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Mientras tantoEzra Pound en la Argentina

Ezra Pound en la Argentina


 

El poeta estadounidense Ezra Pound, nunca se sabrá si por ingenuidad o estupidez (política), se pasó más de un par de años usando las radios italianas para vocear las bondades del régimen impuesto por Benito Mussolini en 1922. Lo hacía sin cobrar. Eran grandes parrafadas, heroicas, convencidas, ferozmente antisemitas. Alguna vez también lo hizo desde la Alemania casi derrotada. Esto y más cuenta Justo Navarro en un volumen que tituló, con gracia retroactiva, El espía (Anagrama). Lejos de serlo, siquiera de sospecharlo, el autor del extraordinario Cantar XLV. Con Usura, fue condenado por traición a la patria, enjaulado a la vista de todos y encerrado en un manicomio durante años. Cuando recuperó su libertad tal como un preso común, Pound y señora se fueron para siempre de los Estados Unidos. El poeta murió en Venecia. En su cementerio está enterrado.

 

Recordemos un fragmento de aquel Cantar:

 

Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra

Con bien cortados bloques y dispuestos

de modo que el diseño lo cobije,

con usura no hay paraíso pintado para el hombre en los muros de su iglesia

harpes et lutz (arpas y laúdes)

o lugar donde la virgen reciba el mensaje

y su halo se proyecte por la grieta,

con usura

no se ve el hombre Gonzaga,

ni a su gente ni a sus concubinas

no se pinta un cuadro para que perdure ni para tenerlo en casa

sino para venderlo y pronto

con usura,

pecado contra la naturaleza,

es tu pan para siempre harapiento,

seco como papel, sin trigo de montaña,

sin la fuerte harina.

Con usura se hincha la línea

con usura nada está en su sitio (no hay límites precisos)

y nadie encuentra un lugar para su casa (…)

 

Lo que no sabía Pound era que sus disparatadas transmisiones radiofónicas no sólo estaban en las antípodas de la ideología que lo empujó a escribir estos versos su confusión entre el judío y el usurero es imperdonable sino que también estaba siendo instrumentado por un régimen que se caía a pedazos y monitoreado por los aliados, que lo dejaron hacer (o seguir haciendo), para acusarlo y para que sus palabras fueran captadas por los radiofonistas incluso de los países como la Argentina, que declaró la guerra al Reich tres semanas antes de la caída de Berlín, porque en esas palabras solía filtrarse algo de información, útil para los enemigos del fascismo.

 

Una de esas radiofonistas era una redactora del diario El Mundo, de Buenos Aires, Susana Muzio Sáenz-Peña, que ignoraba que esa voz cavernosa era la de Pound, a quien había leído con fervor. Susana Muzio nunca firmó las notas de opinión de la página 6 de aquel periódico, sino que usaba doce seudónimos diferentes (doce personas diferentes, todos hombres) que opinaban sobre los temas más variados: geopolítica, espeleología, salud, situación internacional, religión, libros, policiales, etcétera.

 

Intima amiga de Jorge Luis Borges, de Silvina y de Victoria Ocampo, de Cecilia Ingenieros y de Roberto Arlt, a los 92 años acaba de publicar en la editorial El Cuenco de Plata su primer libro, La sonrisa secreta, de noventa páginas, cuatro narraciones maravillosas, alejada de toda doxa, capilla o movimiento.

 

Nuestro próximo post estará dedicada a ella, siempre risueña y un poco cruel.

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