Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoFallen Leaves

Fallen Leaves


Cuando ya todo está dicho en esta vida y nihili novum sub sole, solo nos salva el arte de contar. La propuesta de Kaurosmäki en Fallen Leaves (2023) destaca precisamente por la manera tan singular de narrar una sencilla historia en la que un hombre y una mujer viven una naciente atracción amorosa.

Ansa y Holappa se conocen una noche tras unas miradas cruzadas en un bar de copas mientras escuchan música de karaoke. Días después se encuentran y quedan para ir a ver una película. A la salida del cine, ella le da su número de teléfono y él lo apunta en un papel con tan mala fortuna que se le pierde llevado por el viento. Parece una escena del pasado. De hecho, si no fuera por sus móviles -que solo usan para llamar- y por las noticias que se escuchan en el transistor de la cocina de Ansa -los bombardeos de Mariupol-, el espectador podría creer que Fallen Leaves es una película ambientada en otra época.

Y no solamente parece de otra época por lo fortuito de sus encuentros en ausencia de redes sociales. También el vestuario vintage de sus personajes, muy de los años setenta, el tabaco que fuman, las botellas de las que beben, el mobiliario, las portadas de las películas en la cartelera del cine como aquellas portadas dibujadas de Hollywood o los barrios medio abandonados en los que viven completan la sensación de pasado.

A crear esta atmósfera casi en blanco y negro también contribuyen las personalidades solitarias y taciturnas de los protagonistas Ansa y Holappa, que parecen vivir fuera de sitio y ajenos al mundo hiperconectado de internet, para el que tienen que pagar en un ciber si quieren conseguir acceso. De modo que no es que se trate de una historia del ayer, sino una visión del hoy desde el subsuelo de la sociedad. Ese estrato social gris y existencial por el que se ha interesado siempre el cine de Kaurosmäki.

De aspecto endeble y lánguido, Holappa parece no tener ni casa propia. El dinero que gana en su trabajo mecánico y rutinario se lo gasta en alcohol. Es un bebedor constante. Bebe en el trabajo (a escondidas) y con exceso en el bar que frecuenta con un compañero, cuyos diálogos parcos en la barra bajo la luz macilenta y rosada del tugurio realzan con una fuerza cuántica el hermetismo existencial de los personajes que consumen alcohol para sobrellevar su miseria.

Una de esas noches su acompañante encuentra especialmente apagado a Holappa y le pregunta qué le pasa. «Estoy deprimido», responde. «¿Por qué?». Con la mano agarrada a su botellín de cerveza Holapaa le dice: «Porque bebo demasiado». «¿Por qué bebes entonces?». «Porque estoy deprimido». Un triste bucle monótono de vidas cenicientas que  recuerda en esos momentos de rutina callada al Patterson, de Jim Jarmush. Aunque la actitud soturna de Holappa nada tiene que ver con la serena vitalidad del personaje de Alan Driver.

Sin embargo, las vidas de Ansa y Holappa llenas de tristes cigarrillos, caras amargas, trabajos precarios, bares lóbregos con gente callada y mucha soledad se ven sorprendidas por un sobrevenido soplo próspero. El arcano del amor irrumpe en sus días y les despierta del sueño de la alienación para hacerse más humanos. Por complacer a Ansa, Holappa empieza a dejar de beber.

Dada su trayectoria e interés en abundar y profundizar en los suburbios y las periferias humanas, Kaurosmäki ofrece en Fallen Leaves una minimalista historia de amor y redención contada desde los márgenes y al margen de una sociedad de la que se creía que tras sus bandas anchas solo había brecha, vacío y pasado. Un mundo ya caído, como hojas caducas, donde sin embargo el amor sigue inventando su infinito.

Más del autor

-publicidad-spot_img