Cuando estudiaba en la escuela primaria en Varsovia, en la segunda mitad de los años ochenta del siglo pasado, seguíamos con pasión el desarrollo de Cuatro blindados y un perro[1]. En nuestras cabezas no había acabado la guerra: “¡A por el alemán!”. Y ya que no había alemanes cerca los niños buscaban a alguien que los sustituyera. Mi apellido, que sonaba alemán, era suficiente para que me cayera una buena tunda con cierta frecuencia. El miedo a una guerra mayor se mezclaba con una vida cotidiana saturada de violencia a “pequeña” escala.
Creí que ya lo había olvidado. Pero el estallido de la guerra a gran escala en Ucrania, el resurgimiento de la carrera armamentística y las dramáticas imágenes que nos llegan de Gaza y el resto de la región me han hecho sentir miedo otra vez. Un miedo potenciado por los testimonios de los supervivientes de hechos históricos con los que he podido conversar. Entre otros temas, sobre los barcos llenos de refugiados europeos que, en los primeros años del hitlerismo, surcaban el Atlántico recorriendo de Nueva York a La Habana, de Caracas a Buenos Aires. Ningún país quería dejar entrar a personas sin visado.
Hoy me sorprendo a mí mismo buscando amigos que me inviten al otro lado del charco, por si acaso. Y no soy el único. A una buena amiga de ochenta y cinco años, que de niña huyó con su madre del Ejército Rojo, le vuelven a la memoria imágenes de violaciones, de cuerpos congelados en el arcén de la carretera o de los rostros aterrorizados de sus seres queridos. Y una conocida de Varsovia, de mi misma quinta, se despierta a media noche soñando que su hijo ha sido reclutado para una guerra de la que ya no regresa.
La misión de los políticos
Según las encuestas de opinión del diario polaco Rzeczpospolita si estallara la guerra la gran mayoría de la población intentaría huir. La situación es similar en Alemania, donde la Bundeswehr[2] busca en vano voluntarios y en los medios de comunicación públicos los periodistas declaran que hay que “educar” a la sociedad para combatir; ergo la sociedad no quiere luchar.
¿Y si le damos la vuelta al razonamiento? Conviene recordar que los políticos elegidos democráticamente deben respetar la opinión de la mayoría social. Porque si no, ¿en nombre de quién toman las decisiones?
La guerra no es una necesidad. Si como sociedad no queremos la guerra, la misión de nuestros políticos es buscar la paz. Aunque parezca tarea difícil, la paz nunca es imposible. ¿Ponen nuestros políticos tanta energía en buscar vías para la paz como en armarse y proclamar al mundo que no descansarán, nomen omen[3], hasta la tumba?
Tanto más cuanto que, en las guerras modernas, los dirigentes que las declaran rara vez arriesgan su vida. Ellos ya tienen opulentas cuentas corrientes en paraísos fiscales y a sus familias a buen recaudo. Así que ordenan a los hijos de otros matar y morir.
La EUtopía: del sueño a la acción
La EUtopía comienza allí donde las autoridades se toman en serio a sus ciudadanos. Escuchan nuestros temores, preguntan por nuestros sueños, nuestras necesidades y nuestros objetivos vitales. “Europa como un lugar próspero” implica políticos que se dejan guiar por nosotros, tanto cuando elaboran sus programas electorales como a la hora de desempeñar las funciones que les encomendamos.
Recuperar todo un continente para sus ciudadanos, de forma que cumpla sus deseos, no es soñar despierto. Cuando la gente sabe lo que quiere, se moviliza y trabaja para conseguirlo. Normalmente el éxito requiere tiempo y esfuerzo. Pero un objetivo claramente formulado insufla fuerza y perseverancia.
Lo mismo sucede con cualquier colectivo. En política, los sueños son una condición clave para el empoderamiento cívico. Gracias a ellos, en vez de experimentar una ira destructiva contra los políticos que a veces ignoran nuestras necesidades nos será más fácil tratarlos como aliados. Aliados a quienes les indicamos el camino, recordándoles que deben respetarlo.
Cómo dialogar
“¡La paz es un bello ideal! Sin embargo, los acontecimientos de los últimos años han demostrado que es una quimera”, es un reproche que suele hacerse a la EUtopía. “La guerra es algo natural, los libros de historia están llenos de guerras”.
¿Pero es eso cierto? Un momento: siempre es fácil tener una reacción airada. Pero toda polémica provoca un reflejo defensivo. No polemizamos con un pensamiento abstracto, sino con alguien concreto. Las personas valoran sus propias opiniones, sean cuales sean. Seamos sinceros, ¿cuándo una discusión ha conseguido que alguien cambie de opinión?
Pero también es posible dialogar de otra forma. La EUtopía nos anima a respirar profundamente antes de responder. Anima a sentarse en silencio y empezar escuchando atentamente a quien habla y lo que dice.
Al fin y al cabo, comparto un sueño con los autores de los comentarios recién mencionados: ni yo quiero una guerra, ni ellos tampoco. Así, la EUtopía, en cuanto a herramienta para la comunicación, nos anima a buscar lo que tenemos en común. Con la familia, entre amigos o incluso en la sociedad, ocurre más o menos lo mismo: el requisito para el buen funcionamiento de un colectivo, grande o pequeño, es el vínculo entre sus miembros. Merece la pena cultivarlo. Al hacer hincapié en lo que nos une, la EUtopía nos ayuda a recuperar la esperanza en un futuro mejor.
La esperanza en un futuro mejor
Cuando compartimos un vínculo resulta más fácil hablar sobre temas difíciles. Por ejemplo, hace sólo dos siglos la división entre esclavos y libres se consideraba completamente natural. Incluso estaba aceptada en los libros sagrados de casi todas las llamadas grandes religiones. Los manuales de historia todavía están llenos de admiración por civilizaciones que sólo existieron gracias al trabajo extenuante y letal de sus esclavos.
Y, sin embargo, actualmente existe unanimidad en todo el mundo: le hemos dicho no a la esclavitud. En la historia de la humanidad nunca antes fue posible una planificación familiar consciente como la que tenemos hoy. Asimismo, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres va camino de convertirse en una realidad para todos. Hasta hace poco, esto se consideraba… una quimera. ¿Por qué no puede ocurrir con la guerra lo mismo que con la esclavitud o la desigualdad de género? Quizá no hoy ni mañana, ¿pero y si pasado mañana?
Además de recuperar el continente para los deseos de sus ciudadanos, restablecer la esperanza en el futuro es otra condición clave para el empoderamiento cívico. Los sueños nos ayudan a definir con precisión los objetivos a perseguir. Por su parte, la esperanza nos devuelve la fe en que son objetivos realizables. Sin esperanza, sin sueños no se puede hacer buena política.
La guerra como delirio
Hay otra circunstancia importante en el contexto de la paz y la guerra: las guerras modernas, con sus millones de víctimas, de lisiados y traumatizadas durante generaciones, no serían posibles sin cientos de millones de dosis de drogas estimulantes. Numerosos ejércitos del mundo las han distribuido y las siguen distribuyendo entre sus soldados. Muchos comandantes y políticos también están deseando emplearlas.
La pervitina, la llamada píldora de la victoria del Tercer Reich, o el speed de los soldados estadounidenses en Vietnam, no son más que dos ejemplos espectaculares del consumo sistemático y masivo de drogas.
Los libros de texto de historia guardan silencio sobre las drogas, pero son las drogas y el alcohol los que contribuyen significativamente a elevar el umbral del dolor, a inhibir el rechazo a infligir sufrimiento y golpear a los demás. Las guerras no sólo suponen gigantescos beneficios para la industria armamentística, sino también para el tráfico de drogas. Merece la pena tener esto en cuenta si alguien afirma que la guerra es “parte de la naturaleza del hombre”.
Notas de la traductora:
[1] Serie de televisión polaca en blanco y negro basada en el libro de Janusz Przymanowski. Realizada entre 1966 y 1970, está ambientada al final de la Segunda Guerra Mundial, y narra las aventuras de un destacamento y su tanque T-34 del 1er Ejército Polaco. Conserva un estatus de serie de culto en Polonia, la antigua URSS –donde se la conoce como Четыре танкиста и собака– y toda Europa del Este.
[2] El ejército de la República Federal de Alemania.
[3] Locución latina que significa “el nombre lo dice todo”.
Este texto pertenece a un ciclo de columnas dedicadas a la EUtopía y aparece simultáneamente en varios idiomas y diferentes medios de comunicación del continente. Con la esperanza de un futuro próspero para Europa, iniciamos un ciclo mensual en colaboración con el equipo de fronterad bajo el título #EUtopía: Europa como un lugar próspero. Hablemos de todo lo que pueda ser bueno para nuestro continente. En lugar de temer una distopía o imaginar utopías, construyamos la EUtopía, que en griego significa “un buen lugar”.
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Traducción del polaco: Amelia Serraller Calvo.