“Vivimos en la preguerra, la posguerra ha terminado”, repite con fruición el primer ministro polaco, Donald Tusk. En ello le secundan destacados políticos de Alemania y otros países centroeuropeos. Aunque nos animen a reforzar el potencial militar de Europa, al mismo tiempo subrayan que no quieren asustar a nadie.
Personalmente, veo difícil de creer que no quieran asustarnos. Al fin y al cabo, “preguerra” es una alusión inequívoca al periodo de entreguerras. Sólo que este término se acuñó años después, en retrospectiva. En cambio ahora, se genera la impresión de que Tusk y otros ya saben que una nueva guerra en el corazón de Europa va a ser inevitable. ¿Es así realmente?
¿No sería mejor que el primer ministro polaco, en lugar de disfrazarse de Casandra y profetizar de facto la inevitable destrucción, violación, muerte e invalidez de millones de personas, subrayara a cada oportunidad que está intentando con todas sus fuerzas evitar que eso ocurra? ¿No se suponía que una Europa común implicaba cumplir la promesa de “no más guerras”? Máxime cuando las encuestas no dejan lugar a dudas: en Polonia, más del ochenta por ciento de los encuestados afirman categóricamente que no quieren luchar en ninguna guerra. Algo similar a lo que sucede en otros países centroeuropeos. Al fin de cuentas, en una democracia es la opinión de la mayoría la que determina el rumbo que debe seguir la política.
Entre el miedo y la estetización de la guerra
Sin duda, Donald Tusk apela a poderosos temores colectivos que muchos europeos arrastran hasta hoy. Como cuando a finales de marzo de este año, en una entrevista con El País –entre otros periódicos europeos–, Tusk recuerda una fotografía familiar. La imagen muestra una playa de Sopot llena de felices transeúntes. Es del 31 de agosto de 1939; a la mañana siguiente, la Wehrmacht atacará Polonia, con lo que estalla la Segunda Guerra Mundial. Supuestamente, hoy somos más sabios y estamos mejor preparados para la guerra, con lo que no sonreiríamos en el umbral de nuestra propia destrucción…
Al mismo tiempo, la narrativa sobre la guerra es muy selectiva. El llamamiento a reforzar las capacidades militares y prepararse para la guerra no viene acompañado de una campaña sólida de información sobre lo que esto significa exactamente. Los políticos favorables a la guerra parecen tener los labios sellados cuando se trata del precio que conlleva la guerra.
Mientras sigo los medios de comunicación de Vilna a Varsovia, de Berlín a Madrid, no veo imágenes de intestinos ensangrentados saliendo de estómagos tiroteados, ni de piernas destrozadas por minas o cabezas agujereadas por los disparos de los francotiradores. Predominan en cambio las fotografías de hombres bien armados, imponentes, con uniformes limpios, armas nuevas y equipos de alta tecnología, o las reuniones de políticos y expertos pulcramente vestidos. Esta estetización de la guerra distorsiona groseramente su verdadera naturaleza y, en consecuencia, adormece la conciencia ciudadana.
La guerra como negocio
¿Qué acciones han seguido a las palabras del primer ministro? Para Tusk, la época de preguerra ya no implica el dos, sino el cuatro por ciento del producto interior bruto que Polonia gasta en su cacareada defensa. Mientras la industria armamentística nacional genera beneficios récord, las empresas internacionales de armamento se forran a costa del contribuyente europeo. Y no son las únicas. La modificación prevista para la ley polaca de construcción, que permite la construcción de refugios antiaéreos caseros sin licencia de obras, resultará probablemente un negocio mucho mejor que el del cojo parque de viviendas de las ciudades polacas.
La guerra es un negocio lucrativo, no es nada nuevo. Así ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, con Vietnam, Afganistán, los Balcanes, Irak y otros muchos lugares del mundo. ¿Qué hay de beneficioso para las y los ciudadanos en todo esto?
Una máxima que también es aplicable a Ucrania. ¿Están sus habitantes realmente dispuestos a dejarse matar o mutilar permanentemente, hasta el último hombre, por los territorios ocupados por Rusia? Los cientos de miles de reclutas ucranianos que intentan crearse una nueva vida fuera del país hablan por sí solos.
Si no faltaran voluntarios para luchar, las misiones diplomáticas ucranianas no tendrían que amenazar con denegar servicios consulares a todos aquellos que se niegan a inscribirse en las listas de reclutamiento y de facto se esconden en el exilio. ¿Qué será lo próximo, los buscará la policía de los países europeos para entregarlos en los puntos de reclutamiento ucranianos? ¿Cuál es la verdadera razón por la que los gobiernos de la UE y la OTAN envían armas a Kiev, si en Ucrania no hay suficientes personas que quieran luchar?
Teniendo en cuenta todo esto, me cuesta creer que un primer ministro como Donald Tusk, historiador de formación, no se dé cuenta de lo que dice. El miedo es una herramienta para ejercer el poder. Cuanto más miedo sentimos los ciudadanos, nos cuesta más movilizar a los políticos para que busquen alternativas a sus medidas actuales. Cuanto más asustados estamos, se activa mejor una reacción instintiva de evasión o lucha. Un panorama donde no hay espacio para la reflexión crítica, la deliberación y la acción soberana.
Recursos a nuestra disposición
La EUtopía, como corriente de pensamiento político y activismo anima a que nuestros sueños sean el horizonte de la acción cívica. A detenernos un momento, salir del modo “gestión de crisis” y preguntarnos: ¿qué estamos haciendo realmente? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué caminos nos llevan a nuestro objetivo?
Nosotros, las ciudadanas y ciudadanos de Europa, soñamos con la paz, ¿no es cierto? Ese es nuestro objetivo. Por cierto, estoy seguro de que el primer ministro Tusk también sueña con la paz. Creo que todos estamos en el mismo bando. En el tricentenario del nacimiento de Immanuel Kant, autor del ensayo Sobre la paz perpetua, un sueño semejante no es en absoluto motivo de vergüenza ni de burla. ¿Acaso sólo podemos trabajar eficazmente por la paz profetizando la guerra? ¿Es la carrera armamentística el camino hacia la paz?
En lugar de incurrir en un fatalismo decadente y, si bien cada vez más armados, esperar la tragedia de una guerra de la que, una vez más en la historia, sólo unos pocos se enriquecerán a costa de la muerte, la invalidez y el trauma de la mayoría, centrémonos en cómo alcanzar la paz. Porque la EUtopía también trata de propuestas concretas, sobre cómo responder a los retos políticos actuales.
Si la guerra es un negocio, invirtamos esta lógica. Tomemos este dos por ciento del producto interior bruto. A escala de la Unión Europea, en 2023 supone una suma redonda de 339.000 millones de euros. A modo de comparación, a esa cantidad aproximada asciende el producto interior bruto de un país como Dinamarca, siendo unas cien veces más que los ingresos anuales de la ONU, según su presupuesto.
No en vano tenemos pleno derecho a ese dinero como ciudadanos que somos. Al fin y al cabo, es el dinero de nuestros impuestos. Los políticos democráticos sólo lo administran. Podemos decidir por nosotros mismos en cualquier momento si, para conseguir nuestros objetivos, es mejor gastarlo en armamento o de otra manera.
El Fondo Eutopía para la Paz en la UE
Consideremos estos 339.000 millones de euros como el Fondo Eutopía para la Paz en la UE. Dicho Fondo sería de naturaleza completamente distinta al llamado Fondo Europeo de Apoyo a la Paz (FEP). Desgraciadamente, el FEP lleva la paz sólo en sus iniciales. Ello se debe a que se utiliza para financiar las operaciones militares exteriores de la UE y, más concretamente, es un instrumento de apoyo militar a Ucrania.
¿En qué sentido el Fondo Eutopía para la Paz en la UE haría honor a su nombre? Al disponer de ese fondo, nos daríamos un año para llevar a cabo una licitación, tal y como se hace para la construcción de aeropuertos u hospitales. La suma en cuestión se entregaría como una especie de remuneración a la persona física o jurídica que, durante ese período, negociara una paz duradera entre Rusia y Ucrania. Puede ser una persona física, una fundación, una asociación o el gobierno de cualquier país.
Marshall Rosenberg, el creador de la denominada Comunicación no violenta, nos enseñó que se puede resolver cualquier conflicto, siempre y cuando las partes están dispuestas a escucharse mutuamente. En este contexto, si Zelenski y Putin acabaran repartiéndose el grueso de esa suma, que así sea, también estaría bien. Siempre y cuando, en un año como máximo concluyan las negociaciones, se firme un acuerdo y se establezca una paz duradera.
Apuesto a que funcionará.
Y si resulta que no, el riesgo es pequeño. Ese fondo no invertido seguiría en nuestras manos e incluso podría reutilizarse más tarde en defendernos.
El Fondo como instrumento económico
Sin duda, antes de convocar una licitación, merece la pena aquilatar cada detalle. Discutir el Fondo Eutopía para la Paz europea con expertos, celebrar consultas públicas. Por ejemplo, se podría estipular que una parte de los 339.000 millones se invirtiese dentro de la Unión Europea. Digamos que en la misma proporción en la que se distribuyen las inversiones en armamento, entre actores de la UE y otros ajenos a la unión.
De esta forma, el dinero del fondo alimentaría la economía europea, sólo que excluyendo la industria armamentística. ¿No valdría quizás la pena especificar de antemano los tipos de inversiones? Bien podría suceder que los representantes de los sectores que obtuviesen nuevos recursos gracias a la distribución del fondo, apoyaran automáticamente las iniciativas pacíficas. Haciéndolo, estarían cumpliendo con su objetivo comercial.
Y si ya actualmente generamos excedentes por encima de ese 2% de la OTAN, en los próximos años podemos utilizarlos para construir viviendas. De forma que el sector de la construcción no sufriría pérdidas por culpa de los inminentes refugios, y Europa se convertiría en un lugar mucho mejor de lo que es hoy. Ninguna guerra es indispensable.
¿Qué pensáis de todo esto?
En mi ciclo mensual #EUtopía: Europa como un lugar próspero animo a volver al ideal pacífico de una Europa unida. En lugar de temer la guerra y abandonarnos al fatalismo propio de una distopía, construyamos la EUtopía, que en griego significa “buen lugar”. ¿Es una buena idea el Fondo Eutopía para la paz europea? ¿Cómo lo concretamos? ¿A qué debemos prestar atención? Escríbenos en Twitter [@fronterad] o comenta en Facebook [FronteraD en Facebook].
Este texto pertenece a un ciclo de columnas dedicadas a la EUtopía y aparece simultáneamente en varios idiomas y diferentes medios de comunicación del continente. Con la esperanza de un futuro próspero para Europa, iniciamos un ciclo mensual en colaboración con el equipo de fronterad bajo el título #EUtopía: Europa como un lugar próspero. Hablemos de todo lo que pueda ser bueno para nuestro continente. En lugar de temer una distopía o imaginar utopías, construyamos la EUtopía, que en griego significa “un buen lugar”.
El primer texto de la serie se titulaba Europa como un lugar próspero: La esperanza en un futuro mejor
Traducción del polaco: Amelia Serraller Calvo