compartirte con el mundo
Pero cuando vienes llorando
Y me abrazas sin querer soltarme
Me alegro de que seas una chica generosa
Chica generosa, entiendo tus razones
Acuérdate de mí si necesitas un hombre
Es alto el precio que vas a pagar
Por entregarte abiertamente
Los chismes se pondrán a prueba
Pero si la verdad se supiera
Desearían estar en tu lugar
Les gustaría una chica generosa
Chica generosa, yo nunca te ataré
Pero avísame si vuelves por aquí otra vez
Sentado al escritorio, desde mi estudio ya se escuchan las campanadas convocando al escándalo: ¡Cómo chingados nos va a venir hablar así de las mujeres, este músico cualquiera, este no-poeta, cero romántico para mayor agravio?
A ellos los dejo con un gran y poco leído poeta que me recuerda y suena a Johnny Cash; me refiero a J.M. Fonollosa, rescatado para el mundo por ese hombre que todo lo ha leído, Pere Gimferrer, en un libro precioso y brutal, cualidades propias de la buena poesía: Ciudad del hombre: New York.
Distinguidísimos galanes otoñales, mundanas damas del subsuelo, seudo-decentes y atentos al qué dirán lectores: ¡ya pueden escandalizarse!:
Washington Square
Si no te mueres antes, cuántos hombres
buscarán el camino de tus piernas.
Y tú no sabes nada. Juegas, ríes.
Eres aún una niña muy pequeña.
Pareces un ovillo de canciones
que salta por el barro y no se mancha.
Ignoras todavía por qué vives.
Cuál es la utilidad de tu existencia.
Un día lo sabrás. Cuando los hombres
pasen, uno tras otro, entre tus piernas.
Ahora bien, llegado este punto me preocupa, sobre todo, Vargas Llosa. No vaya a ser que se nos ponga mal —ignoramos si su salud es de hierro o bien tal vez endeble— al enterarse de que los poemas del inmerecido Nobel pueden ser tan buenos que incluso se dio el lujo de hallar a un cómplice en el poeta Cash para potenciar la música de sus composiciones.
Tal es el caso de “It Ain’t Me Babe”, que Dylan grabó el 9 de junio de 1964 y que Johnny Cash y su esposa June Carter presentaron al público años después, recogiendo aplausos con el mismo gusto con que se recibe el Nobel.
Qué digo: “It Ain’t Me Babe” es un tren de carga que avanza a toda velocidad, imparable incluso cuando los actores Joaquin Phoenix y Reese Witherspoon tuvieron los huevotes para interpretar la canción/poema con sus propias voces a la hora de filmar la película Walk the Line, la misma que cuenta la vida de Johnny Cash, su jodida infancia de niño pobre, su infortunio matrimonial, su obsesión en convertirse en artista, poeta y músico, sus adicciones a múltiples sustancias, los tropiezos que estuvieron a punto de acabar con su vida y su renacimiento al enamorarse de June Carter.
Escribo desde el súbito otoño de Motor City, a 5 grados centígrados contando la mísera sensación térmica. Una temperatura más bien cálida si se le compara con los climas que Johnny Cash muestra en sus mejores y más valientes poemas, por ejemplo este escrito apenas en la década de los ochenta del siglo pasado:
¿Habrá alguien por ahí que me ame?
Es un mundo frío y cruel
Si te toca pasar la noche a solas
Y es una carretera soitaria
Bajo el amanecer
En algún lado alguien habrá
Y algún sitio habrá que sea el tuyo
Así que convéncete a ti mismo
Y sigue hacia adelante un poco más
Es un viaje largo y sin final
Si has extraviado tu camino
Igual que en cien ayeres no pasó
Hoy nada diferente pasará
Pero una nueva vida nacerá
Quizás con el sol de la mañana
Y yo sea un buen hombre
Hiciera lo que hiciera y dónde
Habrá alguien por ahí que me ame
Habrá alguien que me quiera acompañar
¿Habrá alguien por ahí que me ame?
Leo al valiente Johnny Cash al tiempo que yo mismo intento —intento: no sé si lo logre— ser valiente y escucho su música como telón de fondo mientras escribo esto y le pongo, ya, el punto final.
Puto final.