Fotografía: Paula Jiménez
Mucho parece haber llovido desde que este leonés publicara “Plegarias« (autoproducido, 2006), un EP de cinco canciones que muchos artistas firmarían como carta de presentación. Sin embargo, cuando uno retrocede hacia atrás en su preciosista discografía, se encuentra con que canciones como “Apenas”, “Dos violetas” o “Triunfadores” continúan sonando hoy tan vigentes como en su día. No es que su inspiración se haya esfumado para no volver, o que sus composiciones no hayan evolucionado a lo largo de sus cuatro álbumes, sino justo al contrario: la linealidad que caracteriza su obra –vista en perspectiva- le sitúa, según un servidor, en un lugar privilegiado.
Con “Espera a la primavera” (Discos Liliput, 2007), su primer LP, Fabián comenzaba a sentar los cimientos de su folk-rock intimista y personal, de unas canciones que destilarían desde el primer momento una melancolía a medio camino entre la nostalgia permanente y esa anhelada huida –de un universo personal que se resquebraja-, siempre ilusionante, tan propia de la modernidad, y a la que parecemos hoy obligados a renunciar. De esta manera, sin desarrollar incómodos manierismos, y alejándose, especialmente a partir de “Adiós tormenta” (Vicious Records, 2009), con finura y saber hacer ese tremendismo lírico algo pesado que destilaban sus dos primeros discos.
En “Después del incendio y otras cosas así” (La Viejita Música, 2011) encontrábamos una lección de revisionismo folkie, instando al oyente a recuperar algunos de los álbumes del prolífico M. Ward, como “Post-War” o “Hold Time”, a sumergirte en la épica contenida de una banda de pop-rock norteamericano como puede ser Band of Horses o a revalorizar el pop de aires folk tan característico en la última etapa de Deluxe. Porque lo que hoy expongo aquí, a raíz de la publicación de su último disco, “(La Brisa Leve) La Luz Distinta” (La Viejita Música, 2013), y su presentación con la banda en El Sol de Madrid, no es más que la ratificación de lo que hace justo un año manifesté allí.
Algunos podían dudar todavía acerca de cómo sonaría en directo junto a su banda, La Banda del Norte, con la que tan poco se prodiga debido, seguramente, a las vicisitudes de un oficio –el de los auténticos- de valientes. Las dudas se evaporaron segundos después de que Fabián y La Banda del Norte, con Juan Marigorta a la guitarra, David Nieto al bajo, Alfredo González con los teclados y voces, y Pepe López a la batería, banjo y voces, comparecieran sobre el mítico escenario de El Sol. “Qué clase de incendio eres tú, que avanzas sin rumbo fijo” escupía Fabián con un desparpajo inusual en él, probablemente más convencido que nunca de que su progresión lírica y musical es ascendente, de que las cosas van por el buen camino; algo que combinado con la candidez –la de su rostro, su mundo interior, sus canciones- marca de la casa, destilaba un ambiente más que propicio para una noche especial como ésta. Con No tengas miedo la banda sonaba ya engrasada, contundente, y muchos cuerpos empezaban a balancearse, a dejarse llevar por la atmósfera onírica que invadía la sala. Mis calles de arena, perteneciente a su primer disco, era la confirmación de que las personas allí presentes llevan siguiendo al leonés desde sus inicios, o de que, al menos, han revisado con detalle su obra. Muchos la cantaron. Mientras, Fabián arriesgaba con su voz para referirse a ingredientes urbanos tremendamente evocadores, como la ciudad o el mar, muy frecuentes en su cinematográfico imaginario. Imágenes a las que podemos llegar no sólo a través de las letras, sino también con la música: cada nota del teclado de Alfredo González (interesante también su proyecto en solitario) adquiría un marcado carácter mediterráneo, especialmente en canciones como La tempestad, etcétera o Nueva York, en las que el teclado lucía con voz propia, alejándose de un virtuosismo tantas veces innecesario.
El single, La Luz distinta, es una aproximación pop que suena tan refrescante como necesaria: demuestra en ella el leonés, de manera desacomplejada, que cambia de registro con naturalidad, remitiendo al soft-rock californiano de músicos como Andrew Gold, a los Girls más poppies o a los escoceses Teenage Funclub. Pequeño decimal, esta vez sin la banda, fue sin duda uno de los momentos más emotivos de la velada, con un silencio sepulcral muy poco habitual en las salas de Madrid.
Por si fuera poco, la aparición estelar del aclamado Quique González hizo que se disparasen no sólo los flashes, sino también las pulsaciones. Y es que Quique, como desvelaron sus palabras de agradecimiento previas, se siente muy identificado con la manera de afrontar y sentir la música que posee Fabián, y de alguna manera -aunque no hay que olvidar que Quique pasó por multinacionales durante sus tres primeros discos- eso le hace verse reflejado en él. Todas las aves del sur, como ya habían hecho para el álbum, fue la canción que juntos interpretaron, con el invitado de excepción aportando más magia si cabe con su particular voz y entrega.
Con la guitarra acústica, sonando más sucia y eléctrica que en todo el concierto, la banda entregada y un público rendido, se despedían de Madrid con La huida. Un último apunte. Fabián no es Jeff Tweedy, ni Ryan Adams, ni tampoco Elliott Smith. Pero con cada disco que factura se hace cada vez más evidente que no tiene tanto que envidiar a éstos. Y que, por tanto, sus entregas merecen formar parte, junto a “Yankee Hotel Foxtrot”, “Gold” o “Xo”, de nuestras colecciones de discos.