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Évole desencadenado

 

Está como calando esa lluvia, ese chirimiri por el que el personal acaba pensando, ¡y sintiendo! (cuánto de pernicioso sentimiento estamos viviendo) que un político preso es en realidad un preso político, por ejemplo, concepto alrededor del cual orbita esta nueva oleada de pensamiento no ya buenista, sino golpista. El caso de Jordi Évole puede que sea extraordinario. En un sólo día, fue como el paladín de los sediciosos y malversadores, entre otras cosas, ubicado, hecho fuerte, en esa posición tan olorosa de ponerse humanitario con el delincuente y autoritario con el que impone la condena al delincuente. Ahí es como si el delincuente dejara de serlo. Y peor aún, como si el delincuente de pronto fuera el que ha impuesto la condena al delincuente. Qué manera de confundir para mantenerse siempre a la distancia adecuada, aunque de Otegui, por ejemplo, estuvo bien cerca. También de los golpistas. Algo falla, no sé. Cómo pulula. Bueno, siempre está como lejos, en general, de las cosas. Pero también está cerca, demasiado cerca a veces, según se vea. Que se note precisamente eso que yo no sé qué es. Yo noto que se pavonea como solucionador de problemas (Sr. Lobo) y en realidad sólo hace eso: agitar sus modernas plumas sin que nada ni nadie lo toque, nada ni nadie excepto Otegui o los golpistas de Cataluña, por ejemplo. Menudo lío. El otro día Évole aporreó nuestra puerta con su chillona equidistancia, esa máscara (hasta Pablo Motos dejó de bailar), sorpresivamente desconectada, abierta; y a la mañana siguiente también, aunque en esta ocasión le ayudaba Susanna Griso de forma altruista, por supuesto (ella sí parecía bailar), a sostenerla. Que no falten plumas, ni altruismos, ni compromisos salteados por mucho que ahora esté Évole desencadenado. Yo vi allí la misma simbiosis de la que hablaba aquel de Gran Hermano (ese al que le ponían siempre la pierna encima) al mirarle a los ojos a su amor recién hallado. Todo igual de cursi y de sórdido. Un entendimiento que va más allá incluso de la Ley: como Superman y Lois Lane volando sobre Metrópolis en Antena 3. Según este Évole puigdemonizado, la juez Lamela debía conocer la idiosincrasia catalana, esa idiosincrasia superior, para poder hacer su trabajo como Dios, él (y todos esos catalanes incomprendidos), manda.

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