Entramos a la sala arropados por el ruido de tres guitarras distorsionadas y una batería que nos recibían desde el escenario. Delante del proscenio, en lo que podría ser el foso para la orquesta, una mujer pegaba pequeñas siluetas de papel sobre una larga mesa mientras otra grababa todo con una cámara cuyas imágenes se proyectaban sobre una gran pantalla que hacía de fondo de escenario.
Lo que ocurrió a continuación durante dos interminables horas es fácil de describir, pero difícil de definir. ¿Fue un concierto? ¿Una performance? ¿Una improvisación? No sabría decir, pero estaba formado por dos elementos; uno plástico y otro musical.
El elemento plástico iba de lo curioso de unas maquetas que se iban cubriendo con una masa viscosa de diferentes colores, hasta lo inquietante cuando una de las mujeres que trabajaban sobre la mesa escribía palabras utilizando diferentes partes de su cuerpo, previamente impregnadas con pintura, al ritmo frenético de la música.
En cuanto al elemento musical voy a calificarlo de decepcionante. Letras artificialmente retorcidas, ruido y Javier Corcobado desafortunado con la voz. En algún lado he leído que ya de pequeño deleitaba a sus familiares con su voz de crooner. No lo dudo, pero en el trayecto de niño a adulto, algo cambió. A no ser que esa manera de cantar sea una característica de su estilo y lo haga a propósito. Que todo puede ser.
Y así pasaron las dos horas, una canción tras otra mientras las chicas trajinaban con pintura y cámara en mano alrededor, debajo y sobre la larga mesa delantera. De vez en cuando hablaban los músicos y el propio Javier Corcobado, en lo que supongo que fue uno de los clímax, ¡leyó sin interrupción unos ocho folios sobre su vida!
Bajo el título de Pequeño preludio (inmortal), se presentó en la sala Berlanga el macro proyecto Canción de amor de un día en el que colaboran 42 autores y que consiste en componer una canción de amor de 24 horas de duración.
Conceptualmente y como experimento musical es muy interesante. Supongo que eso es lo que llamó la atención de la Fundación Autor para subvencionarlo. A mí mismo me llamó la atención cuando hace unos meses vinieron a Madrid Juan Navarro, el director, y Nadala Fernández, la directora de producción, para buscar sala. Pero no siempre el contenido responde a las expectativas del continente. Imaginé algo así como una composición colectiva que iba a suceder durante 24 horas, con la participación de músicos y público, y de ahí saldría una canción de amor de un día.
El proyecto acaba de arrancar y en septiembre podremos escuchar el resultado. De momento, lo que os cuento es lo que vi y escuché. No entendí nada. Pero es verdad que cuando me planto delante de un cuadro abstracto, no intento comprender su significado, sino que me dejo llevar por las sensaciones que me produce.
Me viene a la memoria una película argentina titulada No sos vos, soy yo. Pues esto es lo mismo; qué no es él, que somos nosotros que no lo entendemos.
@Estivigon