En cuanto escuche dos o tres compases de la banda sonora de este videojuego quedará atrapado por la sensación de que algo inminente y extraordinario tiene que sucederle a su protagonista. “Cinco pasos más y serás un nuevo hombre”, le informan casi al comenzar. Un personaje sin rostro, modelo anónimo del empleado que ha de salir de casa cada mañana para llegar a tiempo a la oficina, cuyas rutinas serán acciones que el jugador podrá ejecutar o –ya lo verá- dejar de hacerlo.
Si por mecánica de un videojuego entendemos el conjunto de recursos operacionales con los que una historia puede tener lugar en su seno, la mecánica de Every day the same dream, de Paolo Pedercini, no es otra que la repetición inclemente, una y otra vez, de las mismas situaciones y elecciones de partida, como si el juego comenzara continuamente de nuevo. Nada cambia, en apariencia, durante el transcurso de esta breve historia interactiva, salvo quizá -¡y sólo jugando podrá comprobarlo!- la actitud del jugador: aumentará el ansia por romper el bucle, experimentará paulatinamente con las opciones. Recorrerá, en suma, todas las historias posibles.
De la resolución, si la hay, de este juego contra el juego, mención de honor en la última edición del certamen internacional de juegos experimentales Experimental Gameplay Project, no diremos nada, más allá de proponer un contexto con el que contrastar su fina originalidad. Recordará quizá al jugador entre otras a la películaStranger than fiction, de Marc Forster, donde un anodino inspector de hacienda revoluciona su pautada vida tras escuchar la voz en off de su propio narrador; una recreación de Niebla, la célebre nívola de Miguel de Unamuno que puede salir apropiadamente a nuestro encuentro al consumar el juego: ¿qué posibilidad de escape hay si, como dice el propio Pedercini, no existe un «afuera»?
Juegue a Every day the same dream aquí.
Paolo Pedercini
Nacido en 1981 en el norte de Italia, reside en Pittsburg (Estados Unidos), donde trabaja como profesor visitante en la Carnegie Mellon University. Su brillante labor como diseñador de videojuegos es manifiesta cuando se conocen sus creaciones desarrolladas en el seno del colectivo Molleindustria: entre otras, Oiligarchy -sobre el mercado del petróleo-, McDonald’s Game -las consecuencias inevitables del modelo de comida rápida- o el famoso Faith Fighter -una elocuente imagen de la teoría del choque de las civilizaciones-.
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Abelardo Gil-Fournier